Lo social no es caridad, por Alba Delgado Núñez


Movía los pies por inercia. La cabeza baja y la falta de conciencia. Sabía que hacía sol, pero el cansancio pesaba tanto que desconocía por completo cualquier otro estímulo externo. No pensaba en nada, simplemente mantenía la concentración. Cualquier hora del reloj era demasiado temprana. Y el día había empezado siendo de noche, tal y como acabó el día anterior. Y como sería ese, y el siguiente… Una y otra vez. Levantarse temprano, acostarse tarde. Correr, coger el metro durante una hora, rezar para que no hubiera incidencias. Llegar a la inexorable y vana existencia.

En eso se había convertido todo.

Creció convencida de que tendría un futuro brillante. Estudiar algo social no fue la mejor opción. Una y otra vez se preguntaba ¿qué más podría haber hecho? Y la respuesta siempre era igual: nada. No se imaginaba trabajando en una oficina llena de números. No se imaginaba dando clase en un gimnasio, ni en una escuela. No se imaginaba resolviendo pleitos, ni conduciendo algún medio de transporte público. No se imaginaba de otra manera que no fuese tratando de hacer que la vida de los demás fuera plena e independiente.

Una condena, a decir verdad. Contratos de pocas horas y por tiempo limitado. Salarios bajos, contratos por categorías inferiores. Falta de oportunidades, falta de medios. Frustración y más frustración. Sacar fuerzas de donde ya no las había. Fingir que no pasaba nada y que todo estaba bien. No llegar a fin de mes, no tener vida independiente, contar cada céntimo, pasar por las tiendas sin mirar los escaparates…

Ni una mueca, no debía dejar apreciar ni una sola mueca.

Un día y otro igual. Como si no tuviera ni el derecho de poder pararse a descansar.

El arrepentimiento le recorría el cuerpo. Sentía que era demasiado tarde para echarse a otro lado.

Tarde, por falta de experiencia.

Tarde, por tener que empezar otra vez de cero.

Tarde, tarde y tarde.

Demasiado tarde.

Cada día daba lo mejor de sí. Cada día veía cómo ignoraban lo que ocurría en su interior. Cada día echaba de menos una pregunta… pero esa pregunta daba igual. Había quedado en un segundo plano tan ínfimo que parecía invisible. Solamente se acordaban cuando no hacía las cosas bien. Pero nadie, absolutamente nadie, se planteaba el motivo de haber cometido el error.

Estaba agotada, cansada, harta. Odiaba el discurso de siempre: “¡Oh! ¡Pero tu profesión es tan bonita! Hay que tener mucha paciencia para eso, ser buena persona. Es un trabajo muy vocacional” ¡Y tanto! Igual que cualquiera que se dedica a arreglar coches, a construir casas, a decorarlas, al campo, a la banca, publicidad… Pero a ellos no les hacen trabajar gratis para “coger experiencia”.

No le damos valor a las cosas que importan. Ni dignidad, ni respeto. Seguimos pensando que lo social es caridad. Y sí, está muy bien ayudar a los que lo necesitan. Pero también es necesario no dejar de lado a las profesiones que están ahí, día tras día, tratando de que la vida de los demás sea lo mejor posible. Cuando los servicios no se prestan en condiciones por falta de medios, por exceso de ratios. Cuando le faltan horas al día para trabajar y, aún así, no llegas a fin de mes. Cuando estudias algo y parece que cualquiera vale. Cuando no se piensa en las necesidades de otros hasta que no las tienen y entonces se quejan de lo mal que está.

¿Cuándo le vamos a dar valor a las cosas que importan? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que lo social no es caridad? ¿Cuándo vamos a dar un golpe en la mesa y a reclamar lo que nos afecta a todos? ¿Cuándo daremos dignidad y respeto a las profesiones sociales y a las personas que nos necesitan?

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