Veneno pá tu piel, por Alicia Galisteo Alcaide


Es bien sabido por todas las personas que, a día de hoy, todo lo que tocan los ya famosísimos “Javis” lo convierten en oro. Y es que nos acercan a las pantallas historias con las que todas las personas podemos sentirnos reflejadas.

Ya pasó con Paquita Salas, típica representante de actrices que se quedó anclada en los noventa, persona fiel donde las haya, capaz de hacer de todo por las actrices para verlas triunfar pero que la vida le va poniendo a prueba cada día.

Pero hoy vamos a hablar de una de las series del momento, Veneno. En la misma podemos adentrarnos en el mundo de la que se convirtió en un icono de los 90, la que fue capaz de meter en nuestros televisores la marginación de un colectivo, la que nos puso un espejo para vernos reflejados como sociedad, criticada por muchos por sus formas y admirada por otros tantos por su desparpajo; lo que no cabe duda es que su aparición no dejo indiferente a nadie.

De la serie hay varios aspectos que me gustaría subrayar: debería empezar por la infancia de este personaje en el pueblo de Adra, en un pueblo donde todo lo que se saliese de su normalidad y de sus reglas inamovibles estaba mal, y justo ahí estaba Joselito como una persona que vivía la libertad de ser en una jaula social. Esta serie nos muestra la doble moral que había y desgraciadamente aún persiste en mucho de nuestros pueblos y ciudades.

Cuando va creciendo y va dejando cada vez más claro quién es y qué aspira a ser, vemos cómo sufre una discriminación que lo aparta de muchos trabajos, justo en el momento que empieza con la hormonación. Y es que en los años noventa, el único trabajo que podía tener una persona transexual era la prostitución, por lo que sufrían una doble discriminación social, la primera por transexual y la segunda por ejercer la prostitución. Eso sí, en el Parque del Oeste, apartadas de la sociedad, así lo que no queremos ver como sociedad lo apartamos y lo llevamos a zonas deprimidas.

Otro tema que me parece muy interesante y que hace hincapié es en los juguetes rotos creados por la televisión: hay que hacer de todo por subir la audiencia. Y es que las cadenas de televisión privadas siempre han sabido crear productos para la sociedad morbosa en la que vivimos, nos gusta ver cómo una madre y una hija se echan en cara sus reproches, nos gusta ver cómo las parejas son infieles, y en los noventa nos gustaba ver cómo una transexual salvada de la prostitución (a lo Pretty Woman) se convertía en un icono de la belleza mientras decía palabras malsonantes en televisión. Años después volvió para que todos viésemos lo mal que le había ido porque su mundo, al fin y al cabo no, era el correcto. Las televisiones nos volvían a dar fe de que esa vida no es la adecuada.

He querido desgranar un poco los aspectos que me han hecho reflexionar de esta serie que, por supuesto, recomiendo por el hecho de que te da a conocer a la persona antes que al personaje, porque te pone frente a un espejo en el que todas las personas nos podemos ver reflejadas, y es que es un hecho que a todas las personas nos gusta que nos reconozcan, nos gusta estar en la cresta de la ola, pero quizás deberíamos de pararnos a pensar quién está cuando se apagan los focos, cuando ya no somos los protagonistas para los otros y tenemos que hacernos la introspección de si realmente hemos sido los protagonistas de nuestra propia vida o simplemente marionetas.

Esta serie la recomiendo para las personas que son y hacen sin importar lo que digan, para los que aman la libertad y porque ninguna mujer es ni puta ni santa ¡DIGO! 

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