El molino del Toro, por Ángel Márquez

Cuando uno se adentra en la Sierra de Montilla en la época estival, las viñas crean un manto de verde frescor que deleita a los ojos, un manto que en los últimos años va mermando por la sequía de los precios y por unos cambios en los hábitos de beber, saborear y querer nuestro vino.

Si comenzamos a subir Cuesta Blanca, conforme ascendemos, la mayoría de la sierra de Montilla se encuentra a nuestros pies y el manto verde se despliega ante nuestros ojos junto a la gangrena del olivo que lo va diezmando. Con todo, es un paisaje impresionante que todo montillano debería por lo menos una vez en su vida visitar y contemplar su magnificencia.

En el punto intermedio de Cuesta Blanca se encuentra el molino del Toro; aunque hoy en día muy fragmentado en viviendas, no ha perdido su esencia como molino. Como corazón, dueño y doctor del molino del Toro se encuentra a una persona metida en sus ochenta años y con una vitalidad que juega a engañar a su edad: Manuel Roldán Espejo, Manolo para todos.

Un día, Manolo, tomando unas copas y bajo una parra que se divertía troceando la luz del sol, me contó un poco de la historia de este molino: “Al molino del Toro llega en el año 1912 mi abuelo Rafael Roldán Pérez, como arrendatario. En el año 1919 compra el molino y cien fanegas de la finca, todas de olivos. En aquellos años, como indica su nombre, era un molino de aceite. Hoy en día se conservan las torres donde se encontraba las prensas de moler. En el año 1956 se sacan los olivos y plantan viñas y es a partir de estos años cuando por el molino del Toro comienza correr el mosto que se convertirá después de un reposado sueño en nuestro querido vino. En los años 60 aún no había electricidad, por lo que todas las faenas eran muy manuales. Se molía con palanca de mano, repitiendo hasta tres veces el prensado. La capacidad de la bodega era de 5.000 arrobas repartidas en 18 tinajas o conos de hormigón, todas ellas acogidas en una bodega con sabor antiquísimo. Creo que es la bodega más antigua que acoge tinajas de cemento, porque mucho antes, desde el año 1745 se tiene conocimiento de que esta construcción estaba como ahora la vemos, acogiendo tinajas de barro para el aceite, sobreviviendo algunas todavía.

En los años 70 llega el prodigio de la electricidad y esta trajo algunos adelantos en la molturación de la uva, se compró una moledora y una prensa horizontal.” Las dos máquinas se encuentran en el mismo sitio en el que hace tres años se hizo la última vendimia.

Han sido sesenta años de vendimia continua de una bodega familiar llevada por Manuel y sus hermanos Rafael y Antonio. De estos sesenta años, los quince últimos, la vendimia y la comercialización del vino ha sido llevada a cabo por solo por Manuel, que a sus setenta y nueve años ha tenido que rendirse a las invasoras evidencias.

Tengo que mencionar en estas letras a Paco Espejo, un constructor con una visión estética envidiable. Cuando visitó por primera vez el molino del Toro, a pesar de su abandono, de su deterioro y de su dejadez, vio todas las posibilidades constructivas que este contenía. Compró una parte, y el diseminado y casi derruido molino del Toro tomó un empuje de renovación y belleza que, junto a la vista de la sierra y de la campiña, lo ha convertido en uno de los lugares con más historia y encanto que hay en toda la sierra de Montilla. Poco a poco otros propietarios, siguiendo los criterios de Paco Espejo, hicieron también reformas y hoy en día el molino del Toro dispone de la salud de un toro bravo.

Los que hemos estado una y muchas veces en esta bodega, hemos saboreado el nuevo vino de sus tinajas con una libertad absoluta que nos daba Manolo, libertad que nunca podremos pagarle por todos esos momentos mágicos donde desvirgábamos tinaja tras tinaja el primer vino del año. Es muy difícil explicar en palabras esos momentos únicos y mucho menos cuando se bajaban las empinadas escaleras con el dios Baco dentro del cuerpo.

Ya son tres años de silencio, tres años sin oír el ruido de la moledora y la prensa, y el sonido del mosto cayendo en las tinajas, tres años sin el olor a la fermentación del mosto, tres años que vivimos un poco con menos vida. Allí todo sigue igual pero sin su rey, el vino.

Para amar el vino nuestro, para que las generaciones jóvenes disfruten y saboreen el vino de nuestra tierra, creo que hay que empezar por acercarse al agricultor y a sus uvas. Con seis copas de vino en una mesa, con sus distintos sabores e infinitos e indescifrables aromas, no creo que sea el primero y aún menos, el mejor camino para que aprecien nuestro vino. Primero son las uvas, y luego el proceso de prensado, molturación y fermentación, para llegar a ese primer vino que es el de tinaja, fresco y aromático. Con la libertad de que cada cual le ponga al sustantivo que le apetezca a cada aroma.

En el lagar del molino del Toro se dan unas circunstancias excepcionales para realizar estos pasos, pudiendo crear unas escuelas talleres vitivinícolas, donde chicos y grandes aprendan cómo de unas uvas, por la magia del trabajo de un agricultor y de un viticultor, se llega a crear un vino único. Espero que alguna entidad pública coja este testigo para añadirlo a los carteles de la ruta del vino.

Si esto no sucede, es cuestión de que algunos locos amantes del molino del Toro, que tanto nos ha dado, le devolvamos el arranque de su corazón haciendo aunque sea una pequeña vendimia. A San Pito me encomiendo.



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