Somos obsolescentes, por Alba Delgado Núñez

“Nos duele envejecer, pero resulta más difícil aún comprender que se ama solamente aquello que envejece”. Fotografías veladas por la lluvia - Luis García Montero.

Nacer es un extremo y morir es otro. Y, en ocasiones, parece que nuestra vida es un acertijo que debemos resolver.

Si hay un tema del que nadie habla y que todos hemos aceptado como tabú universal es la muerte. Algunos la describen como una calavera que porta una guadaña y viste con una capa negra. Una figura flotante que va arrebatando la vida de todo aquello que encuentra a su paso. Otras personas la visten de blanco y de coloridas flores. Hay quien la celebra como un paso al más allá lúgubre y desdichado o quien la nombra como si fuera la entrada al paraíso. Cada cultura tiene sus propios rituales, creencias, ceremonias… Y hay tantas clases de luto como personas habitan este planeta. No busquemos un pretexto perfecto o imperfecto. ¿Quién ha dicho cual de todas es quién y cuál?

Es un tema lleno de controversias. Pero una realidad como una catedral. De nada sirve negar el hecho de que, más tarde o temprano, todos y cada uno de nosotros abandonaremos el plano terrenal donde estamos habitando. La muerte forma parte de la vida intrínsecamente. Tenemos obsolescencia programada, como los electrodomésticos.

Esta idea es la que más nos acongoja. Quizá por no saber a ciencia cierta lo que hay después o si lo habrá. Cuál podría ser la manera o la fecha exacta…

Poco nos preocupa el hecho de que antes de desprendernos del útero materno, no estábamos vivos del todo. Aunque posiblemente, más que el miedo a la incertidumbre, lo que nos pasa es que tenemos miedo del dolor. Tenemos miedo de sufrir, de creer que nos falte algún ser querido y continuar la existencia acompañados de una ausencia que cae como una columna gigantesca de piedra sobre la espalda. Y también de pensar cómo serán sus vidas sin nosotros, si echarán en falta algo, si tendrán ayuda cuando la puedan necesitar… El cómo será nuestro último momento. Imaginar que nuestra pareja se vuelva a enamorar o caer, simplemente, en el olvido de forma inmediata.

Nos volvemos recelosos de discurrir que no vamos a estar más y que otros, tal vez, puedan disfrutar de este regalo sin que lo merezcan. ¿Cuáles son los juzgados de la vida? Como si las de los demás fuesen de nuestra absoluta propiedad. Como si pudiésemos ver de lejos una vida en la que ya no somos los protagonistas.

Reconocerlo da miedo, o tal vez vergüenza.

Pensar en morir ¿Y después? ¿Y si después no queda nada? Quizá dejemos de existir como seres terrestres. Quizá volvamos a adquirir otra forma de energía, otra conciencia. Quizá, pero eso aún no somos capaces de averiguarlo. Es difícil de pensar, sin embargo, nos pasamos la vida preocupándonos más de lo que no tenemos, que de apreciar el privilegio del presente.

Pienso que la muerte hay que tomársela con filosofía. Quizá no sea esa amiga o conocida con la que te sientas a tomar unas copas, o puede ser que sí. Que tal vez sea necesario tener una profunda conversación con ella acerca de nosotros. Nos acompañan a nacer, pero pocas veces a morir.

Es habitual que nos llevemos las manos a la cabeza cuando una persona joven y sin enfermedades pueda hablar de su funeral. Parece que sólo pueden hacerlo las altas esferas bajo un ritual de alto secretismo. Tal vez la idea resulte morbosa o escalofriante, pero también puede ser una bonita manera de darse el último homenaje en la tierra. Porque ella puede llegar sin avisar. Y lo deja todo patas arriba.

Y podríamos planificarlo. Como el truco final. Fin del espectáculo por todo lo alto.

¿Es la muerte un momento de celebración? Que el concepto sea poner velas, un ambiente lúgubre, una caja, vestir de negro… pensar en la herencia material y espiritual… Pero que no deja de ser una celebración.

Bonito sería que homenajeasen nuestra vida, lo que hemos vivido y hemos hecho sentir a los demás. La virtud de haber podido hacer momentos felices en las vidas de otras personas. Y que lo hicieran riendo y bailando. Tal como te recuerdan.

La muerte es una parte más de la vida.

Es preciso poder hablarlo. Es preciso hacernos partícipes del proceso de nuestra despedida. Poder exteriorizar los sentimientos. Porque éstos parten de lo más profundo del ser humano. No debemos esconder la tristeza o el miedo porque nos parezcan feos. ¿Hay que sentir vergüenza por tener una emoción desagradable? Sabemos de sobra que aquí no todo es coser y cantar. El dedal se puede escurrir y, sin escurrirse, la aguja también se clava en el dedo. ¿Será que tenerla presente nos hace más conscientes de la vida? No solo es vivirlo, es también poder contárselo a alguien. Empezamos a morir cuando nacemos, todo el tiempo están muriendo cosas. Al principio estás mal y vale, pero luego la gente empieza a desesperarse y a afirmar que ya ha pasado mucho tiempo. Pero ¿cuánto tiempo está permitido el luto? ¿Nos lo permiten nuestros ritmos de vida actuales? ¿Nos faltan herramientas para tratar a la muerte con normalidad?

La vida no es una quiniela aleatoria, ni tampoco como quien se presenta a un examen sin estudiar. Aunque la adrenalina de obtener buenos resultados es terriblemente satisfactoria, ya hemos planificado previamente la fecha del concurso. Lo que hagamos entre medias, depende de nosotros.

Pero el día que nos toque, todo lo demás seguirá tal cual lo dejamos. Puede parecer insípido, puede resultar inútil. Ansiamos que ese momento no llegue nunca a ocurrir y, sin embargo, después, seguirán ocurriendo las cuatro estaciones, el agua seguirá fluyendo, los pájaros seguirán cantando, se hará de noche y de día y el tiempo no dejará de transcurrir.

¿Y si el tiempo no te permite ser importante en su historia?

El tiempo, el tiempo es algo pasajero. Quizá no podamos cambiar la historia del mundo pero, tal vez seamos el mundo para muchas personas, incluso más de las que podríamos imaginar. Tan sólo un instante al que no prestamos atención pueda ser la llave que abra las puertas de lugares fortuitos. O que cambien un destino.

Podremos ser un recuerdo fugaz o eterno. Si llevarnos, no nos llevamos nada, al menos sembremos flores por el camino.

Quizá así comprendamos la importancia de vivir intensamente cada instante. Aunque a veces haya turbulencias y necesitemos psicoterapia. Quizá pensarlo nos permita hacer una reflexión de la vida con nosotros y con los demás. Pero no podemos pasar por aquí como si fuésemos inmortales, lo que tampoco nos debe impedir vivir en la urgencia desmedida.

Y, si algo te pone triste cuando se acaba, es que era maravilloso cuando estaba pasando. ¿Cómo salir corriendo cuando tienes algo tan evidente en frente? No puedes pasar de largo. Nos da miedo comenzar, porque pensamos el final. Y si nos pone tristes, es porque realmente has sido muy feliz ahí. Puede parecer banal ver el mundo como algo triste, porque todo termina, todo muere. Si das un paso atrás y ves todo el conjunto… Si eres valiente como para ver una perspectiva más amplia…, verás que no es así. Es solo el principio de otra cosa increíblemente hermosa. Y tal vez, todos tengamos una misión. Puede que hayamos cumplido con nuestra misión… Aunque no lo parezca.

Comentarios