El Coloquio de los perros es la Novela Ejemplar cervantina en la que aparecen Montilla y la Camachas, y da nombre a nuestra asociación. Sus protagonistas, dos canes, Cipión y Berganza, también pretenden serlo de nuestra revista. En cada número, a través de sus reflexiones y posturas en páginas centrales, uno a favor y otro en contra, iremos tratando temas de interés para nuestra sociedad. En esta ocasión, ladrando sobre la participación de las administraciones públicas en el mantenimiento y preservación del patrimonio protegido de propiedad privada.
Cipión: Arte urbano
Querido Berganza, en una pared de la ciudad romana de Pompeya aún se puede leer Hit habitat felicitas (aquí vive la felicidad) acompañando a un dibujo de un enorme falo. Es un ejemplo de los primeros graffiti de los que hay constancia. Es difícil precisar cuándo nace el arte urbano o callejero, manifestaciones de descontento, ira o alienación social. Desde luego, su forma más tosca, el graffiti, es tan antiguo como la misma Humanidad. Probablemente, lo común a todo arte callejero sea su vinculación a círculos marginales, contraculturales y siempre extremadamente críticos con el sistema de poder dominante, incluido su aparato cultural. Es por ese vínculo con lo marginal que muchos lo despacháis como un simple acto de vandalismo sin ninguna pretensión artística.Pero el fenómeno del arte urbano es mucho más complejo. Pongamos los más burdos graffiti sin ningún tipo de técnica pictórica. Como mínimo, son un testimonio directo de lo que ocurre en una ciudad, una expresión de contracultura que no podríamos observar en ningún museo. Estos testimonios nos hablan de la actualidad política general, las guerras, las pequeñas polémicas de una localidad, mensajes obscenos, amor adolescente... En definitiva, nos hablan de la vida como realmente transcurre en las calles.
Más allá del graffiti, el arte urbano contemporáneo ha evolucionado hacia técnicas más sofisticadas, como los grandes muralistas mejicanos, el underground británico de los 60, la cultura del hip-hop norteamericano o las obras actuales de Banksy. En estos casos, el artista urbano no buscó lo estéticamente agradable ni la perfección técnica. No se trata de decorar fachadas. Se trata de crear un lenguaje propio al margen del sistema cultural imperante. Se trata de denunciar.
Un arqueólogo del futuro no podría entender el siglo XX y XXI sin considerar el arte callejero y su carácter contracultural y de denuncia. Diego Rivera pintó su mural El hombre en la encrucijada para el Centro Rockefeller y se le ocurrió incluir un ejército de trabajadores liderados por Marx, Engels, Lenin y Trotsky; para disgusto del magnate Rockfeller. Los límites del conflicto norirlandés se marcaban con grandes murales con los símbolos de cada bando. Los graffiteros del Berlín Oriental reprodujeron la imagen del beso de Honecker y Brezhnev en el Muro de Berlín para denunciar la gerontocracia dominante en el bloque soviético. El mural de Banksy El hijo de un emigrante sirio, que muestra a Steve Jobs (efectivamente, Jobs era de origen sirio) se convirtió en 2015 en una denuncia de la tragedia de los refugiados sirios buscando asilo en Europa.
Puedes llamar vandalismo al uso del espacio público o directamente de la propiedad ajena como medio y trasfondo creativo; pero realmente el arte callejero es hoy una forma de expresión crítica que no podría llevarse a cabo por otros medios. Y sobre todo, es una visión crítica y al margen del sistema. Como sociedad necesitamos recibir mensajes críticos para no acomodarnos y para poner el foco en problemas que no reciben la atención de los medios de masas.
Berganza: Vandalismo
Amigo Cipión, recorro las calles de Montilla en estos días y veo en algunas de sus fachadas unos preciosos murales de Gisele Rosso adornando el paisaje urbano. Mira tú que incluso en uno de ellos salimos nosotros, viejo can; hasta lo hemos escogido para la portada de esta edición de la revista.
Una bonita iniciativa del Ayuntamiento para embellecer su localidad, que ha decidido encargar la labor a esta artista argentina.
Esto es, Cipión, un ejemplo de arte urbano. Un espacio, abierto en este caso, en el que un promotor, un mecenas cultural, decide adornar su propiedad, para lo que cuenta con alguien de una calidad y prestigio artístico palpable.
No me pretendas comparar esto con esos graffitis que ensucian tantas paredes de edificios en numerosas ciudades.
En la inmensa mayoría de los casos, la calidad artística es absolutamente nula; unos iluminados guarreando muros a golpe de brochazos o espray que ni siquiera valdrían para dar una mano de cal a esa fachada.
Los hay, los menos, que tienen un cierto don y son capaces de crear algo decente, incluso bueno. Pero, ¿alguien les ha pedido que pinten la pared de su casa o el mobiliario urbano? ¿Acaso han preguntado al propietario si le parece bien?
