Entre el vino y el jazz, por Antonio Luque

Han pasado ya varios meses desde que el remozado Festival de Jazz de Montilla aportó un soplo de aire fresco a la programación de nuestro municipio. Los que disfrutamos con este estilo musical, llevamos años siendo emigrantes culturales, obligados a visitar Córdoba, Sevilla, Málaga o poblaciones similares, y ya tocaba jugar un partido en casa. Además, unir jazz y vino no es una idea, sino una realidad plasmada en Montijazz Vendimia. Todo un acierto, que va más allá de la tradicional vinculación del vino a los faralaes.
Después de la experiencia pasada, queda más que un grato recuerdo. En el fondo del catavino restan las ganas de volver a llenarlo, para que el espectáculo no cese. Porque una cosa es escuchar un buen concierto y otra bien distinta hacerlo en un sitio singular. Las bodegas y lagares son templos del vino, pero también magníficos espacios escénicos donde vino y música deben ir de la mano. Por fortuna, Alvear y Los Raigones han sido los primeros en entenderlo. El público que acudió en septiembre a los dos espectáculos programados, así lo entendió también. De hecho, si no me falla la memoria, ha sido la primera vez desde que Montijazz comenzó su andadura, allá por el año 2000, en la que cada espectáculo ha pasado de las doscientas almas de aforo.
Acierto con los escenarios y, sobre todo, con los músicos que han intervenido. Espectacular fue el paso por Montilla del maestro Javier Colina, acompañado a la guitarra por Josemi Carmona. Ambos forman un buen tándem, con un espectáculo asequible para el espectador profano, pero también para el versado en los complejos ritmos del jazz. Porque el contrabajista navarro es un fuera de serie, como demuestra que artistas de la talla de Chano Domínguez, Brad Meldhau, Pat Metheny, Michel Camilo, Tete Montoliu o Chucho Valdés, hayan compartido proyectos con las manos y el contrabajo del músico pamplonica. Aunque su nombre sea desconocido para el gran público, hoy por hoy es leyenda viva del jazz español, impulsor de la fusión de esta música con el flamenco, y uno de los mejores contrabajistas de la escena jazzística nacional. Un lujo haberlo escuchado en una bodega centenaria como Alvear.
También fue destacable el paso por Montilla de Rafa M. Guillén. Su música fresca, vibrante y llena de energía, bailó con los pámpanos de las viñas de la sierra, con apuntes importantes, que a veces desapercibidos. Y es que contar entre los Jazz Walkers con dos fenómenos como el pianista cordobés Ángel Andrés Muñoz y el percusionista montillano Manuel Luque, fue todo un detalle. Han sido nombres propios de la pasada edición del Montijazz, como la confirmación de la banda local Jazz Fans. Hay que reconocerle el mérito de intentar ir más allá de las versiones de los 80, atreviéndose con uno de los géneros más complejos de la música y, además, salir airoso del envite.
Escenarios, músicos... y turismo, la tercera vía explotable del festival montillano. La cultura también es una forma de atraer visitantes, siempre que sea de calidad. Al César lo que es del César. Hay que reconocer el trabajo de las delegaciones de cultura y turismo del Ayuntamiento, por confiar en el proyecto, pensando también en esa idea, y por el trabajo llevado a buen puerto. Posiblemente falte la aportación privada para que el Montijazz sea un proyecto de ciudad, o de comarca si me apuran. Aún así, al menos, la semilla está puesta. Toca mimar su crecimiento con promoción, organización y decisiones acertadas y, como pasa en Montilla cada mes de septiembre, recoger el fruto entre viñedos, para paladearlo lentamente en bodegas y lagares.

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