Hygge educativo, por Francisco García Gascó

Lo llaman Hygge y es un concepto 100% danés: se dice que éste hace a los hogares más cálidos y a la gente más feliz. Pero ¿qué es exactamente el hygge? y ¿es posible exportarlo a otros países?
Si le preguntamos a un danés qué es hygge, responderá que "es sentarse frente a la chimenea en una noche fría, vestido con un grueso suéter de lana mientras bebes un vino caliente con azúcar y especias y acaricias a tu perro echado a tu lado".
Hygge también es comer galletas de canela hechas en casa, mirar la TV bajo un edredón, tomar el té en una taza de porcelana china en la reunión de la familia en navidad.
Se pronuncia "hu-ga" y a menudo se le traduce como "lo acogedor". Pero tal como dicen los que saben, hygge es mucho más que eso: es una actitud total ante la vida y es lo que ha ayudado a Dinamarca a superar a Suiza e Islandia como el país más feliz del mundo.
Desde que tengo uso de razón mi vida ha estado impregnada de colegios y de maestros, ha sido mi hygge particular. Soy hijo único de padres maestros, que no docentes, unos padres que han amado profundamente su profesión y que me han transmitido esa pasión. Siempre estaba en el colegio y lo siento como mi casa.
Por causas y azares, que no las de Silvio, el verano pasado estuve una semana en Dinamarca junto a mi familia. En los últimos dos años Dinamarca se ha posicionado como el país más feliz del mundo y con uno de los mejores resultados mundiales en los informes de su sistema educativo. Cuando era más joven que ahora, y casi igual de marmosete, tenía la idea de que los escandinavos eran unos seres insensibles, rudos vikingos, una suerte de entes insensibles que desde sus insondables ojos azules nunca llegarían a la profundidad sentimental, al ardor eterno, al gozoso mundo del mediterráneo. Pero los patógenos de nuestra adolescencia se curan viajando. El pasado agosto descubrí un país abierto, culto, lector, amante del arte, de la música; de apariencia silente pero de corazón profundo, de parques infinitos, de espejeante limpieza, de pequeños lugares llenos de velas en torno a escondidas mesas en los que una furtiva conversación escondía la mayor de las felicidades…la de sentirte vivo.
Porque de eso se trata, de saber que estamos vivos, que amamos, que sonreímos, que hacemos más fácil y mejor la vida a los demás.
Y en este viaje los daneses me hablaron del hygge. Desde que soy maestro, porque esa es la maravillosa palabra con la que me llaman mis alumnos de Lucena, he sentido que el crear un lugar cálido, cercano, humano es el secreto para trabajar en las aulas. Una parte esencial de esa creación es mía, es nuestra. Mi alegría será su alegría, mi ilusión despertará el volcán de ingenio que llevan dentro.
Un colegio, un instituto se compone de dos conceptos esenciales: seres humanos, alumnos y maestros esencialmente, y edificio, con sus aulas, patios y lugares comunes. La administración debe entender que solo con los mejores profesores y los mejores lugares alcanzaremos la excelencia (recomiendo ver los trabajos en distintos colegios de la arquitecta holandesa Rosan Bosch, lugares de ciencia ficción para nuestra realidad educativa). No se debe escatimar en recursos. Estamos condenados a la revolución porque nuestra insensatez tiene fecha de caducidad: el día que ahogue definitivamente al sentido común, el ser humano desaparecerá.
Hagamos un hygge educativo, convirtamos nuestra aulas en tardes de invierno junto al fuego, contemos historias que llenen nuestras mentes de ilusiones, de sueños. Enseñemos, a los que todavía no conocen, nuestros alumnos, el inmenso placer de aprender, creemos un parnaso a medida de lo que nos merecemos y se merecen.
Formación, excelencia, inversión y sentido común (en esto último no entran los indicadores, los estándares ni las rúbricas) son los pilares básicos de nuestra silla de cuatro patas. Pero este invento no puede funcionar sin la pasión creadora, el fuego del día a día, el maestro. Esa es nuestra misión, cuidar la silla, hacerla única. Llenar las clases de sillas únicas, de miradas especiales.
El verdadero conocimiento nace de las tripas. Se aprende con el sentimiento, con el corazón y queda para siempre en nuestras almas.

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