No hay camino: lo vasco (II), por Francisco J. García Gascó


Extraña es para mí la cadencia que acompaña el compás de un estío que no yace en una perpetua canícula. Abrir las contraventanas al yergar el lomo y sentir los contornos del espacio inundados de cencio predisponen a la aventura, al menos a este que escribe.
Mis vistas desde Areatza son un trampantojo de glaucos y clorofílicos perfiles. Es mi particular y más bello salón de Europa, aunque los canales venecianos no me rodeen.
La pausa es hálito necesario. Siempre impongo un día de pausa en mis viajes. Ser y estar en mi reducto, el sitio de mi recreo. Cocinar en mi casa con fecha de caducidad. Esa pausa me llevó a andar por las lomas de Areatza, comprar en la panadería del pueblo de la Goikokalea, conocer allí al más increíble de los panaderos, que me hiciera probar todos sus productos: increíbles bollos de mantequilla, guardias civiles (bizcochos típicos), roscos orgásmicos, palmeras de chocolate...¡¡¡Dios Santo, qué momentos eché!!! Volví a la onírica explosión de diapositivas vivas desde mi atalaya, y secuencias después, unos pasos más arriba, me encaramé al Restaurante Axpe Goikoa, un placet sin dudas: carnes y un txakoli propio, Garena,  fueron marchamo de distinción. 
Un día ha pasado, un paréntesis preñado de puntos suspensivos en los que tu espíritu queda impregnado de golpes de amistad, felicidad y contemplación.
Y volvimos a las rutas. Y los arrabales de mi memoria me dictan estas dos sugerencias costeras:
Hay una ruta preciosa de Guetaria a Mutriku. La primera parada, en la patria de Elcano, nos lleva a pequeño pueblo pesquero que desliza sus empedradas calles por las lomas de los riscos que la jalonan. Recomendar comer en el Elkano, cuyas parrillas son consideradas una de las que mejor trabajan el pescado de todo el País Vasco, no es una empresa especialmente original. Elkano no suele defraudar, aunque el paso por caja justifica su estrella Michelín. Yo propongo una solución alternativa a la abigarrada seguridad de la tradición culinaria vasca. Me encanta el Politena. Nutrido surtido de pintxos y pescado en parrilla que no desmerece a la catedral de las brasas escamadas.
Tras volcar una mirada al levante guetariense para adivinar a pocos metros mi entronizada Zarautz, viramos a poniente y llegaremos en escasos 20 minutos a Zumaia. La razón de ser de esta preciosa localidad, puerto industrial incluido, es una joya de la naturaleza: su flysch,  una formación de capas rocosas de origen sedimentario con unas características determinadas, paleontológicas (fósiles) o litológicas (composición mineral, geometría, etc).
Tomen el barquito en Zumaia para recorrerlo, eso sí, tras comer en Idoia Ardotegia. El sitio colma las expectativas del nómada y calma las necesidades de nuestra atribulada ansia. No hay que temer el recorrido marino por la costa de Zumaia hasta Mutriku, a no ser que seamos marineros de agua dulce. La visión ondulada, bruñida de jaspeada roca, de sinuosas y cuasi psicodélicas formas es un puro deleite para la vista. Y orillar en Mutriku se convierte en una suerte de salto mortal en el tiempo. Pueblo ballenero, encorsetado en un acantilado, llena su bocana portuaria de una zagalería que inunda el mar, en una estampa más propia de esos años en los que disfrutar de lo básico era el trazo que todos seguíamos. Una maraña de empinadas y angostas calles te convierten en un intento de torpe capitán Ahab que busca el eco los cachalotes que fueron base del vivir de este enclave tan auténtico. Trago de txakoli de Txomin Etxaniz y vuelta a Zumaia.
La otra propuesta es ir de Bakio a Plentzia. Son otros dos enclaves, estos en Vizcaya, que hacen de recorrer la costa vasca un puro camino de éxtasis. Casas coloridas, naturaleza majestuosa, de mágica montaña y azul ponto abrazados.
En Bakio no puede faltar al restaurante Zintziri Errota, un precioso caserío vasco, esencia del baserri, que abraza al comensal con lo tradicional y lo atrevido.
En Plentzia, que repite las apolíneas maneras de Bakio, recomiendo una experiencia distinta. Visiten la web de underwatewine.com. Verán algo único, enoturismo en barco, visitando una bodega submarina. Vinos que buscan su esencia entre algas y sal.
Y el fin del verano siempre es triste, pero la amistad perduró y perdura, porque los que se quieren reconocen la belleza, el País Vasco te enamora, y aceptan la rutina como sustancia única de la auténtica verdad, la de tener amigos que te hacen mejor persona y lugares que visitar con ellos.

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