Por la Sierra de Gredos, por Calos A. Prieto


El cielo estaba limpio en Madrid tras semanas sin tráfico. Tras el período de aislamiento obligatorio, todos huíamos en esos días de principios de verano. Aunque nadie tuviese claro el motivo. Huir significa “alejarse deprisa, por miedo o por otro motivo, de personas, animales o cosas, para evitar un daño, disgusto o molestia”. Yo me escapé al pinar de Navarredonda de Gredos, el paraje solitario de la Sierra de Gredos donde se esconde el primer Parador de Turismo.

Oscurece tarde en el verano de Gredos. Camino por el pinar desde el Parador. Es un agradable paseo entre pinos, helechos, algunas vacas y muchas moscas. Llevo un facsímil del Elogio médico de la Sierra de Gredos, un librito que Gregorio Marañón escribió en 1919 para animar al turismo por estos bosques. Enumera los beneficios de las montañas como remedio al malestar de la vida urbana: “el tanto por ciento de muertos que la ciencia arranca a las infecciones queda compensado por el aumento aterrador de las víctimas de la vida excesivamente rápida”. Y eso que no consta que Don Gregorio usara el metro en hora punta. Con pretensiones más filosóficas, Peter Handke situó en La pérdida de la imagen o Por la Sierra de Gredos a una ejecutiva alienada que se esfuma por estos montes sin avisar a nadie. Como una quijotesa moderna pasa por aventuras donde la topografía, los espejismos y el poder evocador de las imágenes provocan su catarsis.

De vuelta al Parador me entretengo en la terraza repleta de clientes. Demasiada gente con tanto virus suelto. Me refugio en el salón donde los padres de la Constitución del 78 se confabularon para pactar algunas líneas básicas de la Carta Magna. Menos partidario de las constituciones democráticas, se dice que José Antonio Primo de Rivera reunió aquí en 1935 a la cúpula falangista para preparar un golpe contra la República. Me imagino la sala saturada de humo y a los camisas azules conspirando mientras bebían whisky del bueno. Se ve que tanto los padres de la democracia como los de la dictadura se escondían en Gredos del ajetreo de la ciudad.

De amanecida, hago caso al consejo del Dr. Marañón y me preparo para subir las montañas de Gredos. El paso natural que comunica las dos mesetas desde hace milenios es ahora el Puerto del Pico. Ha servido como carretera romana, paso medieval de ganado y ruta de carretas madereras. Al coronar el puerto por la carretera nacional, cerca de un mirador, se accede a la calzada romana que sube hasta coronar el alto. Me asomo a los primeros escalones de la calzada, inclinada hasta alcanzar pendientes terroríficas. ¡Están locos estos romanos! La bajada del Pico lleva hasta Arenas de San Pedro, donde Carmen Laforet pasaba largas temporadas con sus perros para huir del éxito de su Nada. En su caso eligió como refugio una casita en el camino de Guisando. Otra desertora de la vida moderna.

En mi ruta dejo las carreteras nacionales y enfilo el Alto de la Centenera de vuelta hacia Navarredonda y mi última parada, la Plataforma de Gredos. Se llega a la plataforma por una carretera que Franco mandó construir en los cuarenta para ir cazar a gusto. El asfalto acaba a unos 1700 metros. Allí comienza un camino que lleva al espectacular Circo de Gredos. Glaciares. Lagunas alpinas. Un espectáculo de crestas, torrentes, cabezos y portillos de paso entre rocas. Y por encima de todo, el pico Almanzor a casi 2700 m.

Por encima de los pinos salen las primeras estrellas y camino hacia una sesión nocturna de Astronomía. Nos enseñan a localizar la Estrella Polar y situar el norte a la manera de los antiguos navegantes. Y como en casi todos mis viajes me acuerdo de Steinbeck. En Por el Mar de Cortés escribe que Polaris representa la constancia, alguien en quien confiar. Quizás aquel verano, como siempre, solo persiguiéramos escapar del horror y buscar lo inmutable, un punto fijo por el que orientarnos en medio de la desolación.

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