Cipión y Berganza: el teletrabajo

El Coloquio de los perros es la Novela Ejemplar cervantina en la que aparecen Montilla y la Camachas, y da nombre a nuestra asociación. Sus protagonistas, dos canes, Cipión y Berganza, también pretenden serlo de nuestra revista. En cada número, a través de sus reflexiones y posturas en páginas centrales, uno a favor y otro en contra, iremos tratando temas de interés para nuestra sociedad. En esta ocasión, ladrando sobre el teletrabajo.


Cipión: ¡Teletrabajo!
Berganza, te escribo estas líneas desde casa. Desde el ordenador portátil que preside mi nueva mesa de trabajo en mi renovado despacho donde me refugio de la pandemia sin faltar a mis compromisos laborales. Es una suerte esto del teletrabajo, una de las consecuencias colaterales que nos deja la covid-19 y que ha llegado para quedarse. ¡Por fin!
El coronavirus nos ha cambiado a todos. Es tontería negarlo. El año 2020 quedará ya tatuado en la evolución de la historia como un año de vaivenes y de puntos de inflexión en muchos aspectos: desde el estrictamente epidemiológico hasta el educativo o el del tiempo libre. Sólo por citar algunos ejemplos.
En tiempos ‘precovid’, el teletrabajo era poco menos que un mito, el sueño húmedo para todo ese ejército de oficinistas que desde siempre han aspirado a teclear su PC en pijama. Y con pantuflas. Y con esa tostadita de pan bimbo bañada en mantequilla frente por frente de la televisión donde Griso, Susana, pide calma a esos sabe-lo-todo más conocidos como tertulianos. Cualquiera diría que estoy hablando de mí mismo…
Vayamos a lo importante, amigo pulgoso. Trasladar hasta casa la oficina tiene muchas ventajas, más allá de engordar las audiencias de la Griso. Sé que a la fuerza ahorcan y ahora las empresas (las que pueden hacerlo por su actividad, claro) ya miran con buenos ojos eso de tener a los empleados en su domicilio. Y lo que nace como una medida para protegernos del virus, se transforma en un descubrimiento que nos protege de los atascos, de las subidas de las facturas energéticas, del absentismo laboral, del estrés y, en última instancia, de la contaminación y el desmontaje del planeta.
Y todo ese tiempo que antes invertía en desplazamientos para ir y venir de casa al trabajo, ahora lo dedico a la limpieza de mantenimiento diario de la vivienda —así el sábado ya tengo más tiempo para jugar con mis hijos— y para preparar la comida justo antes del almuerzo —así puedo dedicar ese rato de la noche para ver una serie o para leer y no para hacer la comida de mañana—. Y en casa ya comemos a una hora más decente y todos juntos.
Todo esto también ha sido gracias al teletrabajo. Que sí, que ya no comparto tanto tiempo con los compañeros, pero mientras llegamos todos a la reunión por videollamada de los lunes pregunto por la salud y la familia, y hasta tiempo nos da, Berganza, para comentar la última jornada de fútbol. Después, en la reunión, la jefa desliza que el rendimiento no se ha resentido en nada, al revés: somos más competitivos porque somos más rápidos.
Y escucha, brocha de ojos tristes, lo que te digo: el teletrabajo ha ayudado también al amor. Ese muchacho que vivía y trabajaba —o mejor dicho, trabajaba y vivía, por este orden— en Málaga, ahora estrena piso en Lucena, su ciudad, donde trabajaba y vivía su novia. Ahora, ambos hablan en plural: viven y trabajan en Lucena porque a la empresa de él le importa bastante poco si da forma a ese último proyecto desde su oficina en casa a 20 minutos de la sede de la empresa o si lo hace a 120 kilómetros. Pero ellos están juntos. Y contentos. Menuda diferencia, ¿eh?
Lo siento, de veras, por aquellos currantes del mundo cuyos empleos no permiten el teletrabajo. Lo lamento por todos ellos, por sus pijamas, sus pantuflas y sus tostaditas de pan bimbo bañadas en mantequilla…
Berganza: ¿Teletrabajo?
El teletrabajo, amigo Cipión, no es la mítica imagen de una persona en bañador manteniendo una videoconferencia desde una playa balinesa bajo un palmeral mientras se refresca el gaznate con un cóctel. El teletrabajo -Cipión-, tal y como está concebido en la actualidad, es usar la mesa de la cocina o una esquina de tu salón-comedor para intentar sacar adelante las tareas encomendadas a la vez que haces los deberes de tus hijos, pasas la mopa al suelo, esperas a que termine la lavadora y controlas que tu puchero no se te pegue.
Si bien es cierto que analizar el teletrabajo con ojos del confinamiento impuesto por la Covid-19 no es del todo justo, no es menos cierto que el tejido empresarial español aún no está preparado para algo que, implementado de manera adecuada, podría dar lugar a algunos de los beneficios que tú señalas amigo Cipión. No obstante, en ausencia de una voluntad seria por parte de nuestros dirigentes políticos, patronal y sindicatos, a día de hoy, el teletrabajo presenta más sinsabores que virtudes, los cuales paso a analizar a continuación.
A no ser que vivas en un espacio amplio, las “soluciones habitacionales” donde vive la gran mayoría -especialmente en las grandes ciudades- hacen inevitable el mezclar tu vida personal con la laboral. Desconectar se torna harto complicado cuando lo normal es que la mesa donde pones tu plato de comida y tu portátil sea la misma. En ausencia de regulación, en una gran mayoría de casos se hacen jornadas interminables, lo cual genera una alteración de los ciclos biológicos y de las relaciones familiares y sociales y un deterioro tanto físico como mental: ¡quién no ha cogido unos kilos de más mientras teletrabajaba durante el confinamiento!
Sin perjuicio de lo anterior, amigo Cipión, el trabajo presencial está circunscrito a un lugar y durante un tiempo “más o menos” determinados; esto ha desaparecido: teletrabajar es lo primero que hacemos al despertarnos y lo último al acostarnos. Así, según la Encuesta de Población Activa (EPA) relativa al segundo trimestre del 2020, las horas extras han aumentado un 10% más que en el primer trimestre del año: sólo durante el confinamiento los trabajadores españoles “echaron” 7,2 millones de horas de más a la semana, lo que significa que el teletrabajo ha ayudado a que el descontrol horario se haya impuesto en los trabajos. No contento con ello -según la EPA- entre abril y junio del 2020 el 59% de las horas de más fueron no pagadas; este porcentaje equivale a cerca de 3,8 millones de horas, lo que supone 668.000 más que en el primer trimestre del año.
En sintonía con lo anterior, la ausencia de un ambiente de trabajo en tu propia casa puede dar lugar a un descenso de la productividad. Además, la falta de relación con otros compañeros y de un ambiente de trabajo puede provocar que el trabajador se acabe excluyendo y sintiéndose demasiado solo derivando en aislamiento. También puede haber una reducción del aprendizaje ya que el trabajador puede terminar realizando tareas mecánicas y rutinarias, o únicamente funciones de su entorno. Otra queja recurrente es que el teletrabajo lo está financiando el propio trabajador que tiene que seguir pagando su alquiler o hipoteca junto con los demás gastos de suministros en beneficio de la empresa, la cual se ahorra o reduce considerablemente el coste de alquilar una oficina, de su mantenimiento y los recibos por suministros tales como internet, luz, agua, calefacción, aire acondicionado, etc. 
Habida cuenta que el teletrabajo parece haber llegado para quedarse, habría que poner racionalidad a todas estas desventajas para que terminen haciendo buenas algunas de las virtudes que tú relatas amigo Cipión.





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