Codi, por Ángel Márquez


Fue el 21 de agosto del 2007 cuando Codi entró en sociedad por medio de la cartilla veterinaria, aunque él ya había entrado unos meses antes en nuestras vidas. En los datos de la cartilla pone que es mestizo, color crema y pelo largo. Sí, Codi es mestizo garcilasiano. Cuando nos lo dieron, era un perro que cuando estaba en su tierno sueño fácilmente se podía confundir con un ovillo, un osito o un corderillo de peluche. La suavidad de su pelo le acompañó toda su vida.

Desde ese año 2007 Codi fue un miembro más de la familia. Normalmente, cuando recibimos y aceptamos a los perros, el primer deseo que tenemos es que nos den compañía, y sin querer algunos malos ratos, pero poco a poco y al pasar el tiempo esa compañía se va revistiendo de cariño y lealtad que se convierten en mutuas, aunque creo que ese cariño y esa lealtad que el perro nos da supera con creces el nuestro. Quizá sea este un instinto del reino animal que nosotros, los humanos, no llegamos a poseer en su plenitud.

Sin estar inscrito en el libro de familia, Codi llegó a ser uno más de la familia. Cuando una enfermedad tocaba su cuerpo a nosotros nos tocaba una preocupación por su estado. Por eso, la palabra enfermedad lleva los mismos fonemas para los animales y personas.

Codi fue creciendo, jugando y con un vigor físico envidiable. Dispuso de una libertad y de un espacio casi ilimitado para sus correrías. Disponía de una casa de campo en la que había otros perros. Cuando él llegaba, quería ser el sheriff o jefe de todos los demás con sus lógicos duelos. La mayoría de las veces los duelos se quedaban en tablas. No se daban las manos, pero si se olían para que cada uno tuviera su lugar.

Su instinto animal y su carácter le salían a borbotones cuando olisqueaba perras en celo. En ese estado, Codi no conocía a nadie. Toda su sangre y su mente se dirigían a ese olor y a esa perra. En la casa de campo, como había algunas hembras, sus instintos sexuales los consumía con una agilidad y perfección de carrera universitaria.

La relación sexual la realizaba con una libertad total, sin pudor social y algunos de los presentes, por ese pudor social disimulaban una cierta envidia.

En la época de celo, cuando las hembras llevan su perfume sexual sin frasco, los machos tienen ese don para olerlo, disfrutarlo y volverse locos, incluso a una distancia considerable. En estos momentos es cuando Codi nos ha dado los peores ratos. Dentro de un patio interior grande que queda a la trasera de la casa siempre andaba suelto, y por la puerta que daba a la calle, por una mínima rejilla que dejaba el desnivel de la calle, se escapaba. Unas veces tardaba poco; otras, llegaba a estar días desaparecido y era en esos momentos cuando la preocupación se hacía presente. Cuando aparecía se le daba una pequeña bronca y luego todo volvía a la normalidad, hasta la próxima, que no tardaba mucho.

Una vez, estando en el campo, desapareció por temas de hembras durante dos semanas. Lo dimos por desaparecido y nos hicimos a la idea de que no lo volveríamos a ver. Cuando volvió, más que un perro era un andrajoso desconocido.

Pasaban los años y, como los años en los perros son de una duración de dos meses aproximadamente, la edad se le iba acumulando. Físicamente siempre se ha encontrado muy bien y sexualmente impecable hasta sus últimos días. Los años, poco a poco, se hacían patentes en él. De un vigoroso salto se subía al sofá, a la silla; daba los saltos como si tuviera muelles en los pies. Subía la escalera, estrecha y empinada, con una rapidez vertiginosa. Poco a poco estos saltos elásticos fueron perdiendo potencia a pesar de que corría casi con el mismo ímpetu.

Los perros, cuando ladran, quieren nuestra atención, pero el lenguaje de los perros no está en su ladrido, está en sus ojos. Echado sobre mi regazo han sido muchas las horas que hemos estado hablando con la mirada, contándonos muchas cosas. Ya mayor, esa mirada me contaba como si supiera que su vida tuviera un fin y por eso se volvió más dulce y penetrante, con un aura de lágrimas en los ojos. Se quedaba dormido y le acariciaba su pelo, suave y de peluche, que traspasaba mis dedos y por medio de las manos acompasábamos los dos la respiración.

Codi, una noche no hace mucho, se fue, pero no del todo, porque el recuerdo y lo que nos ha dado queda en nosotros. Más que por mí lo siento por mi mano, que no podrá acariciar ese pelo de algodón y no podrá transmitirme la tranquilidad de su corazoncito. Adiós Codi, es hoy mi alma quien te dice adiós.

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