Artículo escrito el pasado verano de 2020.
Hace calor. Con esto creo que tenemos medio definido el verano en la campiña y en gran parte del país. Ojo, este año no es distinto, calor sigue haciendo: la piscina se convierte en el mayor objeto de deseo y una terracita por la tarde con amigos en el mejor plan mientras las chicharras cantan en el campo, recuerdos de la infancia que contaba Machado. Estas imágenes mentales son tan evocadoras del estío como las polémicas sobre Gibraltar, esas que hacían que se exaltase el patriotismo contra los piratas ingleses y su persistencia en no devolvernos el peñón.
Pero este año es un poco distinto. Pese a los cuarenta grados de rigor vamos todos enmascarados como para robar en una sucursal de Cajasur. Si un extraterrestre bajase ahora a nuestro pueblo pensaría que los montillanos no nos gustamos mucho entre nosotros, manteniendo siempre esa distancia y saludándonos desde lejos. Recontra, pensaría, si más que mediterráneos parecemos suecos, que no por el color del pelo, aunque el tono de piel después del confinamiento...
Esto de estar encerrado nos lo vendían muy bien los eremitas: ‘conócete a ti mismo’ ¡ja! Para lo que he encontrado preferiría seguir sin tener el gusto. A veces me preguntaba si las monjas de clausura lo habrían notado, hasta que leí que sin la venta de dulces estaban en serios apuros económicos.
¡Hemos vuelto al siglo XIII! Gritó el agorero. La pandemia anda entre nosotros destrozando salud y economía, alejando a esas hordas bárbaras del norte de Europa de playas masificadas, paellas cuestionables y sangría barata. Qué será de Benidorm y de mi pobre amigo socorrista o más bien, qué será de todos nosotros. Empleos precarios en la cuerda floja; problemas de liquidez y de nuevo pendientes del dinero que los “socios” nos van a prestar a cambio de algunos “ajustes”. ¿Era el siglo XIII o más bien 2011? Reflexionó el economista.
“Ojalá te toque vivir tiempos interesantes” es una famosa maldición china que ahora mismo nos viene como anillo al dedo. Esos chinos tan sabios para algunas cosas y tan cenutrios para otras, con lo fácil que era echarle pollo a la sopa y dejar a Batman en paz. Aunque hay quien exonera al atrevido chef asiático culpando a una conspiración de grandes empresarios con un complicado plan urdido para controlarnos mentalmente y yo me pregunto: ¿para qué?
Estos terraplanistas de las vacunas ponen el punto colorido al drama general, ¿serán ellos nuestro Gibraltar estival?
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