Cipión y Berganza: ¿películas o series?

El Coloquio de los perros es la Novela Ejemplar cervantina en la que aparecen Montilla y la Camachas, y da nombre a nuestra asociación. Sus protagonistas, dos canes, Cipión y Berganza, también pretenden serlo de nuestra revista. En cada número, a través de sus reflexiones y posturas en páginas centrales, uno a favor y otro en contra, iremos tratando temas de interés para nuestra sociedad. En esta ocasión, ladrando sobre si prefieren las películas o las series.


Cipión: películas
No quiero saber qué pasó en Giancaldo cuando Totó se fue, ni cómo vivió esos años de ceguera Alfredo, ni la tortura del reencuentro con Elena para entonar esos besos nunca dados.
Que nadie me ladre lo que Bill Murray susurraba al oído de la Johansson en Tokyo, ni si se vieron tiempo después a escondidas en un triste hotel de Connecticut.
Juro matar si tú, perro tramposo, me cuentas la vida anterior a Innisfree de Sean Thornton, o si me entero de que la O´Hara lo dejó por borracho.
La peor de las maldiciones caerá si atisbo a vislumbrar cómo fue la amistad postrera de Rick y Renault. ¡Que no!, que no me digas cómo Ilsa deja a ese mamandurrias del Lazlo…¡¡¡que hay que tener ganas de hombre, divina sueca!!! Si solo le faltaba comprarse un adosado con jardín trasero, sabueso y querube añadido para ser más cursi y previsible.
¿Cómo? ¿Que me vas a dar por entregas a Neo convertido en pseudohumano y su casorio con el Sr. Smith en el mundo de los bits?
Y ahora resulta que Bette Davies era mala de verdad y la pobre Eva consiguió pasear su humildad para los restos. ¡Era tan buena!...la hija de su madre.
¡Ay, que me parto! ¿Que llegaron los americanos a Villar del Río y montaron un Mc Donalds con superoferta todos los miércoles?
¡¡¡Para!!! Te voy a explicar la razón de mi turbación.
Vivo, desde hace tiempo, en un mundo que no es mío. Acelerado, loco, inquisitorial. El chicle se estira hasta extremos insospechados. Parece que las historias deben narrarse en círculos concéntricos insondables, aparentemente eternos, infinitos, redundantes. En esa presumible complejidad se buscan matices para lograr un producto redondo, pero nada más allá de la realidad.
Sé que en lo sutil, en la narración espontánea del principio y del fin, en la partida de ajedrez perfecta, en la vibrante razón de la normalidad, se encuentra la pureza, la esencia. Todo debe tener un alfa y un omega. Las historias deben contarse dejando los huecos necesarios para que nosotros los llenemos. Y solo el cine es capaz de hacer eso.
Esta es la dicotomía del cine y las series. Esencia o espiral. Ensoñación o seguridad. Imaginación o explicación. Perfección o producción. Metraje o eterno tostón.
No quiero ser Sísifo. Aquel del eterno recomienzo hacia la absoluta perdición. Un ser humano, un perillo burlón, frente al abismo de la insustancialidad. Ese que convive con unas páginas de historias hueras, de personajes que cada vez son menos suyos, de aventuras que no le hacen reír, ni llorar, ni ladrar; porque de conocidas, han dejado de embriagarle, han cesado de agitar su cola.
Quiero pasión, ternura sin límites, caricias en mi pelaje, luces apagadas, olor a palomitas y huesos que roer con cinta de celuloide al fondo. Quiero un amplio sillón donde tender mis posaderas mientras dejo mi perrúnida mente viajar en un cohete de Lumière para chocar, acto seguido, contra esa luna de merengue. Anhelo contener la respiración, con mi oscilante lengua de marco, cuando espero que las cortinas de un tafetán ilusorio se descorran y, ¡¡¡guau!!! allí al fondo, Lauren Dogall me pregunta si he silbado. Pero, sobre todo, me muero de ganas de aullar a la luna diciendo que bendito aquel que el cine nos trajo.
Es verdad. Admito que no puedo negar que las series también nos acercan a comer carne todos los días. Mira mi primo alemán Rex. Grande su historia es. Impagables momentazos para los visitantes de Juan y Medio ha dado. Es innegable su misión terapéutica, pero para curar el alma el camino solo tiene una dirección.
Cine, cine, cine… más cine por favor. Que todo en la vida es cine, que todo en la vida es cine, y a los perros… nos mola un montón.
¡¡¡Auuuuuuuuuuu!!!
Berganza: series
