El Coloquio de los perros es la Novela Ejemplar cervantina en la que aparecen Montilla y la Camachas, y da nombre a nuestra asociación. Sus protagonistas, dos canes, Cipión y Berganza, también pretenden serlo de nuestra revista. En cada número, a través de sus reflexiones y posturas en páginas centrales, uno a favor y otro en contra, iremos tratando temas de interés para nuestra sociedad. En esta ocasión, ladrando sobre la situación hace 20 años o después de 20 años.
Cipión: hace 20 años
Berganza, hermano, más de cuatro siglos llevamos conociéndonos desde que nuestro insigne Don Miguel nos incluyera en su novela ejemplar, y veinte los años que nos contemplan encontrando opiniones, un ladrío tras otro, en las páginas de esta revista ya tan nuestra gracias a los perros socios que decidieron crear la asociación que la edita y promueve, y que nos permitieron poner negro sobre blanco nuestras opiniones.
Yo, particularmente, aún añoro aquellos tiempos. Unos cuantos jóvenes con inquietudes, muchas, culturales y con un gran sentimiento de poner en valor su tierra y de fomentar el diálogo decidieron dar forma a todo ello a través de un colectivo de nombre cervantino y montillano; el coloquio de los perros, qué bello, qué sugerente. Todo era ilusión, ganas por emprender actividades y por hacer valer esas inquietudes y trasladarlas a la sociedad. Tiempo tenían aún de sobra para ello, para disfrutar de las aficiones que les llenaban.
No como ahora, que las obligaciones laborales y familiares no solo no dejan momento para participar en nuestro coloquio perruno, sino que apenas queda nada de esa ilusión. La rutina del día a día se lo ha comido todo. Las orejeras que el quehacer diario nos impone solo dejan entrever la llegada de la mañana siguiente, de una nueva semana que será igual que la anterior. Sobrevivir al hoy, convertirnos en modernos Sísifos. Las actividades y la asociación siguen funcionando por inercia, porque ya llevamos veinte años haciendo lo mismo y seguiremos repitiéndolas como repetimos todos nuestros hábitos vitales.
¿Recuerdas aquel 23 de diciembre de 2001? Restaurante Don Quijote, más Cervantes aún, no podía ser de otro modo, es nuestro sino perruno y asociativo. Allí empezó esta andadura. Tres meses antes habían caído las Torres Gemelas en Nueva York y parecía que el mundo no volvería a ser el mismo y todo sería peor. Un nuevo orden mundial asomaba con un claro policía mundial, el mismo que había sufrido aquel terrible acto terrorista, liderado por un aspirante a obtener a duras penas el título de la ESO: George Bush, hijo. Ni China, ni la Unión Europea ni un novato presidente ruso, un tal Putin, estaban dispuestos a cuestionar aquella supremacía ni las intervenciones en Afganistán y, poco después, en Irak. Armas de destrucción masiva. ¡Qué tiempos!
Más de veinte años después, echo de menos aquellas ingenuas preocupaciones. George Bush, en su ineptitud, era consciente, al menos, de sus limitaciones y se dejaba manejar cuan marioneta por gente más preparada que, aunque en el fondo, buscaba medrar sus intereses personales sin más, tenían claro que para conseguirlo era fundamental contar con la supervivencia del resto de la humanidad como especie. Ahora, seniles señores como Biden y Trump, que deberían disfrutar de una plácida jubilación en una lujosa residencia de Florida sin más preocupación que controlar sus esfínteres, comandan la primera potencia mundial mientras aquel mismo Putin, veinte años más viejo y más pellejo, no menos senil, decide ponernos al borde de una tercera guerra mundial. Bin Laden a su lado parece un niño travieso.
El miedo a atentados nos volvió más paranoicos, hizo aumentar las restricciones y las medidas de seguridad en los viajes y en las aglomeraciones de personas. Incomodidades y esperas, sí, pero sin mascarillas ni confinamientos ni pandemias. Con referentes informativos y científicos de cuya veracidad en sus aseveraciones no dudábamos; sin bulos, fakes news, ciberataques ni terraplanistas.
Hace veinte años, nuestra asociación se enorgullecía de ser pionera en las comunicaciones por correo electrónico. Nada de papel y envíos postales. Pero con un objetivo: informar a los socios más eficientemente de las actividades y reuniones presenciales que íbamos a llevar a cabo. Hoy en día, el medio se ha convertido en la finalidad: nos reunimos, realizamos actividades y trabajamos telemáticamente. La relación social se lleva a cabo a través de la red; no somos nadie si no estamos conectados. La interacción personal cara a cara es secundaria. Podríamos haber creado la asociación a través de una videollamada por Meet o Zoom.
