Como Jonás, por Paco Espejo


Artículo escrito durante el período de estado de alarma y confinamiento

Encerrados estamos, fuera un peligro acuciante. Qué frágil es la existencia cuando una maldición oriental rompe lo habitual. Algo invisible ha arrasado con todos nuestros pensamientos y meditaciones. Lo que hace dos semanas era necesario hoy es contingente, donde había terrazas ahora hay balcones.

La moneda tiene dos caras, en una está Eros y en otra Thánatos. El horror inunda nuestros asilos, lugares pensados para el olvido que hoy se transmutan en aquellos campos de hace un siglo que quisimos olvidar. Como sociedad intentamos darle la espalda a la guadaña, pero no le puedes volver la cara a la naturaleza o esta te golpeará más fuerte. 

Es difícil irte sin haberte despedido, pero esta sopa indigesta está negando la propia esencia de lo humano y amontona aquello que fuimos en palacios de hielo.

Alejados de nuestra cotidianidad volcamos lo mediterráneo en los balcones, el estruendo de un pueblo jaleoso que anima a héroes voluntariosos que se dejan la piel en curarnos y alimentarnos. Pero pese a esto estamos arrojados a la introspección, semanas de soliloquio machadiano y de convivencia familiar.

Miedo por no ver a tan cobarde enemigo, caballo de Troya que nos expone ante el más atávico de nuestros miedos. Manual de resistencia que nos hace falta ahora, tiempo de curvas que aplanar y palacios por hospitalizar.

Ya decía Jorge Manrique aquello de que “nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos” y aquí estamos todos intentando no tocar el agua salada, atrapados en el estómago de la ballena esperando a que esta nos escupa o bien un capitán Ahab nos rescate. 

Queda menos para llegar a Nínive, ánimo y muchas gracias a los que nos cuidan.

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