Mi memoria es un tobogán. Homenaje a Nacho Montoto, por Sonia Zurera López

Querido Nacho, hace sólo ocho años estábamos preparando en mi casa la presentación de tu poemario "Mi memoria es un tobogán. Espacios insostenibles", empezaba a conocerte y, si te soy sincera, no sé ni siquiera quién nos presentó, pero qué más da, era fácil conectar contigo. Tuvimos claro que el acto sería más ameno si había música y ahí entraba en escena mi querida Carolina, siempre dispuesta a echarme una mano. Se hizo en la Casa del Inca Garcilaso en Montilla, precioso enclave para un libro especial; todo el mundo contento. De esta forma conociste lo que hacía mi asociación El Coloquio de los perros y empezó a atraerte la idea de hacerte socio.
Fue en mi casa donde supe entre líneas y con algunas referencias a tu madre que nos unía una gran ausencia, quizás eso hacía tan especial lo que escribías, no lo sé. Lo que sí tengo claro es que las pérdidas, a algunas personas, nos empujan irremediablemente al folio en blanco. En tu caso, querido amigo, todo lo recogido fue pura belleza.
Transcurrieron los meses, ese fue el año en que Losada me presentó a Carlos; de su mano conocí a Chivite, a Antúnez y, poco a poco, me fui sumergiendo en un mundillo en el que me sentía verdaderamente a gusto. ¡Ah! Tengo que decir que, por supuesto, me regalaste tu primer poemario dedicado. Deseando estoy recuperarlo y ver qué me pusiste.
¡Ay, Nacho! Podría decirte tantas cosas, sólo sé que no estoy triste, sí aún conmocionada. Probablemente tu muerte me hace reafirmarme en un pensamiento: la vida no acaba aquí, los que os vais sólo tomáis caminos diferentes, divergentes, pero estoy convencida que toda la belleza que habita en tu pecho es imposible que se extinga con el último aliento.
Llegó 2010 y de nuevo de la mano de El Coloquio presentaste en Montilla "Superávit". Aquello sí que fue increíble: sala llena hasta la bandera y, al anunciarse el acto por la radio, un grupo de alumnas de bachillerato acudieron a la sala. Cuál fue mi sorpresa cuando al terminar la presentación te acribillaron a preguntas; era algo así como un club literario de fans. “¿Pero eso existe? -pensé-“.
Pues claro que existía. Conocían tu trayectoria, tu forma de escribir, las obras que habías publicado y tú, ni corto ni perezoso, como al que le pasa todos los días, allí contestando a diestro y siniestro para satisfacción de un público tan joven y a la vez tan ávido de literatura.
Por supuesto, te hiciste socio, seguiste de primera mano lo que íbamos haciendo y participaste como jurado en una de las convocatorias del concurso de relato corto que cada año convocamos.
Me enteré de tu partida en el coche, tremendo. Lo primero que pensé fue que el que nos transmitía la noticia se había equivocado, tenía que ser un error. “Nacho Montoto -dije yo- ¡imposible!” Pero no, era cierto y tan cierto. Un 8 de enero cogías otro rumbo, dejabas atrás al pequeño Teo, a tu querida Gala y a un niño que escuchará cosas maravillosas de su padre y que, sin embargo, no llegará a conocer.

 “Estamos vivos porque nos duele el corazón”. JIM

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