Dov'é l'amore, por Miguel Cruz Gálvez


Había aceptado el reencuentro siendo plenamente consciente del esfuerzo a realizar y de la incomodidad del momento que afrontaría. Pero de la misma manera sabía que aquel era el único camino posible para despejar todos los nubarrones de su mente y allanar su porvenir.

A pesar de esa certeza y con su proceder bien claro y decidido, no podía evitar sentir un intenso nerviosismo en el estómago a la espera del amor de su vida.

En la mesa habitual de Via Veneto, junto a la inmensa cristalera que deba a la avenida, y donde hasta no hacía mucho la miraba casi a diario con deleite, ahora la esperaba de vuelta para dar salida a la situación de ruptura de hacía unos meses, tras otros tantos años de amor, o al menos de relación.

La vio abrir la puerta, entrando seria, inquieta, buscando con los nervios a flor de piel enfrentar su mirada con la de él, y apresurando el paso se acercó y abrazó a su compañero.

- Marcello, amor mío -le susurró al oído mientras se abrazaban.

- Hola, Mina, no tenía demasiada esperanza en tu vuelta.

- ¡Ay, amor! -comenzó a decir sollozando y acelerada-, siéndote sincera, cuando me fui lo hice pensando en no volver, pero me di cuenta de que era un error y de que te echaba mucho de menos, por eso finalmente he vuelto. No debí haberme ido nunca pero… ¡uf!, mi cabeza estaba llena de pájaros, era un mar de dudas, sentía que era mi tiempo y mi vida y que estos solamente me pertenecían a mí. Quise lanzarme a comerme el mundo y ahora, mira, aquí estoy de vuelta. ¡Perdóname! ¡Perdóname! ¡Mil veces, perdóname!

- ¡Shhhh! ¡Para! No llores… Lo hiciste bien, amor mío, tu corazón y tu tiempo ciertamente te pertenecían y te pertenecen. Debías lanzarte al mundo y lo hiciste. Yo sabía que quería estar el resto de mi vida contigo, pero tú necesitabas comprobarlo. Ahora estás aquí, seamos prácticos por una vez y disfrutemos el momento…Ven, ¡abrázame!

- ¡Ahhh, Dios mio! -exclamó lanzándose de nuevo a sus brazos-. ¿Cómo cometí esa torpeza si tenía la felicidad en mis manos?

- ¡Shhhh! ¡Calla! Abrázame y no rompas el silencio, necesitamos sanar esta herida y nada mejor que esto para eso, para volver a estar en sintonía.

- Entonces, ¿me quieres? Volveremos a intentarlo, ¿verdad?

- Claro que te quiero, ¿cómo no te voy a querer con tantas cosas buenas que hemos compartido? Pero intentarlo, no; ser una pareja, no -ella palideció al instante-. Yo necesito un amor de verdad, y el amor verdadero no entiende de dudas, no atiende a intentos, es un encuentro que fluye sin forzar. Curaremos las heridas y me tendrás para siempre, para lo que necesites; seremos amigos, que es algo maravilloso, pero ambos seguiremos a la espera de ese amor que necesitamos y merecemos -ella comenzó a llorar desconsolada y él intensificó el abrazo para consolarla, sabiendo que aquel llanto no era por amor, sino por la frustración de no encontrar y disfrutar aún lo que tanto anhelaba-.


Muy antiguo y recurrente es ese pensamiento de “lo que no está para uno, no está para uno”.

No debemos forzar nada, es mejor dejar que las cosas fluyan por sí solas, y con más razón cuando es cosa de dos. Es más sano dejar de leer entre líneas, de intentar cambiar las cosas o cambiar a personas, brindándoles continuamente oportunidades inmerecidas e innecesarias. Podemos estar perdiendo mucho tiempo y energía en esa empresa. De nada sirve seguir luchando por eso y esperar que las cosas algún día salgan bien.

Las cosas, el momento y las personas que necesitamos llegarán cuando tengan que llegar y en la forma que el destino decida, no cuando nosotros decidamos ni en la forma que esperábamos.

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