Rodolfo Roix, por Rafi Jiménez


Rodolfo Roix pensaba que las historias de amor no estaban hechas para durar mucho. Y aunque creyera lo contrario, no era capaz de mantener una relación larga. No era algo que planeara, pues se enamoraba perdidamente. Pero llegaba un momento en que no podía seguir. Necesitaba, a veces sin quererlo realmente, otra historia.

Rodolfo Roix nació en una familia tradicional. Su padre había sido funcionario de la administración hasta su ansiada jubilación y su madre se dedicó siempre a las tareas domésticas con una sonrisa en la boca y un delantal blanco, siempre impecable. No había lugar para la imaginación, para las dudas o para el cambio en el hogar que lo vio nacer un 14 de junio especialmente frío que, contra lo habitual en el calendario, refrescó su venida al mundo.

Tras el aterrizaje se dirigió lentamente a la salida mirando atentamente al resto de pasajeros que lo sobrepasaban y preguntándose qué tipo de vida llevarían, a qué se dedicaban, si eran felices... Era una manía que tenía: se quedaba largos ratos mirando rostros, escrutando facciones, curioseando gestos e imaginaba la vida de esas personas; pensaba que él mismo vivía la vida de todas esas gentes.

Se le ocurrió que aquel era un buen sitio para quedarse, así que se dirigió a la ventanilla de atención al cliente y preguntó por el encargado, el cual, justo en ese momento, salía rojo de la rabia y cargado de maletas hacia un encargo urgente. Cuando Rodolfo Roix se dirigió a él para pedirle trabajo, el señor suspiró profundamente y le endilgó el equipaje. De esta manera, Roix entró a formar parte del servicio del aeropuerto.

Allí conoció a un magnate que le enseñó el oficio de la pillería, del engaño, del hurto y de la desconfianza; a una señorita que iba buscando magnates; a un grupo de jóvenes que quería explorar el mundo y sus ideas; a un médico que, para escapar del hastío de su vida, iba de congreso en congreso y de mujer en mujer; a un músico que no podía vivir sin música; a un hombre bueno y a un chaval perdido en el mundo. A todos entregó algo de él y todos le dejaron algo a cambio. También tuvo dos relaciones amorosas: una limpiadora de noches que era una fiera en el cuarto de baño y a una ejecutiva con tacón de aguja que pasaba por allí asiduamente, incluso cuando no viajaba.

Al año y medio de explorar este espacio, cogió un avión y volvió a España. Llegó en pleno agosto. A Rodolfo Roix no le gustaba el verano. Cuando desembarcó recordó un "Escrito en servilletas" de Trueba:

"El verano es una estación triste en la que nada crece. Quién no prefiere el mes de diciembre pese a la amargura que provoca la felicidad ajena; incluso la establecida crueldad de abril es mil veces más estimulante. La canción del verano es siempre la peor canción del año. El amor de verano es un subgénero del amor, del gran amor q nunca podrá tener lugar en verano. Hablan de lecturas de verano, noches de verano, viajes de verano, bebidas de verano, y con ello queda implícito un sutil desprecio. Nuestro amor no está hecho para el verano. Nuestro amor no conoce vacaciones".

Cogió su mochila, dio media vuelta y se encaminó de nuevo hacia una de las puertas de entrada al aeropuerto.

Comentarios