Y abrió la boca, por Miguel Cruz Gálvez


Estaba muy relajado, sentado sobre la silla, con la cabeza apoyada en la pared del porche, pero al escuchar a Alejo se levantó el sombrero de la cara y torció el cuello mirando a su amigo con el rostro desencajado y lleno de ira, como si le hubiera propinado un puñetazo en el estómago.

- Pero, ¿qué oigo de tu boca, pobre zoquete?-exclamó.

Saite pensaba que aquel asunto ya había quedado zanjado y el sacarlo Alejo de nuevo a la palestra le hizo revolverse en sus adentros. No era Saite un hombre humilde ni paciente, y aquella ocurrencia no era la primera vez que se la escuchaba a su íntimo amigo.

A nuestro “maestro” no había nada que se le resistiera; a su entender, claro. Se sentía dominador de cualquier temática, fuese propia o impropia de su experiencia o conocimiento, y rebatía sin escrúpulo cualquier postura que se le opusiese. Si la materia se le escapaba “un poco”, tenía la deferencia con quien le rebatía de consultar sobre la marcha el asunto que le ocupaba, y de inmediato se convertía en experto. Todo lo contrario que Alejo, indeciso por naturaleza, que no ingenuo, porque albergaba la suficiente capacidad como para un sobrado razonamiento, pero le faltaba el arrojo necesario para proponer y sobre todo para imponerse.

- Te dije que sembramos trigo Alejo, quiero decir, dijimos que sembrábamos trigo. Este año seguimos igual, ya lo habíamos dejado claro y decidido. El girasol lo traen de Martisia, allí lo producen barato, les sobra en el país y lo van a exportar en gran cantidad, ya verás. Con toda seguridad que llega también aquí. En nuestra querida Turelia le abrimos la puerta a cualquier infeliz que tenga necesidad, y a estos martisios le metemos aquí el girasol como si a nosotros nos diera eso la vida.

- ¿Tú crees? Yo tenía pensado probar con el girasol, porque aunque no me hiciera de oro, hasta ahora el trigo apenas nos da de comer. He escuchado en el Mesón de Blas que hay malos tiempos por el este, y que Martisia probablemente entre en guerra. Algunos del pueblo han anunciado que van a poner girasol.

- Y a esos listos, ¿quién les ha contado eso? ¿Eh? ¿Cuál de esos paletos va a tener esa información? Estamos ya a las puertas del siglo veinte y a estas alturas de la historia la gente se entiende hablando, ya no hay guerras. ¿En qué época crees que estamos? Déjate de estupideces.

Alejo se vino abajo con la reacción de Saite y se detuvo a pensar en su idea. Y ¿si Saite tenía razón? Esos fanfarrones del mesón le podían meter en un apuro y, a fin de cuentas, con el trigo al menos tenía para comer y podría ser peor la situación por un traspié con el girasol.

Consecuentemente, guiados por el miedo, Alejo, y por supuesto Saite, sembraron un año más trigo. La cosecha fue buena, como era habitual en aquella latitud, pero también fue buena en tantos otros sitios. Con todo y con eso, Alejo, al volver de cada uno de sus jornales de siega, pasaba delante del campo de girasoles que algunos vecinos del pueblo se habían atrevido a sembrar, y se inquietaba  por el asunto...

Una mañana de aquellas, al entrar en el Mesón de Blas, el periódico reposaba como era habitual sobre la barra y mostraba impreso un titular que le noqueó la sesera: 

"¡Estalla la guerra!

Lejastán materializa su amenaza de invasión sobre Martisia en un brutal ataque sobre su capital".


Consejero y aconsejado, ambos extremos de un mismo cordel, de un mismo consejo que nunca debió producirse, que nunca debe producirse, si no se solicita…

¿Por qué cargar con el porvenir ajeno? ¿No tienes bastante ya con acertar con el tuyo?

Y tú, que siempre andas falto de arrojo, que se te va la vida y no te mojas. Te recomerá la conciencia por no haberlo hecho a tu forma, nunca acertarás del todo si no lo haces como crees de debes hacerlo.

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