Ruido, por Miguel Cruz Gálvez


Según qué concibamos como ruido es más o menos probable que podamos encontrar el silencio.

Depende de si pensamos que tiene que ver con el sonido o si alcanzamos a entender que es sobre todo otra cosa, seremos conscientes de que estamos o no estamos sordos.

Al margen del obvio concepto sonoro, hoy día, el ruido, de forma más relevante, tiene que ver con otra cuestión que protagoniza, quizás de forma inconsciente para casi todos nosotros, nuestra propia existencia.

Así, ruido es la ingente información que nos invade por todas esas vías de comunicación a las que atendemos de forma casi compulsiva. Ruido son las decenas de opiniones ajenas, con buenas o malas intenciones, que sobre nosotros o sobre el resto del mundo se vierten continuamente, casi sin ton ni son. Ruido son los ojos de búho de las redes sociales. Ruido son nuestras absurdas ambiciones, copiadas de otros que también previamente se quedaron sordos. Ruido es, en definitiva, todo aquello que no te deja apreciar lo que realmente importa.

El ruido es todo aquello que te despersonaliza y aturde, te anestesia y desorienta, alejándote de lo que eres o serías, de tu esencia y de tu autentica felicidad.

En la libertad que la Creación ha dado al hombre, existen riesgos, y este, el perder el control y su esencia, se ha revelado, más que como un riesgo, como una peligrosa realidad.

Sin lugar a dudas, el ruido es la peor plaga de nuestro tiempo, el nuevo opio para el pueblo que el poder interesado usa para dominar nuestro comportamiento.

Abandonadas han quedado palabras como consciencia, profundidad, reflexión, sencillez, paciencia, y, por supuesto, silencio.

Y sí, yo también estuve sordo, aún teniendo el oído intacto. En algún momento que no recuerdo, se perdió mi propio sonido, como se pierde el canto del gorrión bajo la tormenta. Mi naturaleza quedó eclipsada por tanto artificio seductor. Dejé de percibir mi propia voz, ahogada, apenas susurrando ya los sueños que un día tuve. No escuché la voz de la vida que me decía qué era lo importante y dónde estaba.

Pero por suerte, antes o después, siempre hay un momento de consciencia, o más bien alguien que te la devuelve. De ese modo, alguien me hizo darme cuenta del ruido que había en mi vida con el profundo silencio que, ese alguien, manifestaba, atronador y sereno. Fue remanso para el ser y refugio donde estar. Me hizo ver que estaba sordo, y de seguido me hizo volver a oír, volver a sentir. Negro sobre blanco en la escritura de mi existencia, un volver a nacer.

Con eso, como resultado de espantar el ruido, te reubicas en lo importante y resulta que importante, era casi nada. Porque en calma y consciencia, tener poco se revela como lo importante.

Realmente es sencillo, solo hace falta tomar un tiempo para retirarse, para respirar, calmar los “oídos” y alejar ese ruido que te aparta de ti.

La calma y la consciencia son como las pilas del alma. Te dan serenidad y sosiego, te capacitan y liberan para que seas Tú, y así reconducir tu camino en la búsqueda del ser feliz. 

La calma y la consciencia ayudan a simplificar, a amar, a amarse, a realizar, a realizarse, en definitiva a vivir, de forma auténtica, siempre vivir.

Realmente sobra casi todo…

Adiós ruido, adiós.

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