Egipto 2002, por Francisco J. García Gascó


Pido permiso para que, en estos atribulados tiempos que corren, los recuerdos se sienten en la tribuna de la actualidad.

Hace algún mes me invitaron a recordar y a celebrar. Veinte años vividos eran los culpables de ambas cosas. En 2002 nació el Coloquio de los perros y viajé por primera vez a Egipto. Viajar es celebrar. Celebremos, pues. Cumplamos los ritos y consagremos cada día de nuestra existencia.

Cuando uno se va aproximando al medio siglo parece que algunos recuerdos se disipan. No me pasa eso si pienso en Egipto. Con él mis emociones me llevan mucho más atrás del 2002. A un día de 1978. Mi padre me acababa de regalar un cómic de la editorial SM sobre viajes en el tiempo y Egipto. No puedo explicar por qué, pero fue algo embriagador. Las imágenes de templos, pirámides, el Nilo, las falucas, momias, dioses ignotos, ritos funerarios mistéricos o grandes enigmas se sucedían como un torrente de emoción. Desde ese día tuve un íntimo y profundo deseo: ir allí.

Mucho se ha escrito sobre las grandes decepciones que puede causar aquello que tenemos idealizado pero no conocemos. La arcadia que hemos construido en nuestra mente puede tornarse delirio si, cuando esta se quita la mascarilla, nos encontramos con un averno. Advertido ya estaba de los riesgos de cruzar la Estigia que separa sueños de realidad, pero tenía que hacerlo. ¿Cómo fue?

Colmó todo. Recuerdo a Punset contar en esa maravillosa “red” que tejía cada domingo que, al estudiar la felicidad, expertos determinaron que la misma vivía en el preludio de ella: “un perro muestra más emoción cuando ve a su dueño preparar su comida y llenar su cuenco que cuando está comiendo”. Supongo que los humanos seremos más felices los viernes que los sábados, pero para mí Egipto fue un eterno fin de semana.

Un día de finales de julio, con 50ºC, arribé a Luxor. Deposité mi voluminosa maleta (eran quince jornadas las que me esperaban) en la habitación del barco en el que remontaría el Nilo hasta Assuán y rápidamente me fui al Valle de los Reyes. Todo el mundo habla de la tumba descubierta por H. Carter en el 1922, pero son mucho más impactantes las de Ramsés VI o Tutmosis III. Aunque si de tumbas hablamos, ¡Dios Santo!, hay que ver una vez en la vida la tumba de Nefertari. En el Valle de las Reinas, me supuso levantarme a las 4 de la mañana para poder tener una de las de 50 entradas que se vendían cada día. El entuerto mereció la pena. Recién restaurada por los italianos, lucía como si estuviéramos momentos antes de su clausura para la eternidad.

Sin marcharme de allí, me perdí por los templos de Karnak y Luxor. La sala hipóstila del primero y la visión de la entrada del segundo quedan grabadas a fuego en la memoria del visitante. Medinat Habu y Hatshepsut cerrarían mi periplo en la antigua Tebas.

En dirección sur, Edfú y Kom Ombo fueron posta antes de visitar la presa de Assuán. Desde esta, y tras un largo viaje en bus, llegué a Abu Simbel. No pierdan la oportunidad de ver anochecer mientras las luces de color inundan su entrada. Como curiosidad, este templo fue movido piedra a piedra en 1968 para evitar su inundación por las aguas nilóticas. España, al contribuir a su traslado, recibió el conocido templo de Debod de Madrid, entre otras cosas.

Tras tres días de impasse recorriendo el lago Nasser, tomé un nuevo avión a Sharm el-Seij (Mar Rojo). Buceo en arrecifes coralinos. Subida al Monte Sinaí y parada en un lugar del que recomiendo la investigación del lector: el Monasterio de Santa Catalina.

Ya al final, me esperaba la guinda del pastel: El Cairo. Hermana de la antigua Menfis, sus casi diez millones de habitantes viven en un enjambre de historia y polución. Por fin fueron las pirámides, sí. Y la Esfinge, y el Museo de Barca, y las mezquitas de Alabastro o Ibn Tulun, y el barrio copto, y el mercado de Jan el-Jalili, y el Museo Arqueológico con todo lo encontrado en la tumba de Tutankhamon, y la ciudad de los muertos y…

Así fue como mi sueño de infancia se cumplió.

Solo me queda despedirme con un brindis por 20 años más de viajes y de Coloquio de los perros. Dios, Alá y Vladimir lo quieran.

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