El cine de animación, ¿una cosa de niños? Por Cristian López


No. Rotundamente no. Sin discusión alguna. Ya os adelanto yo la respuesta a la pregunta que marca el titular de este artículo. Para liberar tensiones y dejar a un lado el debate. Y es que existe una falsa creencia, por suerte cada vez menos sustentada, y que viene a defender que la animación es siempre un tema puramente infantil. Una absoluta y completa falacia que, en cualquier caso, ya debería estar completamente olvidada, y hay ejemplos en la televisión que llevan años demostrando todo lo contrario. Por decir unos pocos, a buen seguro que todo el que lea esto habrá visto alguna vez un capítulo o, al menos, una secuencia de series como Los Simpson, Futurama o, más recientemente, Rick y Morty. Y ya podría dejar de escribir.

Bien es cierto que, en el caso del cine, la industria históricamente ha propiciado que los términos animación e infancia fuesen de la mano, siendo en muchos casos indisolubles. Quizá uno de los grandes culpables en este sentido sea Disney, cuya adaptación de los cuentos clásicos ha formado a multitud de generaciones, endulzando e infantilizando en muchos casos esas historias que, en otros formatos, son seguramente mucho más adultas.

Sin embargo, hay ejemplos infinitos de todo lo contrario, aunque quizá, para el gran público, han quedado históricamente eclipsados por estas obras pertenecientes a industrias mastodónticas. No pretende un servidor sentar cátedra con lo que aquí se escribe, sino más bien ofrecer una perspectiva más amplia, puede que absolutamente asumida para ti lector, de lo que puede llegar a aportar el cine de animación. Es más, me atrevo a decir que la película más dura que yo jamás he visto es precisamente de este género. Un poco más adelante volveremos a eso.

Y es que, al igual que ocurre para ese cine hecho a conciencia para niños, los creadores de animación asumen dicha práctica como un medio que no conoce límite, por lo que existen infinitas posibilidades de crear universos que, en otros casos, solo existirían en el mundo de los sueños.

Volviendo al caso que comentaba antes, el responsable de esa obra no es otro que el Studio Ghibli, considerado, con total razón, como uno de los mejores estudios de animación del mundo. En él figuran multitud de títulos de películas que, si bien podrían ser disfrutables para niños, considero que lo son aún más para adultos. Unas de las obras más conocidas, sin duda, es El viaje de Chihiro, de Miyazaki. Pero quizá la que más me marcó fue La tumba de las luciérnagas, en su caso dirigida Isao Takahata, una película de una emotividad brutal. Algo más de hora y medio de largometraje que, para el espectador (al menos así fue en mi caso), supuso una experiencia de emociones y sensaciones tan poderosa que es realmente ese el momento en el que comienzas a replantearte la animación (la misma tiene, incluso, un remake de imagen real).

Desgarradora y devastadora a partes iguales. Está muy lejos de ser cine familiar, aunque la historia, dura de principio a fin, consigue adentrarse en lo más doloroso de la vida de la forma más hermosa posible. Por tanto, a ti que estás leyendo esto y no la has visto aún, te recomiendo que lo hagas un día de mucho sol, con las ventanas bien abiertas. Un día que la declaración te haya salido a devolver o que no te haya llegado recientemente una invitación de boda. Huye de cualquier mala noticia si vas a enfrentarte a la historia de Seita y Setsuko.

En definitiva, el objetivo de este texto no va más allá que reivindicar que la animación supone un universo infinito. Que no hay que juzgar previamente, y es por ello que quiero darte otros muchos ejemplos, tales como Persépolis o las españolas Arrugas, Buñuel en el laberinto de las tortugas o Un día más con vida. Adéntrate y disfruta. Sin prejuicios. La bofetada de realidad sí que puede ser a imagen real.



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