Tolka, por Miguel Cruz Gálvez


Reconozco que cuando lo conocí no era el tipo de persona con la cual suelo tener buen feeling, pero la vida me ha enseñado a no tener prejuicios y siempre ahondo en el trato. No sólo porque todo el mundo merece la oportunidad sino por propio egoísmo, porque en cada persona hay siempre algún botín, pequeños o grandes tesoros que nos enriquecen.

Algo así le sucedió a Tolka a su llegada a la ciudad. En un principio pasó inadvertido, a veces incluso fue rechazado. Posteriormente, su presencia sencillamente resultaba extraña, pero al cabo de un tiempo, ya considerable, pasó a ser persona de veneración.

Tolka contaba cómo de inicio su vida había sido intensa, con actividad frenética, continuos esfuerzos, muchas veces vanos, y muchas idas y venidas. Todo eso en medio de mucho ruido, ruido exterior y ruido interior, cosa que siempre le pareció innecesaria, como innecesarios le parecían tanta avaricia, disputas y conflictos entre nuestros semejantes, con los que topaba cotidianamente. Un absoluto extravío de energía y tiempo y, sobre todo, una clara pérdida de enfoque, malogrando la consciencia de lo que importa y lo que no.

Así, un día dijo basta y decidió parar para ser consecuente con lo que sentía y con lo que había aprendido. Decidió poner cordura en su vida y practicar la pausa y el silencio para reconducirse él y tratar de hacerlo con todos los que alcanzara.

Pero como no eran necesarias la calma y la sensatez donde ya los había, se instaló en medio del caos de la vida urbana, dispuesto a que sus semejantes recuperaran el enfoque.

Tolka sembró con su ejemplo en aquel “campo de cultivo”, aunque su semilla tardó en dar fruto, pero lo hizo, poco a poco, porque nunca hubo una gran obra que no se construyera lentamente.

Ante la histeria, las carreras y las disputas, practicaba su quietud y su inhibición. Y cuando ellos habían acabado sus afrentas y calmado sus ansias, se presentaba enfrente, ofreciendo su talante sereno para que al alzar la vista de sus ombligos le encontraran haciendo lo que tenía que hacer, tratar de dar a cada cual lo que necesita: calma, quietud, alegría, alguna palabra sabia y sobre todo un claro mensaje: “No pierdas el foco sobre lo que importa, no malgastes tu tiempo y energía. Cárgate de luz, cárgate de vida. Ambiciona sólo ser la mejor versión de ti mismo”.

Y así fue calando su mensaje, convirtiendo al corazón de aquella urbe en un hermoso remanso de paz, contagiando su modus vivendi a todos y cada uno de los habitantes del lugar. Tenderos, hosteleros, ejecutivos,…cualquier ciudadano de a pie que llegaba a conocerlo. Y así, aprendían que casi nada es tan importante, que hay soluciones para casi todo y que  no merece la pena derrochar energía en lo innecesario.

Evidentemente, el mundo no funcionaría sólo con una buena predisposición. No funcionaría si todos asumiéramos simplemente el papel de Tolka, pero tampoco funcionaría si no existieran personas así, como él, que nos reorientan y nos sitúan a los demás para poder cada cual recorrer nuestro camino. Un camino que no es más que cumplir el imperativo de aprovechar nuestro talento, atender a lo que estamos llamados, realizar así el propósito de nuestra vida y construir entre todos un mundo mejor.

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