Chernobyl, por José Alfonso Rueda

Me gusta HBO. Me sorprende. No se deja guiar exclusivamente por las estadísticas de los usuarios y las modas que establecen los bots que controlan las interacciones de los usuarios. Innovan, arriesgan, se salen del guión y se inventan productos novedosos que nadie demandaba previamente, sin escatimar calidad en la producción.
A la misma vez que concluía “Juego de tronos”, la serie de series, HBO decide contraprogramarse y estrenar “Chernobyl”; lo que ninguna plataforma hubiera siquiera planteado hacer deciden hacerlo ellos. ¿Hay algo capaz de desviar la atención de los espectadores del destino final del trono de hierro y los caminantes blancos? Incluso la aún más longeva “The Big Bang Theory” programa su final para algo más tarde.
A pesar de todo ello, “Chernobyl” aparece en nuestros listados de estrenos. La crítica la menciona; algo que ver en ese fatídico mayo que nos deja sin esas dos series que quedarán para la historia. Algo para mitigar nuestro mono, nuestro desasosiego. Habrá que verla. Y entonces, al darle al play del primer episodio, es cuando descubres que no es una serie cualquiera, un producto para consumir sin más, sino que te encuentras ante un hito televisivo.
La intriga argumental está al nivel de “Jesús de Nazaret” o “La túnica sagrada”; todo el mundo conoce el final y el principio. Una central nuclear soviética reventó en 1986, lo llenó todo de contaminación radiactiva en miles de kilómetros a la redonda pero se pudo controlar el apocalipsis gracias a miles de personas que sacrificaron su vida o su salud, a pesar del oscurantismo del Politburó. Y eso es lo que nos han contado decenas de documentales y también “Chernobyl”, claro, no se van a inventar los acontecimientos.
Pero pocos retratos ha habido hasta ahora centrados en esas gentes que sufrieron el accidente nuclear: trabajadores de la central, equipos de emergencias que actuaron ese día, vecinos de las localidades cercanas, científicos y políticos que lidiaron con el marrón para intentar resolverlo, “voluntarios” que colaboraron en la contención de la radiación… Lo mejor de “Chernobyl” es eso, que centra su foco de atención en los dramas personales que la explosión del reactor provocó. Y lo hace sin alharacas, con contención, sin excesos. Cinco episodios que se pasan volando, sin darse cuenta, deseando al final que llegue el siguiente. Narración cinematográfica al máximo nivel, aunque estemos en una serie; diálogos concisos pero atronantes; personajes profundos, para nada planos; secuencias que se explican por sí solas; banda sonora apabullantemente sencilla (¿puede sonar más aterrador el simple chirrido de un detector de radiactividad?). Además, desde el punto de vista del estilo, cada episodio es diferente del resto, como si pertenecieran a géneros cinematográfico-televisivos distintos: thriller, ciencia-ficción (aunque real), terror, documental, drama social o político, histórico, científico… Todo ello nos podemos encontrar en “Chernobyl”. También unas interpretaciones excepcionales y un diseño de producción prodigioso, como si de un “Cuéntame” soviético se tratara, que hace afirmar a quienes vivieron en aquella época y en aquel lugar que la recreación y ambientación son perfectas.
Y todo ello, justo al terminar “Juego de tronos”, con un final conocido y sin más pompa o publicidad que la habitual. Pero, como dije al principio, es lo que tiene HBO; cuando el público pide, suplica, un determinado producto, ya que nos habíamos acostumbrado, ellos te dan otro radicalmente distinto. Y lo peor de todo es que nos gusta, nos maravilla.
Si aún no has visto “Chernobyl”, ya estás perdiendo tiempo.

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