Cuestión de pasión, por Miguel Cruz Gálvez


Hay ciertas teorías, ciertas cuestiones, que al pasar de ser planteamientos a hechos constatados se convierten en verdades irrefutables a las que uno puede y debe agarrarse para salir airoso de esta lucha sin tregua que es la vida.
No sé si eres creyente de un Dios que concede talentos, no sé si tienes algún devaneo romántico con un destino que ya crees escrito y/o si por cualquier otra causa piensas que: cada uno de nosotros tiene una misión en esta vida.
En mi caso hay un poco de todo eso y, a lo largo de mi vida, este cóctel ha resultado muchas veces en malinterpretaciones de a qué y por qué tengo que dedicar mi existencia.
El proceso, hasta no hace mucho, siempre ha venido acompañado de un acusado sentido de la responsabilidad, del sacrificio, de ausencia de realización en cierto modo, dedicándome en muchas ocasiones a tareas que no eran de mi agrado, creyendo que asumía el rol que pocos están dispuestos a desempeñar pero que algunos tienen que hacer para que todo funcione. 
Este pseudoreligioso sentido de la responsabilidad me ha llevado a un errático comportamiento que no me permitía progresar lo debido pero que, afortunadamente, con los años ha llegado a su fin. 
Así, me dije: “No te equivoques, hay que trabajar y sudar mucho, pero no estás obligado a hacer cosas que no te gustan y además hacerlo no te va a dar éxito. En cada campo y en cada iniciativa humana ya hay o habrá una persona que descubre ahí su pasión, progresa y triunfa”.
En ese sentido, encontrar a qué y por qué dedicamos nuestra vida a algo es la primera tarea que debemos resolver como seres humanos. Es una cuestión que pudiera parecer difícil pero que, con la debida autoescucha y usando la adecuada herramienta, es algo extremadamente sencillo. Esa herramienta, esa llave que abre la puerta, es sencillamente lo siguiente: déjate guiar por la pasión…Así de fácil. 
Quizás te escudes en que esto es, una vez más, simple palabrería. Quizás argumentes que no todos pueden disfrutar con lo que hacen, que no todos pueden hacer lo bonito, no todo el mundo puede ser feliz o que este último estado ni siquiera existe. Escóndete en lo que quieras, pero las cosas no son así. 
Nada es bonito o feo, fácil o difícil, ni siquiera agradable o desagradable, porque todo depende del cristal con que se mire. Cada cual vive un mundo y unas circunstancias que hacen que lo que para algunos sea un gozo para otros sea un castigo. Por tanto, hay sitio y oportunidades para todos, hasta el infinito y más allá.
No hace mucho conocí el testimonio de un científico español, mediocre estudiante hasta el bachiller, que se topó, en esa época de desidia que todos atravesamos, con ese gran invento que se llama microscopio. Ese chico descubrió de esa forma un modo de ver la vida que le intrigó, le cautivó y le sumergió en un mundo al que ahora dedica su vida, y que ha dado como resultado éxitos profesionales que se traducen en progreso para la humanidad, como tratamientos médicos que salvan vidas. Y, ¿sabes qué? Seguramente, si cualquiera de nosotros se dedicara a eso, no tendría ilusión ni para levantarse por las mañanas.
Por cierto, dicho esto, no nos confundamos, no se trata de tener renombre, no se trata de hacer heroicidades; la humanidad necesita gente con pasión en lo complejo pero también en lo simple. Necesitamos tanto de médicos que curen como de personas que nos hagan felices con algo tan sencillo como comer el mejor pan. Se necesita tanto de mentes privilegiadas como de manos que cosen, guías de acompañamiento espiritual o de alguien que te ayude a tonificar el cuerpo… 
Así, yo te decía que hay ciertas teorías, ciertas cuestiones, que son verdades irrefutables, y esta, querido amigo, es una de ellas: La humanidad avanza por las personas que viven con pasión; sin pasión no puede haber progreso. 
Ya ves, hay quien vive (con pasión), y hay quien sobrevive…cada cual decide.

Comentarios