El viajero, por Ángel Márquez


Los últimos días del año 2019 estábamos entregados a lo que esas fechas nos piden: la celebración de la Navidad con sus luces, sus dulces y con los emotivos encuentros familiares. Son esos días los ideales para que las familias se reencuentren, tan dispersas como están, en este mundo que hemos creado de viajes fáciles.
Mi perro Codi también celebraba a su manera este final del 2019. Los deseos y la entrada del nuevo año los sacamos de los cajones de los años anteriores. Más o menos semejante a otros años, nos dábamos las felicitaciones con los mejores deseos de paz, prosperidad y felicidad para este 2020.
El nuevo año, dados los mejores deseos, volvió a su rutina de trabajo y vida. Las noticias de todo tipo nos invadían por radio, televisión y teléfonos, dándole una cantidad de trabajo extra a nuestro celebro por la acumulación de información que recibíamos y buscábamos. En ese sinfín de noticias nos llegaba de la lejana China (lejanísima China) información de un virus que había nacido en una ciudad tan lejanísima también que no tenía ni siquiera conocimiento de su existencia. En este vasto campo de noticias, esta se empeñaba en hacer carrera para que poco a poco se destacara sobre las demás y tomara más protagonismo que ninguna otra.
Con tantos kilómetros de por medio y por tantas noticias más actuales y cercanas, no se nos pasaba por la mente que tuviéramos que dedicarle una atención más especial a este lejano, ínfimo, desconocido e indiferente virus, que no tenía nada que ver con nosotros ya que teníamos una frontera de 18.000 km de grande. En este razonamiento no me acordé de que los aviones y los viajes estaban inventados. Ya entrados en este año que vivimos y escribimos, esta información que nos llegaba de tan lejos, sin perder ni un ápice de su carrera para hacerse importante y su empeño en ser la primera, fue tomando primeros puestos a fuerza del número de personas que morían por este virus. Se le veía como un tipo de gripe más, a la que no hay que darle ninguna importancia porque cualquier gripe lleva siempre en su contabilidad un número de personas fallecidas.
Creo que el primer efecto devastador de este virus fue la ceguera. Queriendo ser único protagonista de las noticias, posee un don leve e inquietante que consiste en viajar de unas personas a otras sin pago y sin autorización de estas.
Como no le hacíamos caso y seguíamos ciegos, él se encargó, con esas ganas de viajar que lleva en sus genes, de visitar otros países y de esta manera que no cayese en el olvido su presencia. Es así que llego a Italia (quizás es un virus culto), y comenzó su lúgubre viaje de muerte y destrucción. Con este recorrido, algunas entidades como la OMS dieron aviso de que este bichito no venía de ruta turística.
El virus conseguía poco a poco, poniendo su mucho empeño, que se empezase a hablar más de él. No había un día ya que los periódicos y televisiones, acompañadas de sus hermanas la radio, no hablaran de él. Las noticias sobre la muerte de personas son las que más vida dan a los medios de comunicación. Los teléfonos móviles comenzaron a gastar más batería de la habitual. Por las redes circulaban la información casi a la misma velocidad que el virus. Los avisos de este siniestro COVID-19 nos llegaban de todos lados, pero como hemos perdido la costumbre de visitar a la pitonisa con su bola de cristal futurista y no creemos en sus consejos para que no nos trastorne nuestra coetaniedad, para eso teníamos el alma infalible de estar ciegos.
Todo nos llegaba de lejos (Italia está lejos unos 2.000 km – otra vez nos olvidamos de los aviones -) y nosotros a lo nuestro, con nuestros pensamientos puestos en un precioso, alegre y desenfado carnaval. Nuestros sentidos dispuestos a la olorosa cuaresma con la explosión de nuestra semana santa. En Valencia, los artesanos falleros dando los últimos toques a sus fallas. La vida seguía su marcha diaria. Otra vez algunas voces, cada vez más, avisaban en algunos medios de comunicación que este virus venía a tocar a nuestras puertas. Como venía y nos tocaba a las puertas, lo mejor era, para que no nos molestara, echarnos a la calle y así celebrar el multitudinario 8 de marzo invitándolo (a pesar de ser macho) con su equipaje de peste y muerte.
Por arte casi de magia, los 2.000 km que nos separaban de Italia desaparecieron y el virus se presentó en España con sus mejores galas, con un público entregado a él. Creíamos que solamente tocaría las puertas y fue directamente, y sin educación, a tocar a los pulmones, sobre todo los pulmones de las personas mayores.
El anuncio de la supresión de las Fallas fue el colirio que nos hizo abrir los ojos y ver la luz negra que teníamos frente a nosotros. Si estas fiestas se hubiesen celebrado, el fuego de las mismas hubiese servido como instrumento para una nueva y cruel inquisición.
El virus y la muerte, al unísono, se han hecho protagonistas de nuestras vidas. Cuando tengo pesadillas, siempre las venzo cuando me despierto; pero esta pesadilla la sueño despierto ¿Qué arma tengo contra este destructor e incansable viajero?
Espero que la próxima vez las letras tengan otro color.

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