Brácana, por Sonia Zurera

Aquel que no viva o no haya vivido en Montilla no puede saber qué es Brácana. Y aun así, si es mujer no habrá traspasado el dintel de “su república independiente”. Al margen de ese “club masculino” y profundizando en la idea de visitar un pueblo precioso de la Campiña, podemos abundar en calificativos si queremos expresar por qué Montilla y no Cabra o Lucena es el pueblo elegido para disfrutar en familia.
Si es el estómago el que te empuja a viajar, reserva en el “Bar Carrasquilla”, donde no sólo comerás bien sino que quien lo regenta te hará sentir como en casa, o bien reserva para almorzar en el restaurante “Hisa”, en la Avenida Andalucía, comodísimo justo a la entrada de la ciudad. Sólo entonces comprenderás que hay locales que no necesitan una estrella  Michelin para hacer que  tus sentidos disfruten al máximo con sus platos, buen servicio, precio medio comparado con las capitales y calidad excepcional.
No obstante, si además eres atrevido, te recomiendo antes de llegar al “Hisa” hacer una parada más arriba, en el Barril de Oro, y degustar los vinos de la zona, denominación Montilla-Moriles. Lo más parecido a un vino joven de los que sueles elegir fresquitos es un riquísimo vino de tinaja; pídete un Lagar Blanco mientras estás sentado en su terraza viendo de frente la antiquísima Bodega  de los Alvear. Sin duda, Montilla es una ciudad con solera, con un vasto patrimonio muy cómodo de visitar por lo recogido de su casco histórico. Cuentan con el museo de un atractivo pintor: Garnelo, poco conocido incluso para la gente de Córdoba que vive tan cerca y, sin embargo, es una pintura de factura impresionante. O simplemente visita la Casa del Inca Garcilaso y te transportarás sin esfuerzo al siglo XVII, donde este peruano mestizo de renombre estableció su residencia durante 30 años. Y es que Montilla es una auténtica caja de sorpresas agradables. Que quieres buenos manjares, los tienes. Dulces finos y exquisitos, no lo dudes, pásate por la legendaria pastelería de Manolito Aguilar cuando vayas de camino al centro y prueba el característico hojaldre de esta zona o llévate una preciosa caja decorada de sus alfajores, pura almendra en la boca.
Quien me haya ido leyendo habrá comprobado que me refiero a este municipio del sur de la provincia de Córdoba como la ciudad de Montilla, y así es señores. Fue en 1630 cuando el rey Felipe IV le concedió el título de ciudad a la localidad. Con sus 23.840 habitantes supone un buen lugar para vivir, no sólo por su práctica ubicación, a 25 minutos por autovía de Córdoba capital, a menos de dos horas del aeropuerto de Málaga y su costa o simplemente a menos de hora y media de Sevilla. ¡Qué más se puede pedir! Pues hay más, su gente: es amable, muy educada y servicial y no, no es peloteo; los montillanos son en general buena gente y te hacen sentir rápidamente uno más y eso lo sé de buena tinta, no pasa en todos los lugares del mundo ni mucho menos, donde adaptarse a la vida de un lugar cuando lo eliges para residir se te hace cuesta arriba.
Eso sí, bromas aparte, son raritos los de Montilla; por aquí, cuando juegas con una pelota y se embarca en un tejado, por ejemplo, dicen “chinchar”, a las enagüillas de la mesa camilla que te abrigan con el brasero las llaman “la bayeta” ¿?. También puedes escuchar a sus gentes mientras caminas, pensando en qué idioma están hablando, que aquel “es un fartusco que dice muchos parches”. Ala, del tirón, y se quedan tan anchos.
Con un poco de humor quiero cerrar un artículo que simplemente pretendía mover la curiosidad del lector y poner esta ciudad entre los próximos destinos a visitar. ¡Vente! Suelta aire, la tensión de una semana dura de trabajo y relájate tras pasar “Las Camachas”, porque en tan sólo una hora habrás comprobado que coger el coche para llegar a Montilla merece la pena y que bien Cabra o Lucena pueden esperar a otro día. Ya que si Cervantes la eligió como escenario de sus novelas ejemplares es porque esta localidad tiene la cadencia de un fandango  y el sabor a vino bien servido.
¡Montilla es para vivirla!

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