El regalito, por Miguel Cruz Gálvez


Como estaban recién llegados al vecindario, el sonido del timbre le cogió por sorpresa. Al abrir la puerta, sus ojos no pasaron por alto que era Sixto con Adrián agarrado a su pierna, pero, de forma instintiva, clavó su mirada en el objeto que sujetaba su nuevo vecino entre las manos.

No era el dulce de membrillo algo que le gustara especialmente, pero Matías estaba bien educado y ante aquel presente, puso la mejor de sus sonrisas y asintió con un intenso agradecimiento el regalo de Sixto. Era pronto, en cualquier caso, para hacerle entrar en casa, con la confianza que se tiene con un familiar o un buen amigo. Al menos así lo pensaba él y, tras despedirse, se adentró en su vivienda para compartir la anécdota con su compañera.

Fue pasando el tiempo y, en otra ocasión, Sixto recogió de su huerto más hortalizas de las que podía consumir, y para evitar que se echaran a perder, regaló unas pocas a la joven pareja, a lo que ellos volvieron a poner la mejor de sus sonrisas y le propinaron otro agradecido cumplido más.

Lo curioso es que, a pesar de que esta generosidad nunca fue recíproca, estos gestos se fueron repitiendo recurrentemente con el paso del tiempo. Cuando esto sucedía, Matías mostraba a Marta el obsequio, y ambos compartían un gesto mitad sonrisa y mitad incomodidad; porque de siempre, albergaban cierto recelo sobre la generosidad ajena.

Con el paso del tiempo, la relación entre vecinos fue creciendo, más en compromiso que en amistad, pero nuestra pareja lo aceptaba como algo positivo, porque creaba un favorable ambiente de convivencia entre ellos, cosa no siempre habitual en los vecindarios. A fin de cuentas, a nadie le amarga un dulce…o sí… Porque la verdad sea dicha, Matías y Marta siempre andaban con la mosca detrás de la oreja en relación a esa inusual y casi innecesaria bondad de Sixto, algo a lo que ellos no estaban acostumbrados.

Y así, efectivamente, un sábado de aquella recién entrada primavera, llegó el día del cobro. A su amable vecino se le presentó una urgencia por la que tuvo que salir junto a su mujer en auxilio de un familiar, y así, tocaron a la puerta de Matías con el gesto compungido y el pequeño Adrián de la mano.

–De acuerdo Sixto, no te preocupes, cuidaremos de él.– Quedaron algo contrariados porque Matías y Marta pensaban salir con un grupo de amigos para pasar el sábado y comer juntos, pero sería demasiado feo no corresponder a un vecino tan manifiestamente generoso como Sixto, y anularon la cita.

Casual desdicha la de aquella pareja que esquivó la fortuna por corresponder al prójimo, porque en esa salida de amigos un lotero pasó por la mesa del restaurante y dejó una lluvia de millones en forma de décimos de lotería en el local donde almorzaron todos. Todos menos ellos dos, claro.


Seguramente nadie regala nada en la vida. Y hasta el que obra con generosidad, está pensando primero en sí mismo; aunque sea simplemente por el hecho de sentirse realizado o sentirse mejor.

Por tanto, andémonos con vista sobre la realidad de que en casi todas las sociedades actuales tenemos muy engordado el ego. Si alguien es demasiado generoso con nosotros, o si nos hacen en algún momento un buen regalo, analicemos honestamente si eso tiene condiciones o si luego, de alguna forma, nos lo pueden cobrar. Porque si eso es así, no es un regalo, es un préstamo. Así que pensemos si lo podemos o lo queremos devolver.

Estos obsequios que parecen evitables son más difíciles de esquivar de lo que creemos, y los encontramos, de forma enmascarada, en muchas relaciones personales.

Amigos, gastemos cuidado y no confundamos la generosidad con el interés.

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