¡Estás en Babia! ¿Quién no ha escuchado esta expresión en innumerables ocasiones?, desde aquel maestro que nos reprendía en clase por estar en nuestro mundo a esa escena típica donde tu madre te recordaba que no te enteras de nada. Se trata de una expresión que forma parte de nuestro imaginario colectivo y que de acuerdo al diccionario de la RAE significa: estar distraído y como ajeno a aquello de que se trata.
Pero, ¿cuál es el origen de este dicho popular? Según la leyenda, se remonta a la Edad Media, los reinos cristianos se encontraban ante uno de los momentos más decisivos de la Reconquista, la batalla de Las Navas de Tolosa. Por el lado cristiano lucharon los reyes de Castilla, Navarra y Aragón, pero faltaba un monarca, el rey de León, Alfonso IX, que se encontraba en esos momentos da caza en el valle de Babia, dando este supuesto despiste del monarca origen a la expresión. Aunque la historiografía haya tornado el despiste en manifiesta enemistad entre el monarca castellano y el leonés esta es una de las hipótesis sobre la aparición de la expresión que además nos sirve para adentrarnos en el valle de Babia.
La afición por este valle situado al noroeste de la provincia de León, lindando con Asturias y Galicia, de los antiguos reyes de leoneses se debe a que en otros tiempos debió poseer una abundante caza. Sin embargo, hoy en día se trata más bien de un destino para el viajero que guste del senderismo en paisajes de alta montaña, valles sinuosos y ríos de aguas claras. Poco queda de las que debieron ser las antiguas residencias reales, más bien de humildes y bellos pueblos de pizarra entre los que sobresale la espadaña de alguna de sus vetustas iglesias cobijados a la sombra de la cordillera Cantábrica y los Montes de León. Es de obligado cumplimiento el visitar las villas de Riolago, San Emiliano o Sena de Luna, dejándonos envolver por la arquitectura típica, el trazado de sus calles y refrescarnos en sus innumerables fuentes.
Sendas que recorren restos de antiguos glaciares que dan lugar a nacimientos de ríos como el Sil o el Luna acompañados de unos paisajes más propios de otras latitudes sirven para abrir el apetito ante la contundente cocina babiana propia de otros tiempos de pastores trashumantes y compuesta por una amplia variedad de guisos y carnes, entre las que me permito recomendar la de potro. Por si estos atractivos no fueran suficientes cabe mencionar las agradables temperaturas veraniegas que se disfrutan en el valle, donde se ha de ir siempre equipado con una socorrida rebequita.
Llegados a este punto, ¿quién no desea sentirse un antiguo rey y poder desentenderse de todo lo que rodea al mundo en un recóndito valle? Así que si nos vuelven a decir que estamos en Babia, la única respuesta que cabe dar es que, ojalá volver a estar allí.
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