Ya el mismo día que vieron la luz, dejaron patente que eran totalmente distintos. Alumbrados por el mismo ser, compartiendo idénticos genes, eran dos almas antagónicas que enfrentaban dos formas de llegar al mundo y de vivirlo.
Tarón, no paraba de llorar, ni siquiera dejaba ver a la matrona el color de sus ojos, mientras Shalí mostraba una luz pletórica y serena, con los ojos plenamente abiertos y una dulce sonrisa que conquistó los corazones de todos los que en aquella cabaña abrigaban el alumbramiento de los dos nuevos integrantes de la tribu.
A lo largo y ancho de aquella idílica llanura, crecieron y marcaron su personalidad, en un espacio y un tiempo espléndido para vivir. Su padre, espíritu libre, abogaba porque sus hijos siguieran su línea, y de ese modo, aprendieran y descubrieran por sus propios medios. La madre, por el contrario, no quería sufrir con ningún contratiempo de sus vástagos y abogaba por vigilar sus pasos y acotar el terreno. Así, Shalí y Tarón, buscaron abrigo cada cual en quien les convino, en quien veían como su aliado.
El tiempo y las circunstancias les acechaban por igual porque eran inseparables, pero les afectaban de distinta forma. También las personas les correspondían de forma desigual, porque sus actitudes con el semejante así también lo eran. Mientras Shalí era requerido para cualquier iniciativa, Tarón no contaba con el atractivo ni el afecto para hacerlo partícipe de nada.
Ya en plena juventud, les llegó uno de esos grandes momentos que dispone la vida. Era un día especial, una oportunidad única, de las pocas que se presentan en la historia de toda persona.
La vida nos hace distintos, pero hay ocasiones en que nos presenta a todos exactamente iguales, nos alinea y dispone una fachada homogénea, una imagen de todos con la misma forma pero con distintos fondos.
Y aquel era el día en que Tarón, Shalí y toda su tribu eran exactamente iguales y se enfrentaban al mismo reto: bajar el río y encontrar el mar para así completar la elección del nuevo líder que, de por vida, guiaría a su pueblo.
Alineados en pie sobre la orilla, todos esperaban el grito de salida. Shalí y Tarón, que estaban en plenitud de facultades físicas, salieron disparados al centro del río sobre sus canoas y de inmediato tomaron ventaja sobre el resto en el descenso que les podía llevar a la gloria.
Los hermanos bajaban el río en sus embarcaciones con enorme preeminencia sobre los demás, permitiéndoles hacer un esfuerzo dosificado en busca del mar. Al tiempo, llegó un punto en que el río se bifurcaba en dos y tanto Shalí como Tarón decidieron que tomarían el afluente que corría apuntando al oeste. Se adentraron así en un precioso bosque repleto de árboles centenarios que les daban cobijo del sol y refresco para aliviar el esfuerzo de sus fuertes brazos.
Entonces, al amparo de aquel disfrute, Shalí exclamó: -“¡Qué paraíso, querido hermano!”
– “Llevas razón, Shalí, jamás navegué en unas aguas tan cristalinas y con un transitar tan reconfortante…”
Pero al cabo de un tiempo, en un largo tramo recto, Tarón se percató de que nadie les seguía, ninguno de sus paisanos había escogido su mismo camino…
- ¡Shalí, nadie nos sigue! Han debido de escoger todos el otro curso del río…
- No te preocupe eso, Tarón, mira al frente y busquemos la meta. ¡Todos los ríos llegan a la mar!
- ¡Volvámonos, hermano! No quiero ser el único que ha elegido este camino.
- ¿Pero, y por qué eso te ha de importar? ¿Acaso no elogiabas nuestra elección hace un momento?”
- Sí, pero te vuelvo a repetir: no quiero ser el único que escoge este camino.”
- “Hermano Tarón, la vida decide por sí misma que seas único y nosotros ya lo somos, porque aunque volviésemos río arriba y siguiéramos el camino de los demás, seríamos los únicos de toda la tribu que rectifican y transitan por el camino que no eligieron”.
- “Lo siento, Shalí, mi decisión es volver y tomar el otro afluente”.
Dicho y hecho, Tarón se giró y navegó río arriba buscando alcanzar el afluente que apuntaba al este. Pero navegar a contracorriente no era fácil, el sobreesfuerzo le dejó exhausto y, de repente, un remolino lo hizo volcar, cayó al agua y se ahogó.
Shalí, ajeno a aquel acontecimiento, continuó el descenso por su propio camino y, poco más adelante, descubrió que los afluentes se unían de nuevo. De esa forma, vigoroso y entusiasmado, entró primero en el mar. Así, se convirtió en líder y, con el tiempo, brindó sabiduría, progreso y prosperidad para su pueblo y recordó a su hermano con amor todos los días de su vida.
“Aceptar y amar nuestra esencia, elegir según nuestro propio instinto e ir lo justo y necesario a contracorriente para cambiar, con decisión, sólo lo que se puede cambiar”.
“No desafiemos a la vida, sólo hay un camino para cada persona. Aceptarlo y recorrerlo con buena actitud, nos ayudará a ser cada día un poco más felices”.
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