Mi vaca, por Ana Huete Frías

Yo tengo una vaca. Es una gran vaca de color miel oscura, suave y rotunda. Tiene unos inmensos ojos con largas pestañas y brillo intenso. Por esos ojos ve el mundo y me lo cuenta. Me cuenta lo que hay fuera y lo que hay dentro de ella y de mí. La abrazo y siento la bondad toda. Adoro a mi vaca. Camina lenta y pausada y a cada paso me deja que contemple el prado verde y el azul del cielo. Nunca tenemos prisa mi vaca y yo porque sabemos que lo que tenga que ser será. Su rabo espanta las moscas y el miedo, de modo que estoy segura. Es una vaca muy limpia y huele a mundo. Me dice tantas cosas sin hablar que ya no necesito las palabras. Sé dónde he de ir y dónde quiere ir ella, eso me basta para elegir el camino.
Mi vaca no tiene nombre, yo simplemente la llamo vaca porque eso es lo que es, mi vaca. El posesivo es imprescindible pues la distingue del resto de las vacas. No da leche, solo da calor y compañía. Va conmigo a todas partes. La llevo a pasear atada de una cuerda. Se la pongo al cuello sin ninguna tensión, suave para que no le moleste y no sé si es para atarla a ella o para agarrarme yo a ella. Nunca se irá de mi lado ni yo del suyo. Vamos a pasear tranquilas por un pueblo blanco, lleno de gentes ocupadas, de niños que juegan en la calle. A veces nos paramos a mirarles y nos entretienen con su charla amable, con sus cánticos infantiles y pegadizos. Cuando terminamos de recorrer las calles nos vamos al campo. Atravesamos unas vías de tren que hay a la salida del pueblo, que ya nunca se usan y en las que crecen hierbas sabrosas que come mi vaca con mucho gusto. Me siento en las vías a esperar que disfrute de su golosina verde, llena de rocío. Debe estar fresca y tierna esa hierba que crece espontánea. Me gusta verla comer, pausada y agradecida.
Nuestro camino no tiene sendero, nos abrimos paso caprichosamente. Yo suelo ir delante agarrada a la soga y nunca tiro de ella. Sé dónde quiere ir aunque va detrás. A veces sigo su voluntad y otras veces la mía. A cada poco me vuelvo y la abrazo y ella me mira y me cuenta sus cosas. La dejo que entre en su mundo profundo y que se llene de sí misma. Luego vuelve a salir y me mira complacida. Esos inmensos ojos me narran la historia de la Tierra, el nacimiento de las montañas, las inundaciones, las guerras y las destrucciones, las flores de la primavera, los campos de trigo y las heladas. Y yo muevo la cabeza en sentido afirmativo y entiendo su mensaje.
Mi vaca no es real. Es una vaca que inventé en un sueño de verano, pero la quiero igualmente. Soy muy feliz con mi vaca sabia, y estoy impaciente cada día porque llegue la noche para estar con ella.

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