¿De verdad, Berganza, cánido amigo, no te parece mejor aquel lejano 2001? Yo no lo dudo. Creo que estamos peor que hace veinte años y que lo único que permanece inmutable e invariable es Jordi Hurtado.
Berganza: después de 20 años
Cipión, perro viejo, se te notan los más de cuatro siglos de edad y los veinte años de ladríos. Ya estás en plan cuando yo era joven esto no ocurría, antes todo era mejor, había menos pulgas y no picaban tanto. Eres un chucho anciano. Te ha faltado decir que cualquier rey Felipe pasado fue mejor.
Yo también me acuerdo de aquel 23 de diciembre de 2001 en el Restaurante Don Quijote y estábamos dos perros (tú y yo) y siete gatos que crearon esta asociación. Hoy en día somos más de cincuenta y de edades e inquietudes más variadas, que ahí está el gusto. Con menos tiempo, sí; con menos ilusión, no. La experiencia es un grado, y en nuestro colectivo perruno cultural, cervantino y montillano, andamos ya sobrados de ello después de más de veinte años. La eficiencia y eficacia es cada vez mayor. El conocimiento de nuestras limitaciones y nuestras capacidades, también. Muchas actividades e iniciativas han quedado por el camino porque no nos han llenado. Otras muchas se han mantenido desde el origen o han ido apareciendo y permaneciendo después; las que nos han aportado y han seguido ilusionando. A lo que tú llamas rutina, yo lo llamo rodaje y aprendizaje. Hacemos lo que nos gusta, lo que sabemos que podemos hacer y lo hacemos más eficientemente y mejor. Así evoluciona un colectivo.
Sonrío con tu añoranza de aquel tiempo y de la situación geopolítica o social de entonces. ¡Qué ingenuo te has vuelto en tu vejez! Cualquier año es bueno para que ocurra una calamidad, ya sea el 2001, el 2020 o el 2022. Sobreponernos a ellas, salir fortalecidos y reforzados es lo que nos hace crecer como sociedad.
Personajes como Bin Laden o Putin han existido siempre. Simpáticos amigos de los poderes fácticos que, dos décadas después, se vuelven contra ellos. Cuando eso ocurre, la respuesta más o menos uniforme y con fundamentos democráticos frente a sus desmanes y desvaríos es lo que tenemos que medir. Y, de momento, parece que en la actualidad esa réplica es más contundente, unánime y basada en los derechos humanos que la que se dio hace veinte años. Los gobiernos democráticos, la opinión pública, los medios de comunicación han aprendido no solo de los atentados de 2001, sino de sus consecuencias posteriores en Afganistán, Irak o Siria y de las medias verdades y desunión que conllevaron.
El primer líder mundial, Joe Biden, es un señor mayor, cierto. ¿Lo llamas senil por etiquetar a Putin como criminal de guerra? Bendita senilidad entonces. Prefiero un presidente de Estados Unidos con iniciativa y criterio propio que un Macario de José Luis Moreno con acento texano. Es más, en estas dos décadas, los estadounidenses han demostrado que son capaces de rectificar cuando erran y eligen a peleles como Bush hijo o Trump.
Otro apunte más que añado, Cipión amigo: situaciones de crisis como la guerra en Ucrania o el covid19 han conseguido que, de una vez por todas, la Unión Europea parezca unida. Y que la humanidad entera dé una respuesta científica y tecnológica endiabladamente eficaz y rápida a una pandemia mundial. Vacunas y vacunaciones en tiempo récord, mantenimiento de la capacidad productiva y de las relaciones sociales aunque sea telemáticamente, que parece que te molesten las innovaciones.
Las mismas que sirven de altavoz a conspiranoicos, sí (han existido siempre pero circunscritos a sus tertulias de anís mañanero hasta ahora, coincido en eso contigo); las mismas que posibilitan la difusión más veloz de los avances y nuevos descubrimientos y hacen posible un mayor nivel medio de conocimiento universal. ¿O acaso prefieres, Cipión, los doctos y eruditos tiempos de nuestra amiga La Camacha, en los que solo unos pocos elegidos eran los depositarios del saber y aún menos los que decidían qué era lo que se podía saber?
A pesar de excepciones como Boris Johnson, cánido amigo, tengo la sensación de que hemos avanzado en estos veinte años.
Y ahora que hago referencia a la pérfida Albión, como el Pisuerga pasa por Valladolid, lo mismo que tú haces mención de la inmutabilidad e invariabilidad de Jordi Hurtado, que es innegable, yo te respondo con su británica majestad, la reina Isabel II. Solo puede quedar uno.
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