¡Enoturismo!, por Cipión

“Cuñado” Berganza, hoy quiero hablarte de ese nuevo fenómeno social que tan de moda se ha puesto en los últimos tiempos: el enoturismo. Sé que tú eres poco amigo de inventos y excusas para tomar vino, que no hace falta que te den más motivo que el saborear unos cuantos tragos de unos buenos caldos, a ser posible en buena compañía, que la conversación ya llegará a la segunda copa.
Sin embargo, coincidirás conmigo en que poco a poco, cada vez más, te vas convirtiendo en un perro verde, en un bicho raro que aún va a la taberna a tomar vino en lugar de disertar sobre los aromas del lúpulo y los colores y texturas de las cervezas artesanales.
Y es que el vino, la bebida romana por antonomasia, la que tomaban los señores y los lacayos, el clero y los seglares, los poetas y los militares, la que igualaba a todos como la muerte, lleva décadas en decadencia. Hace tiempo que los jóvenes le dieron de lado y se decantaron por las cervezas y las bebidas espirituosas. En unos casos, los menos, abocados a ello por la cortedad de miras de algunos bodegueros y taberneros que primaron la cantidad y el beneficio inmediato por encima de la calidad y la inversión a medio y largo plazo. En la mayoría de las veces, por el contrario, el motivo no ha sido otro que las magníficas campañas publicitarias que multinacionales cerveceras y destilerías han realizado, y que nos han arrastrado como borregos hacia esas bebidas, sinónimos de estilo, clase y modernidad, dejando al vino en el rincón de lo añejo, lo antiguo con sabor a rancio.
Por desgracia, no hay en el sector vitivinícola empresas con ese poder mediático y financiero, así que no ha quedado más remedio que volver a acuñar esa frase de la unión hace la fuerza para poder subsistir. Una unión que debe venir de la mano de agricultores, bodegueros, consejos reguladores y administraciones locales y regionales; y una fuerza que ha encontrado un importante aliado en el enoturismo.
Y es que el vino ha estado siempre ligado a nuestro patrimonio etnográfico, lo tenemos interiorizado en nuestro acervo cultural: los edificios monumentales, civiles y religiosos, la literatura, las costumbres y festividades, los oficios tradicionales, la gastronomía, el paisaje, la propia historia… Un potencial que hay que poner en valor para que el consumidor vuelva a apreciarlo y reconocerlo.
Eso es el enoturismo. Algo más que una simple campaña de promoción y difusión de un producto comercial. Mostramos nuestro vino y nuestras cultura, naturaleza e historia a un público del siglo XXI que no se contenta con indicarle lo glamourosa y estupenda que es una bebida. Hay tantas que ya lo hacen. Los traemos a donde se cría, a donde se produce y a donde se consume. Que conozcan no solo sus propiedades organolépticas sino también su idiosincrasia y su contexto.
¿Una excusa para beber vino o visitar lugares innecesaria para ti o para mí? Posiblemente. Pero imprescindible para dar a conocer el sector vitivinícola y el entorno rural como alternativa a las cervezas y bebidas espirituosas estándar y al turismo urbanita o de sol y playa, y para ejercer de motor de desarrollo de muchas comarcas. Y si como muestra sirven unos botones, ahí tienes Penedés, Jerez, Ribera del Duero o Rioja sin irnos más lejos. Que por allende nuestras fronteras también podríamos fijarnos en Burdeos, Toscana, Oporto o el Valle de Napa.

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