Caballero de fina estampa, por Paco Espejo


Pero ahora que los años te empiezan a pesar, a ti que eras capitán de los inquietos, te revuelves como gato panza arriba contra el zarpazo de la edad. Quién se acuerda ahora de esas interminables correrías de crío, réquiem de pollos monacales, que te valieron injusto destierro al país de los vientos aulladores.
Alguna que otra correría con al-Mutamid te pegaste a las orillas del río grande. Poco duró aquella emulación del hermano mayor, siempre serio y responsable, que te devolvió, con más pena que gloria, entre vides y olivos.
Con un cicerone fuiste confiado para aprender los secretos de la trilogía mediterránea, tiempo aquel de bueyes enyuntados perturbando el sueño de los patos malvasía. Padre vigilante desde el caballo que pronto delegó trabajo y hacienda sobre tus jóvenes hombros.
Obra en casa, toca dividir lo que una vez fue uno, ahora lo es trino. La matriarca gusta de tener a sus polluelos bajo el ala, mal sabía ella entonces cómo iban a volar.
Estás siempre elegante y bien puesto, con esa percha no se podía hacer lo contrario. De ferias y fiestas asiduo hasta que la encontraste, ojo, la aguja en el pajar.
Su genio es regulero y sus vestidos anchos, que malo es creer que se lleva siempre la razón, pero tú se la diste. Y vuelta de visita al río grande, pero esta vez con al-Hakam, ella se ¿esmeraba? en seguir los pasos de Hipócrates y tú perturbando el eterno descanso de los fieles a Pompeyo para hacer oro líquido.
Pasó que Una, Santa, Católica y Apostólica confirmó el amor y de aquella segunda planta con gotera hicisteis un hogar; innumerables momentos felices en aquella casa en que las plantas siempre se morían. Un abrigo de pieles o terminar los estudios, ella escogió los dos y con carrera y visón el primero nació.
El primogénito consentido, cosas que “putunan” y conoce tu ciudad. Llantos a la puerta de las monjas, ella estudia y tu hermano se va a la capital, adiós a las sobrinitas a las que adorabas y a su encantadora madre (allá dónde esté se la sigue echando de menos).
J. llegó, ya tienes dos y decidiste parar. Piso lleno de vida, que se convertiría en casa. Dos plantas y piscina, o sea veranos a remojo. Y el tiempo pasa, del colegio a la universidad, pero tú sigues aquí, de la trilogía sólo queda el olivo y bien largo que te viene. Diciembres, eneros y febreros cada vez más cuesta arriba, lo de la rodilla y cintura tampoco ayuda, para colmo esos 40 inviernos de jornal poco te van a rentar.
Oponiéndote a todos esos años estas tú, breves te separan de un retiro a las orillas del gran charco; retiro dorado de quienes han trabajado toda su vida. Ahora te toca seguir disfrutando y paseando tu fina estampa.

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