El amor de Felipe, por Sonia Zurera


Sin lugar a dudas el amor entre Lillibet y Felipe no fue fácil en sus primeros años de matrimonio. Así es como él llamaba cariñosamente a su mujer, la Reina Isabel II de Inglaterra.

Inteligente, educado, astuto, amante del deporte, albergaba en su interior un alma atormentada marcada en gran medida por la tragedia familiar, el destierro y, por otro lado, el profundo amor que sentía por una madre que perdió el rumbo y el sentido vital demasiado joven. A la princesa Alicia le diagnosticaron esquizofrenia, sufrió duros tratamientos y fue dirigida por Sigmund Freud.

El príncipe Felipe vivió junto a Isabel en tierra extraña, solo ella con mirarlo comprendía y calmaba a veces sus tormentos. No obstante, él necesitaba mucho más que ser la sombra de la monarca; no era suficiente ser el consorte. Sumiso, obediente, fiel a la corona y siguiendo un estricto y duro protocolo, era un destino difícil de asumir para un hombre de su talante.

Comprender o contemplar esa atmósfera de boato y misterio que rondaba a la monarquía británica es posible gracias a la serie original de Netflix, “The Crown”, donde tras varias temporadas se puede disfrutar de una historia pausada, con ricos diálogos y las magníficas interpretaciones de Claire Foy y Olivia Colman como Isabel II y de Matt Smith y Tobías Menzies como el príncipe Felipe.

La Casa Windsor es en el fondo fiel reflejo de los intríngulis de cualquier familia por mucho status que les rodee. Podemos ver entre Ana e Isabel la rivalidad entre hermanas; una convivencia conyugal complicada entre Felipe e Isabel, condicionada en algunas ocasiones por las infidelidades de este, sin poder contemplar el divorcio como una opción viable, algo fuera del alcance de la cabeza de la Monarquía.

Por otro lado, encontramos unos padres, el rey Jorge y la reina madre Isabel, muy cariñosos con sus hijas pero sin ser conscientes de la gravedad al no dotar a la futura heredera de unas sólidas educación y formación para poder desempeñar años más tarde su trabajo con dignidad y soltura, algo que un momento determinado de su mandato Isabel le recrimina a su madre.

Isabel II, fallecido su padre el rey Jorge mientras ella se encontraba fuera del país visitando las colonias y de forma precipitada, toma posesión de su cargo, convirtiéndose también en Jefa de la Iglesia Anglicana y así descubre progresivamente sus profundas lagunas en historia, relaciones diplomáticas, economía y otras materias fundamentales para desarrollar de forma óptima una responsabilidad tan importante y tan expuesta como ser la cabeza de la monarquía británica. Rápidamente busca tutorización y apoyo en la entrañable e interesante figura de Churchill, su primer ministro, donde en audiencia privada le confiesa sus temores y le pide ayuda; éste le busca un profesor privado y la calma.

Winston Churchill, elocuente, un gran estadista, se mantuvo fiel a la Corona en todo su mandato, haciendo de su profesión algo personal; cuidó del Reino Unido como de su propia familia, costándole en algunos momentos de su vida la salud.

Desde aquí invito a los lectores de “El Ladrío” a disfrutar de esta maravillosa serie de la plataforma Netflix que nos muestra, a lo largo de las diferentes temporadas, un recorrido histórico por uno de los imperios europeos más importantes de los siglos XX y XXI. Un estado en decadencia que a toda costa cuida y protege a una institución divina y en muchos momentos poderosa como es la Casa Real Británica. El Rey Jorge y su hija, la Reina Isabel II, a pesar de sus limitaciones, han intentado dar a su país lo mejor de ellos mismos con compromiso y rigor, queriendo, sin embargo, en numerosas ocasiones que su destino hubiera sido otro.


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