«¡Se está muriendo divinamente, te lo juro! Tenía ganas de que vinieras para poder decírtelo. Puedes estar orgulloso, de verdad. De los años que llevo de médico, nunca había visto a nadie morirse tan bien como se está muriendo tu padre. ¡Qué irse!, ¡qué apagarse!, ¡con qué parsimonia!, ¡con qué gradación! Estoy disfrutando, no te lo puedes ni imaginar». La primera vez que escuché esa frase no pude más que soltar una carcajada. Quizá en ese instante no fui consciente de la dimensión que podían tener esas palabras. El reírse hasta de la muerte, con lo que eso supone. Una expresión que podría interpretarse como una antítesis, pero posiblemente sea el modo más cenital de exprimir la vida.
Ese momento completamente delirante de “Amanece, que no es poco” (1989), en el que el médico del pueblo hace (a su manera) un diagnóstico al hijo de su paciente, podría haber acompañado perfectamente a José Luis Cuerda en su funeral. El cineasta manchego ha fallecido a los 72 años, aunque en el recuerdo quedará por siempre su inolvidable sello cinematográfico. Único e imprescindible. Una huella imborrable. Y es que, con la mencionada obra, Cuerda no solo creó una cinta maravillosa, también consiguió grabarla a fuego en nuestra retina. Encerrarla en nuestra cabeza para no dejarla escapar jamás. Porque «calabaza, yo te llevo en el corazón».
La primera vez que oí hablar del genio de Albacete fue de manera indirecta. Ocurrió a través de “Tesis” (1996), la ópera prima de Alejandro Amenábar, y en la que Cuerda actuaba de productor. Desde ahí me sumergí en un cine que ha brotado reflexión, risas y denuncia social por sus cuatro costados. Porque, además del surrealismo y el absurdo que abarcan la trilogía integrada por “Total” (1983), ”Amanece, que no es poco” -una obra a la altura del mejor cine de los Monty Python- y “Así en el cielo como en la tierra” (1995), el director se ha sumergido en otras narraciones más duras y alejadas de la comedia como “La lengua de las mariposas” (1999),”La educación de las hadas” (2006) o “Los girasoles ciegos” (2008).
Cuerda llegó un día con sus películas y ya nunca se fue. Nos atrapó en lo absurdo y fuimos incapaces de no alienarnos. A su ejército del humor. ¿Qué mejor bandera que esa? Son incontables los cómicos que han bebido de su cine, de sus guiones. Al fin y al cabo, de su estilo. La victoria de un chasquido ante la dialéctica. Ante un razonamiento altisonante. La risa que brota desde las entrañas, no sin antes haber pasado por un proceso cargado de reflexión. Todo estaba en su cabeza. Por eso, y por mucho más, merece la pena ver su cine.
Uno sobre el que muchos defienden, aludiendo al relativo al absurdo, que carecía de argumento. Piensen en dos forasteros que llegan a un pueblo y allí ocurren cosas. Luego se van. ¿Os suena Sergio Leone? ¿Recuerdan a Clint Eastwood o John Wayne? Pues eso.
El manchego se asomó al precipicio de la realidad, la miró de frente, tomó lo peor de cada casa y lo convirtió en metáfora. Cada momento es una carrera en otros muchos directores. Generoso como el que más, les hizo un regalo a todos. De hecho, hace poco más de un año, un grupo de cómicos y actores decidieron reunirse para que la obra tuviera su última pieza. Así surgió “Tiempo después” (2018). Una cinta que rebosa melancolía y corroe desde la diversión. El epilogo perfecto a través de los que crecieron a su sombra. Nostalgia y lucidez en un delirante trabajo coral. Por eso, descansa, Cuerda, que no es poco. Y es que, José Luis, «todos somos contingentes, pero tú eras necesario».
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