Píldoras deliciosas: Vila Nova de Milfontes, por Paco Vílchez

Vila Nova de Milfontes se presenta serena ante el viajero; sus encantos son naturales y eso es un filtro que ayuda a disfrutar de ella. Como la chica que huye de la gran urbe, de edificios masificados, calles saturadas de vehículos y transeúntes, grandes avenidas comerciales, etc…
Fue concebida en un lugar idílico de la costa atlántica portuguesa, de largo nombre y mayor belleza, Parque Natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina.
Su esbelta silueta juguetea con las doradas playas de arena fina y el estuario del río Mira entregándose al Atlántico.
Sus apenas cinco mil habitantes disfrutan de inviernos tranquilos, luminosos y soleados, sabiendo manejarse pacientemente con los fuertes vientos que azotan la costa.
Pero es en verano cuando la madura Vila Nova de Milfontes se rejuvenece para recibir a miles de turistas que buscan en ella los sueños de las noches de verano. Y para ello blanquea sus típicas casitas alentejanas con ribetes azulones, se pone el delantal de sabia cocinera para preparar como nadie lo hace el bacalao de infinitas variedades o la carne de porc a la alentejana. Acicala sus playas e ilumina con mimo algunos de sus tesoros, la Fortaleza de Sáo Clemente, o las iglesias y ermitas del pequeño pueblo.
Y es que la época estival le sienta genial a la pequeña fregueisa portuguesa, es entonces cuando el desembarco de surfistas tiñe de color las paradisiacas playas de Furnas, de Franquia, del Farol o de Patacho. Surfistas que en ocasiones y con sus cometas no se conforman con dibujar en el mar sus pinceladas de color, también son los dueños de los cielos.
Cielos que aun siguen presumiendo de Brito Pais, el temerario aviador que casi cien años atrás inició junto a otros aventurero un vuelo que los llevaría hasta la, por aquel entonces, colonia portuguesa de Macau, actual Región Administrativa de China. Un monumento en su memoria en pleno barrio viejo mantiene su memoria viva. No podría ser de otra manera. Vila Nova se recrea en esos barrios bajos, que curiosamente dan la espalda al mar, quizás para no perder la atención del viajero. Como buena amante, que quiere solo para ella las caricias de sus amados. Y una vez entregados, entonces y solo entonces, Vila Nova muestra al viajero la inmensidad del Atlántico.
Otra vez el mar, siempre el mar. Ese Atlántico cuna de grandes navegantes portugueses.
Vila Nova lo sabe. Paciente sigue esperando cada primavera a los viajeros que buscan sus noches de verano. Y paciente sigue esperando que pasen los días estivales, para disfrutar de los cortos días de invierno donde la luz es diferente a la de cualquier lugar conocido.

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