Sin bozal: vino y cerveza, por Leonor Rodríguez "La Camacha"


Desde nuestros inicios, mucho antes incluso de mi propia existencia y del genial Cervantes que me hizo inmortal, la relación que mantenemos con el agua es de dependencia vital. El agua representa entre el 50 y 70 por ciento de nuestro peso. Con el paso del tiempo hemos sabido mejorar la insipidez del líquido elemento haciéndolo más apetecible a nuestro paladar. El ser humano ha creado bebidas con frutas desde antiguo y aún hoy siguen apareciendo nuevos compuestos que vienen y van pero que no se consolidan.

Dos de los que sí han conseguido hacerlo son el vino y la cerveza y, como cualquier aspecto de nuestra vida, aparecen amantes y detractores, hooligans al fin y al cabo cuyo afán no es otro que anteponerse a su rival solo por el hecho de ganar, no de mejorar aquello que defienden. En esta tierra en la que estamos se ensalza al vino por la repercusión que en nuestra cultura y en nuestra economía tiene, y no digo yo que esté ni bien ni mal esa defensa, lo que sí percibo es que con las temperaturas a las que estamos en la calle, lo que apetece más es una bebida refrescante que contenga mayor cantidad de líquido al ingerirla. Otra cosa sería en otra época o en la mesa interior de un restaurante con el aire acondicionado contrarrestando el rigor estival de estas latitudes.

Esta lucha de poder será cíclica siempre que los dos contrincantes confíen en sus cualidades. En nuestras filas contamos con un potente producto que tiene infinidad de vertientes que hacen que nuestro fondo de armario sea enorme. Hemos de conjugar bien las prendas para no desentonar con la moda, siendo conocedores de que nuestro fuerte son nuestras raíces pero que en nuestros tallos son necesarios injertos que hagan el fruto más atractivo para aquellos que vengan a probarlo.

Pues bien, eso es lo que nos hemos dado cuenta desde hace ya un tiempo y lo que se ofrece a finales de julio. Un lugar al aire libre en el que gente, música y bebida se unan para pasar las noches tórridas de verano. Un producto, nuestra cata de cerveza, la de mis amigos del coloquio, que sin ser “la moda” no desentona con lo que pueden buscar generaciones de personas dispares por su edad.

¿Y mientras, el vino, qué? Hasta las mismas levaduras que en él se desarrollan saben que con “las calores” lo pasan mal. En esta época se ponen a la mínima expresión esperando unas fechas más propensas en las que prosperar. Será entonces, allá por septiembre, cuando con la vendimia se saque un mosto que una vez fermentado refresque las botas siendo este, de nuevo, un momento esperanzador para que el pulso entre vino y cerveza se equilibre.

Pero no nos flagelemos, no sin motivo, miremos al termómetro, seamos conscientes de que en verano la batalla, en la calle, la ganan las burbujas pero no solo aquí sino allá por donde vayamos y haga más de 30 grados a la sombra. Sin embargo, no por ser cierto no lo es menos que el paladar se dispara más con un lento sorbo de vino que con un trago de cerveza, que a veces apetece más el bullicio de una fiesta populosa pero en no menos ocasiones es más agradable la conversación con una copa de vino entre los dedos.

Con todo ello hemos de ver más allá, poner las luces largas para llegar a saber a qué, dónde y con quién jugamos para plantear la contienda. Será entonces cuando disfrutemos del partido, del lugar en el que nos encontremos y de las personas que nos rodeemos y aunque siempre haya vencedores y vencidos hoy lo serán unos, mañana los otros y siempre los que tengan una caña o copa y conversación. 

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