El desafío de Dulce Toboso, por Alberto Ramos Díaz


En estos días de estado de alarma y confinamiento casero, desde la Asociación Cultural "El coloquio de los perros" queremos aportar nuestro granito de arena al fomento de la cultura, de la lectura y escritura, y hacer más amenos estos momentos. Es por ello que vamos a tirar de archivo e ir publicando esas pequeñas joyas que son los relatos cortos y fotografías de nuestro concurso.
En esta ocasión, el relato es "El desafío de Dulce Toboso", del madrileño Alberto Ramos Díaz, ganador del III Concurso de Relato Corto (aún sin fotografía) "El coloquio de los perros", celebrado en 2005 bajo el tema "Quijote y Sancho en el siglo XXI".

El desafío de Dulce Toboso
A Dulce Toboso los sucesos de buena suerte siempre le llegaban de dos en dos. El día que se enamoró de Sancho, además de volverse loca por él, le tocó el reintegro de la Lotería. Dos meses más tarde cuando Sancho la dejó porque la veía rellenita, suceso que también fue una suerte ya que el chico le había salido canalla, le tocaron las tres últimas cifras del Cuponazo. Hoy la suerte llamaba de nuevo a su puerta y como no podía ser de otra manera le llegaba par. De un lado Sancho le escribía diciendo que quería verla, que no le importaba lo del sobrepeso y que la esperaba el sábado en la Asociación donde se habían conocido. De otro, el periódico anunciaba a media página que una cadena de televisión buscaba azafatas para presentar el cupón de la Once.
Dulce pensó que aquel era un gran día. O mejor dicho, el día de todos sus días. Y no sólo por la carta certificada de Sancho, que aunque canalla y bocazas estaba de muy buen ver, sino porque Dios había oído sus rezos y le tendía una mano para alcanzar el sueño de su vida: convertirse en azafata del tele-cupón.
Los requisitos “indispensables” de ser mayor de 18 y menor de 25, de ser atractiva y fotogénica, y de medir al menos uno setenta, los cumplía sin problema. Los requisitos “a valorar” de don de gentes y comunicación prefería dejarlos en eso, en “a valorar”. Pero había un requisito “escondido” que la llevaba a mal traer, el del peso ideal de las candidatas. Y es que Dulce vivía con una evidente tendencia a las curvas y al relleno, a soportar kilos de más en el juego de Suma y Sigue Sumando con la báscula. Y aunque era algo que sólo tuvo en consideración cuando se lo insinuó Sancho, en esta ocasión le parecía el lastre maldito de un globo de gas a la deriva que necesitaba aligerar carga. Además Dulce sabía que la televisión engordaba, como sabía también que esta era la oportunidad que siempre había esperado y que no podía dejar pasar. Fuera como fuera tenía que ir a esas pruebas. Y fuera como fuera tenía que ser una de las seleccionadas para estar junto al bombo de las unidades, de las centenas, de cualquier cifra, que todas eran buenas con tal de salir en la pequeña pantalla como azafata.
Dispuesta a adelgazar, dispuesta a presentarse, Dulce Toboso estaba, sobre todo, dispuesta a desafiar a la palabra.
Tres semanas, veintiún días enteritos con sus horas y sus minutos, era el tiempo que tenía por delante hasta la cita en los estudios de televisión para bajar once kilos y embutirse en un vestido negro. Tres semanas.
Su estrategia contaba con dos puntos a tener en cuenta: uno fisico y otro psíquico, o lo que era lo mismo, uno de pertrecho y otro de conciencia. Para el pertrecho se aprovisionó en la farmacia de un considerable número de barritas dietéticas, barritas que tomadas de dos en dos y con mucha agua, sustituían una comida. También en la farmacia compró un juego completo de fajas Vulkan. Fajas de neopreno con las que reducir estómago, muslos y brazos. Lo único que no pudo comprar de botica fue la bicicleta estática.
Para el segundo punto, el psíquico o de conciencia, asumió que plantearse el desafío desde la triste realidad de pedalear ocho horas al día sobre una bicicleta como si estuviera entrenándose para coronar el Alpe d’Huez, era deprimente. Y más aún si a eso añadía que se iba a alimentar sólo de unas barritas dietéticas que anunciaban sabores a naranja, nata y chocolate pero que en verdad no sabían ni a naranja, ni a nata, ni a chocolate. Por eso Dulce Toboso decidió que para poner en marcha el punto psíquico de su estrategia debía basarlo en los sueños ocultos que a veces destapamos, en las ilusiones escondidas que despiertan a la vida. Sería un quijote, que quimera es el que una chica rellenita luche por ser azafata de televisión. Sería un quijote, que también se puede ser quijote siendo mujer. Que para eso los sueños cuando nos abren las ventanas es que quieren que nos tiremos dentro.
