Deambulaba por la tienda en busca de algo que se ajustara a sus necesidades, o más bien, a lo que en aquel momento se le antojaba.
Curiosamente, entre tanta opción, su atención fue atrapada por inercia hacia un modelo idéntico a su actual sillón.
Mira, cariño,-interpeló Lalo a Ana-, es el mismo sillón que tenemos en casa.
Se acercó a mirar el precio llamado por la curiosidad, llevándose una gran sorpresa. No esperaba que su vetusto compañero tuviera ese coste tan elevado.
Hacía muchísimo tiempo que lo habían traído de casa de los padres de Ana, muchos años realmente, pero parecía ser que aquel modelo seguía su senda de éxito y lo seguían fabricando exactamente igual después de tanto tiempo transcurrido. Muestra evidente de que era un estupendo mueble y que mantenía un gran atractivo para la venta.
Sin embargo, aquel manido diseño ya no se acomodaba a sus preferencias, ahora necesitaban otra cosa, con lo cual, buscaron y buscaron hasta aposentarse sobre otro asiento que les inspiró y les resultó cómodo, creando en ellos una sensación muy estimulante y relajante que venía sobre todo de mano de la novedad..
La señora que les atendía les indicó el precio y, paradojas de la vida, aquel modelo era mucho más económico que el que habían tenido en casa todos estos años. Aquello les pareció toda una suerte y finalmente hubo paso por caja.
Al cabo de tres días, la nueva adquisición llegaba a casa y a la par, su viejo sillón emprendía rumbo a Dublín, donde ya tenía un nuevo hogar. Así, la vida seguía y el paso del tiempo renovaba sus vidas como lo hace con las de toda criatura.
Cayeron muchas hojas de almanaque y, al cabo de un par de años, quiso la hermana de Ana tener en casa a toda su familia reunida por Navidad. Ya la habían visitado alguna vez, pero nunca todos juntos y menos aún por Navidad.
Aquella era una bellísima fecha para visitar Dublín. Lalo y Ana, tras un incómodo paso por las alturas, pusieron pie en tierra y aunque hacía frío y una alta humedad, nada empañó la magia del momento. Las caras ilusionadas de los viajeros, el atrezo navideño y sobre todo la ilusión de vivir aquella experiencia envolvieron de brillo el aterrizaje.
Recorrer unas calles y avenidas tan distintas a las de Sevilla fue realmente inspirador. Las fachadas de ladrillo rojo, con auténtico estilo british, estaban espléndidamente adornadas para esas fechas tan especiales. La nieve y la propia vegetación irlandesa les transportaba en su mente aún más lejos de lo que ya estaban de casa, sobre todo a Ana, quien había soñado muchas veces con esos spots navideños de similar estampa.
-Thank you sir, bye -escuchaba Carmen a su hermana despedir al taxista desde el dintel de su adosado y se sonreía al verla lanzada a hacer sus pinitos con el idioma.
-Venga, corred, que hace mucho frío y está empezando a nevar de nuevo- exhortaba Carmen.
El abrazo monumental de ambas dejó a Lalo un poco desubicado con el equipaje, pero aquel día todo se asumía con enorme agrado.
Dentro de casa, los abuelos, que aterrizaron hacía algunos días, Mathew y los niños se unieron a la efusiva bienvenida. Pero aún había un reencuentro pendiente con otro viejo conocido.
Retapizado, parecía no querer hacerse notar. En silencio, sin que los demás se percataran de su movimiento, Lalo se acercó y se acomodó de nuevo sobre aquel viejo compañero de tantas y tantas jornadas hogareñas.
Como queriendo mantener el sigilo, a la vez que disimular su sorpresa, trató de evitar expresar sensación alguna, a pesar de sentir una intensa sensación de confort, como no recordaba de su viejo sillón y que para nada alcanzaba el sustituto que ahora tenían en casa. Totalmente desencajado, se levantó con parsimonia y se unió de nuevo al alborozo de aquel celebrado reencuentro.
Muchas veces nuestra mente no necesita algo mejor, simplemente necesita algo distinto para resetear y refrescar, y eso está bien. A lo conocido siempre hay tiempo de volver.
Se trata de tomar un respiro mental, un cambio, abarcar una nueva posibilidad. Maniobrar, abrir puertas, y sentirse fresco y renovado.
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