Bracaneros en el exilio, por Paco Vílchez


La pandemia nos ha matado. Bueno, más bien podríamos decir que no estaba muerto, que estaba de parranda. Pero lo cierto es que, desde aquel jueves 12 de marzo del 2020, los cimientos de Brácana se tambalearon de forma antes nunca conocida. De la noche a la mañana nos vimos con el problema de no saber muy bien qué hacer un jueves por la noche.
Sí, todos nos sentíamos huérfanos del cariño bracanero que unos a otros nos fuimos dando durante diez años. Buscando alternativas para mitigar en la medida de lo posible ese desamparo, comenzamos con sesiones semanales a través del zoom y esas modernidades. Y aunque, lógicamente ni por asomo era los mismo, al menos conseguimos vernos las caras, saber los unos de los otros y sobre todo seguir bebiendo vino, aunque fuera al amparo de las nuevas tecnologías.
Poco después, y tras abrir un poquito el grifo nuestros magníficos gestores, nos tiramos a las calles para ir peregrinando jueves tras jueves por las terrazas de cualquier bar, cafetería, restaurante o cooperativa que nos recogiese como almas perdidas sedientas de vino y cariño. Así pasamos por El Enganche, La Guarida, La Unión, El Sfera, El Niño Ríos, El Rincón del Conde, El Bolero, o el Hisa.
Pero como era de esperar las inclemencias meteorológicas y los frio del invierno cortaron nuestras rutas nocturnas de los jueves. Los mas valientes y menos temerosos aguantaron un par de jueves mas en La Chiva y en El Enganche. Pero el formato de “tabernear” dentro de los locales estaba agotado antes de comenzar. También alternamos excursiones a la Finca la Morancana, a la Hacienda el Suerto y a Villa Rebelde que, junto a las incursiones a La Fundi y a La Tonelereia de José Luis Rodríguez, nos dieron un soplo de aire mezclado con la necesaria fragancia de volver a relacionarnos de la forma más humana posible.
Aguantamos como buenamente pudimos desde marzo hasta octubre. Pero con la caída de la hoja, también cayó el ímpetu bracanero. Habíamos quemado todas las naves posibles. Ocho meses reinventándonos, lidiando con el Covid-19 y sus respectivas olas. Ocho meses para olvidar, con miles y miles de fallecidos, con millones de contagiados. Con los políticos haciendo equilibrismo en el delgado alambre de la mentira y el desgobierno. Aireando sus carencias y, lo que es aún peor, sus desvergüenzas. Utilizando las cifras y a los ciudadanos para beneficio propio en pos de  salvar sus culos y de paso pagar tributo a los que les colocaron en la poltrona. Y cómo no, seguir alimentando a los fanáticos que los jalean.
Pero tras la tempestad llegó la calma a Brácana. Una calma chicha y lenta, una calma que volvió a ponernos rumbo a las terracitas y a “tabernear”. Eso sí, con novedades, los jueves de momento siguen aparcados esperando un cambio de rumbo. Y los domingos han tomado el relevo. Un relevo que comenzó el día de Andalucía en la Caña Brava, que luego continuó en el Bar del Polideportivo y que, como siguiente episodio, ha tenido lugar en El Enganche.
Tres sesiones matinales en las que se terminó con trago largo, tras buenas viandas, mejores caldos e insuperables charlitas y carcajadas.
Ni que decir tiene que siempre cumpliendo las más estrictas medidas de seguridad impuestas por nuestras autoridades sanitarias.
Y así vamos, deseosos de volver a casa, a la sede. Tras tantos meses en el exilio, esperando que llegue a su fin la primera diáspora bracanera. Soñando despierto con volver a recibir embajadores de aquí y de allá, para engrandecer esos quinientos  invitados que ya han tocado suelo santo bracanero. Y de paso, poder agradecer así el buen trato recibido en cada dura jornada sufrida fuera de nuestras fronteras.
Larga vida a Brácana.

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