Si es así como pasa la Navidad, yo no me pierdo el Año Nuevo, por Cristian López


Acaba de pasar una época donde el cine, por cuestiones puramente románticas, cobra un papel sustancial. Es innegable que hay películas que siempre irán de la mano de un determinado momento del año. Ya sea por contexto, por tradición o por puros recuerdos. Estaciones que conectan con un largometraje en concreto y se nos quedan para siempre asociados en la mente. Y sin duda, la Navidad está llena de recuerdos en torno al séptimo arte. No conozco a nadie que no conjugue las vísperas de estas festividades con la necesidad (o incluso la obligación) de ver una obra en concreto. Y el que escribe esto no se queda atrás.

Hay películas absolutamente míticas que guardan relación con la estación navideña. Por muchas y diversas cuestiones. Y no hablo, en absoluto, de ese manido argumento de chica ejecutiva de gran ciudad que se marcha por vacaciones al pueblo de su infancia, y allí, sin esperarlo, se tropieza -mientras ambos eligen el enorme abeto que va a ocupar medio salón- con el niño que compartía pupitre, y que ahora es uno de los solteros de oro. Para nada. Más bien, mis recuerdos navideños están más ligados a esa odisea de Arnold Schwarzenegger en busca de un Turboman o las desdichas de Joe Pesci o Daniel Stern frente a un ingenioso (y aún adorable) Macaulay Culkin.

Sea como sea, si hay una película que verdaderamente yo asocio absolutamente a la Navidad, esa no es otra que la obra magna de John McTiernan (con permiso de Predator, 1987). Y es que no hay mejor plan en las vísperas de Nochebuena que ver como John McClane se pasea descalzo por un rascacielos de Los Ángeles tratando de acabar con un grupo de terroristas.

Así es, la Jungla de Cristal (1988) se ha convertido, por derecho propio, en uno de los clásicos de culto del cine mundial, estando, a su vez, en el Olimpo de las mejores producciones de acción de la historia. "Sayonara, baby”, ahí os dejo el debate. La cinta que catapultó definitivamente la carrera de Bruce Willis, un actor entonces semidesconocido y enfocado más bien a la comedia romántica. No obstante, a partir de ese momento ya siempre se le asociaría al papel de tipo duro.

Lo que muchos quizá no sepan es que no fue ni mucho menos la primera opción para interpretar ese papel que luego se ha alargado hacia una saga de siete películas. No obstante, los productores pensaron antes e incluso se lo propusieron a Robert De Niro, Richard Gere, Frank Sinatra, Mel Gibson, Nick Nolte, Harrison Ford, Burt Reynolds o Sylvester Stallone. Una cinta cargada de momentos inolvidables como ver a Willis arrastrarse por los conductos de ventilación, su salto desde lo salto del rascacielos o la confrontación con el tristemente desaparecido Alan Rickman quien, por cierto, protagoniza una escena memorable y cuya secuencia fue inesperada para el propio actor. De ahí su cara de sorpresa una vez se produce. Pero no haremos ningún spoiler aunque hayan pasado más de 30 años.

El verdadero espíritu navideño está ahí. Una película con infinidad de capas entre las que rascar para extraer curiosidades y pequeños homenajes que hacen las delicias de los amantes del cine. Por ejemplo, la idea de utilizar el cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven salió directamente del propio director, que tuvo que luchar con la oposición de Michael Kamen, autor de la banda sonora. Al final, logró convencerle al atribuir su interés en homenaje a La Naranja Mecánica (1971) de Kubrick, como aditivo a la ultraviolencia que muestra la cinta.

“Yippee-Ki-Yay, Motherf*cker!”

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