Burro grande, por Paco Espejo


Tras una ardua investigación (una búsqueda en Google durante treinta segundos) he llegado a la conclusión de que España es el único país que en el momento en que escribo está creciendo en extensión. Para que nos entendamos, España mañana será más grande de lo que es hoy. Me invade un leve sentimiento patriótico ante esa última afirmación. Algo así, pero elevado a la enésima potencia debieron sentir nuestros compatriotas allá por el siglo XVI, si es que a aquellos reinos se les puede llamar propiamente España y a sus habitantes nuestros compatriotas.

Hablar de las islas Canarias siempre lleva a la imagen de esos descubridores con sus canes luchando a vida o muerte con los guanches, estos últimos, que profesaban una honda reverencia a esa fuerza de la naturaleza que son los volcanes. Será porque es aterradoramente bello el espectáculo de ver a la tierra expulsar esa mezcla de gases y roca incandescente al aire. Como una especie de alegoría del infierno se observan los ríos de magma avanzar destrozando a su paso todo aquello que encuentran. Ríos cuyo resplandor rojizo y anaranjado estábamos acostumbrados a ver en las películas apocalípticas, de esas que habitan el horario de siesta los fines de semana, o en conexiones con Honolulu, donde estos fenómenos están a la orden del día.

Pero aquí, en nuestro ahora creciente país, la dramática situación de aquellos que ahora viven a la sombra de las fumarolas nos ha recordado inmediatamente la capacidad destructiva de la naturaleza, esa misma que hace crecer la isla con una imparable fuerza y que deja en vano cualquier intento humano de contenerla o encauzarla. Sirve pues de ejercicio de empatía con aquellos no tan distintos de nosotros que una vez habitaron en las fértiles laderas del monte Vesubio.

La naturaleza es, entendida como sistema, aquel medio en el que habitamos y que condiciona la mayor parte de aspectos de nuestra vida. Puede que nos sorprenda cuando se manifiesta de forma tan violenta como en la erupción de un volcán, pero su constante influencia en algo tan habitual para nosotros como la actividad agrícola nos ha de hacer reflexionar sobre cómo hemos de tratar nuestra relación con ella. Las sequías y lluvias torrenciales no son sino un reflejo de cómo una naturaleza cambiante puede complicarnos la existencia y que quizás deberíamos apostar por un modelo que sea más respetuoso con ella.

España está creciendo, pero de qué nos sirve habitar un país cada vez más grande si su territorio es cada vez más hostil para la vida humana.

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