Querido y cinéfago Cipión, que ya dicen los que saben del séptimo arte que mejor no rodar con niños y perros. Y nosotros, mientras, aquí hablando de cine y de series.
Soy cinéfilo de pro y no voy a renegar de la gran pantalla y del disfrute que me ha proporcionado y que seguirá dándome. Pero también te digo que las series se han terminado convirtiendo en la expresión mejorada de las películas. Ha sido un proceso pausado, que ha requerido de tiempo y de cambios tecnológicos y sociales, pero al final tenemos la versión 7.1 de este arte audiovisual.
Las series nacieron como un entretenimiento televisivo para devorar en el salón de casa, sin muchas más pretensiones. La comodidad e inmediatez de verlas en el hogar eran su poder frente a un omnipresente y todopoderoso cine que, eso sí, había que saborear en una sala. Que sí, Cipión, que tú has visto muchas películas en la tele. Y yo también. Pero coincidirás conmigo que como verlas en una gran pantalla no hay nada. Los filmes necesitan su formato, sus butacas, su sonido envolvente y, si me apuras, hasta sus palomitas para disfrutarlos. En un cine de verano al aire libre no hay película mala.
Los televisores culones de pantalla curva, la verdad, no son el mejor medio para ver cualquier historia, película o serie. Además, la programación televisiva era inexorable; si querías ver algo, lo tenías que hacer en la fecha y hora que la emisora te marcaba. En las salas de cine, por contra, te daban la posibilidad de elegir entre varios días y horarios de proyección.
Y qué decir de los guiones, las interpretaciones o la producción. Cuidadas y mimadas en las películas hasta donde el presupuesto y la calidad de los artistas permitían; lastrada por las premuras de tiempo para cumplir con los plazos de estreno semanal o, incluso, diario de cada episodio en las series.
Había excepciones a esa merma de calidad que la prisa imponía, afortunadamente. Productos elaborados casi cinematográficamente en lo artístico, pero pobremente diseñados en el aspecto técnico para ser proyectados en un tubo catódico de 625 líneas. Cañas y barro, Fortunata y Jacinta, Curro Jiménez, Verano Azul, las míticas series de la BBC... Auténticas joyas que no eran estrenadas hasta que el conjunto completo no estaba finalizado. Obras de arte para disfrutar en el salón de casa, en aparatos de televisión cuya calidad de imagen y sonido ni se aproximaban a los de una sala de cine, el día y a la hora que la cadena disponía, y aún así seguidas por millones de personas.
Pero el siglo XXI ha cambiado todo eso. Ahora disponemos de pantallas y dispositivos capaces de darnos una calidad de imagen y sonido comparable a la de cualquier sala de cine, cuando no superior. En casa o donde nos encontremos, sin tener que desplazarnos a unos multicines, incluso a prueba de confinamientos. Las programaciones a la carta nos permiten organizar la visualización de series (y también de películas) a nuestro gusto y repetirlas cuanto queramos. Las plataformas audiovisuales cuidan la calidad de sus productos por igual, no solo los cinematográficos, y ya son difíciles de diferenciar por ese aspecto. El cine ha perdido sus grandes ventajas sobre las series.
Estas, sin embargo, mantienen y potencian sus virtudes de antaño (la inmediatez y comodidad de verlas donde queramos), eliminan sus defectos (escasez de calidad técnica, de producción y, a veces, artística) y encuentran que son el mejor nicho para contar historias y profundizar en las mismas.
Las películas, amigo Cipión, hay que verlas en el cine y hay que desplazarse hasta él; si no, no dejan de ser más que series de un episodio largo. Su tiempo está limitado a unas dos horas, y no todas las historias se pueden contar bien, con el suficiente detalle y profundidad, en esos minutos. Es más, en la sociedad en la que vivimos, no siempre tenemos disponible el tiempo necesario para disfrutar de una película, aunque a veces podríamos y nos apetecería ver dos; la serie, sin embargo, te permite visionar un episodio o hacer un maratón de media temporada.
Como ves, perro cinéfilo, el avance de las tecnologías y los cambios en los hábitos sociales han convertido a la producción de series en la versión avanzada del séptimo arte, en el nuevo cine del siglo XXI.











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