A mí, particularmente, no me gustaría que nadie, por muy artista que fuera, pintara mi fachada sin, cuando menos, pedirme permiso antes.
En cuanto al mobiliario urbano, ¿qué culpa tiene de ser de todos para que se le trate como si no fuera de nadie? Basta que al iluminado de turno se le ocurra darle otro aire, otra imagen, para que el resto de ciudadanos debamos caer rendidos ante tamaña visión cultural y sintamos nuestra ignorancia y pequeñez artística (es sarcasmo, por cierto).
A eso que tú llamas contracultura, yo lo llamo vandalismo, Decidir por tu cuenta y riesgo, porque eres un visionario cultural, un elegido por las musas, que debes impregnar el entorno urbano con tus obras para que la humanidad disfrute tu arte o porque tienes que expresar tu rebeldía o desacuerdo con el mundo, es equiparable al que decide pegar la patada a la puerta de una vivienda vacía y okuparla, porque su egoísmo está por encima de unas normas de convivencia común que nos ponemos en una sociedad civilizada para no convertirla en una jungla descontrolada.
Buscar tu sitio, tu lugar en esa sociedad, para expresar tus inquietudes civilizadamente no queda tan cool. Parece como que eres menos artista y menos transgresor si no eres un individualista que hace lo que le viene en gana, cuando y donde le viene en gana, para que el resto de mortales te alaben o detesten pero, en el fondo, te admiren (ojo, sarcasmo de nuevo).
Cada vez son más los espacios urbanos que se habilitan en las ciudades para que la gente exprese sus inquietudes artísticas, sociales o políticas. Pero, claro, ya no es lo mismo, aunque se trate de lienzos del mismo muro de Berlín. Con permiso, no es igual.
Así que, por lo que a mí respecta, ese arte urbano que pregonas no es sino egoísmo antisocial; en definitiva, vandalismo. Por muy artista que seas.
Una bonita iniciativa del Ayuntamiento para embellecer su localidad, que ha decidido encargar la labor a esta artista argentina.
Esto es, Cipión, un ejemplo de arte urbano. Un espacio, abierto en este caso, en el que un promotor, un mecenas cultural, decide adornar su propiedad, para lo que cuenta con alguien de una calidad y prestigio artístico palpable.
No me pretendas comparar esto con esos graffitis que ensucian tantas paredes de edificios en numerosas ciudades.
En la inmensa mayoría de los casos, la calidad artística es absolutamente nula; unos iluminados guarreando muros a golpe de brochazos o espray que ni siquiera valdrían para dar una mano de cal a esa fachada.
Los hay, los menos, que tienen un cierto don y son capaces de crear algo decente, incluso bueno. Pero, ¿alguien les ha pedido que pinten la pared de su casa o el mobiliario urbano? ¿Acaso han preguntado al propietario si le parece bien?
A mí, particularmente, no me gustaría que nadie, por muy artista que fuera, pintara mi fachada sin, cuando menos, pedirme permiso antes.
En cuanto al mobiliario urbano, ¿qué culpa tiene de ser de todos para que se le trate como si no fuera de nadie? Basta que al iluminado de turno se le ocurra darle otro aire, otra imagen, para que el resto de ciudadanos debamos caer rendidos ante tamaña visión cultural y sintamos nuestra ignorancia y pequeñez artística (es sarcasmo, por cierto).
A eso que tú llamas contracultura, yo lo llamo vandalismo, Decidir por tu cuenta y riesgo, porque eres un visionario cultural, un elegido por las musas, que debes impregnar el entorno urbano con tus obras para que la humanidad disfrute tu arte o porque tienes que expresar tu rebeldía o desacuerdo con el mundo, es equiparable al que decide pegar la patada a la puerta de una vivienda vacía y okuparla, porque su egoísmo está por encima de unas normas de convivencia común que nos ponemos en una sociedad civilizada para no convertirla en una jungla descontrolada.
Buscar tu sitio, tu lugar en esa sociedad, para expresar tus inquietudes civilizadamente no queda tan cool. Parece como que eres menos artista y menos transgresor si no eres un individualista que hace lo que le viene en gana, cuando y donde le viene en gana, para que el resto de mortales te alaben o detesten pero, en el fondo, te admiren (ojo, sarcasmo de nuevo).
Cada vez son más los espacios urbanos que se habilitan en las ciudades para que la gente exprese sus inquietudes artísticas, sociales o políticas. Pero, claro, ya no es lo mismo, aunque se trate de lienzos del mismo muro de Berlín. Con permiso, no es igual.
Así que, por lo que a mí respecta, ese arte urbano que pregonas no es sino egoísmo antisocial; en definitiva, vandalismo. Por muy artista que seas.
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