Y así fue como el primer día de los veintiuno enteritos que Dulce Toboso tenía por delante se vistió con sus cinco fajas Vulkan envolviendo brazos, piernas y estómago igual que se vistió de armadura el caballero Don Quijote antes iniciar la lucha con el gallardo vizcaíno. Y así fue como el primer día de los veintiuno, Dulce Toboso no quiso subirse a la bicicleta estática sin acariciar el manillar al modo que Don Quijote debía acariciar la cresta de Rocinante antes de montar. Y así fue como desde el primer día el tiempo voló entre pedaleos incansables y molinos de viento, entre básculas embrujadas y ventas que parecen castillos, entre sudores imposibles y batallas contra cueros de vino. Porque el tiempo, que siempre vuela, lo hace aún más deprisa en los sueños que queremos se hagan realidad.
Haciendo fila a la puerta de los Estudios se citaron no menos de cien chicas. La mayoría cumplía los requisitos indispensables, aunque alguna no llegaba al metro setenta y se estiraban en busca del centímetro milagroso de “último minuto”. Las cien iban subidas en tacones suicidas, y casi las cien llevaban vestido negro. Con hora y media de retraso se abrió la puerta. Las chicas fueron engullidas por la boca tragona del Estudio y se encontraron de inmediato frente a una mariquita nerviosa y acelerada que no les preguntó nada, que no les dejó hablar y que deshojando oportunidades las seleccionó con un “tú no, tú no, tú sí”. El número de candidatas se redujo de cien a veinticinco. Al resto les agradeció en nombre de la cadena de televisión haberse presentado.
Dulce pensó que las veinticinco elegidas, entre las que ella se encontraba, eran sin duda las más guapas. La mariquita a pesar de ser nerviosa y acelerada no se había equivocado. Las veinticinco fueron invitadas a pasar a una sala de paredes altas y negras donde se les comunicó que iban a hacer la prueba de fotografia, así que por favor, que se limitaran a sonreír. Nada más. Sólo a sonreír. En ese instante apareció un cámara, que no fue menos implacable que la mariquita, porque según enviaba las imágenes al monitor, otra vez se deshojaba el grupo a la voz margarita de “tú no, tú no, tú sí”. De veinticinco quedaron seis. Dulce Toboso era una de las elegidas para la prueba final.
- Bien, señoritas. Vamos a hacer la última prueba: sonido. Ahora pasaremos al plató de al lado que es desde donde todos los días grabaremos el tele-cupón y haremos un ensayo como si estuviéramos en el programa. En cuanto entren cada una de ustedes se sitúa delante del bombo. Da igual el que sea.
Dulce se colocó delante del bombo de los números de serie.
- A ver, señoritas, que sólo lo repito una vez. Van a girar los bombos y va a salir una bola. No hace falta que pongan caritas ni boquitas, ni que interpreten el papel de su vida. Limítense a coger la bolita y mirar el número para decirlo en voz alta. ¿Entendido?
La primera chica dijo 3. La segunda 1. La tercera 4. La otra repitió 4. Otra el 6. Cuando llegó el turno de Dulce no dijo nada.
- ¿Le sucede algo, señorita? —quiso saber la mariquita nerviosa y acelerada— . No es tan difícil. Sólo tiene que decir la serie.
Dulce no dijo nada.
- La serie, por si no lo sabe, es el número que está escrito en la bolita...,  ¿lo ve?
Dulce miró otra vez el 29. Era un número bonito para hacer rico a cualquiera cuando la diosa Fortuna quisiera romper el Cuerno de la Abundancia con él.
- Señorita es usted muy mona y tiene un cuerpo escultural, pero también lo son sus compañeras y la mayoría de las que se han quedado fuera. ¿Dice el número o buscamos otra chica?
Y no lo dijo. Dulce Toboso no lo dijo. No podía. Llegar allí había sido más que suficiente. A su manera había cumplido su sueño desafiando la palabra igual que su don Quijote había desafiado la razón al hacerse caballero andante.
A Dulce Toboso los sucesos de buena suerte siempre le llegaban de dos en dos. Pero esta vez fue algo más que buena suerte. Por un lado había conseguido un cuerpo escultural según había reconocido la mariquita. Por otro estaba convencida de no querer ver de nuevo a Sancho aunque siguiera enviándole cartas certificadas, aunque la citara sábado a sábado en la Asociación de Sordomudos donde se habían conocido.

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