¡Guerra contra el ISIS!, por Berganza

Cipión, cacho perro, de tanto buenismo te vas a volver tonto. Me encantan tus palabras, alabo tus proclamas, elogio tus intenciones, me parece maravillosa tu disertación, qué felices seríamos en ese mundo utópico en el que las flores adornarían nuestras melenas y duendecillos bondadosos cantarían canciones edulcoradas bajo el arcoíris. Pero vivimos en un mundo en el que la mierda existe… y se pisa.
Esas gentes de ISIS existen… y matan. Matan sin piedad, sin compasión, sin distinción. No les importa que seas occidental u oriental, de izquierdas o de derechas, pacifista o militarista, hombre o mujer, niño o anciano, cristiano o musulmán; o estás con ellos o debes ser exterminado. No entienden de razones, de palabras, de formaciones o de solidaridades; sólo entienden su visión extrema de la religión. Si vives donde ellos son poderosos, te ejecutan de la forma más cruel y sumarísima que encuentran: decapitaciones, lapidaciones, crucifixiones… Si perteneces a una sociedad que no controlan, ya engatusarán a algún jovenzuelo con crisis de identidad para que busque su paraíso rodeándose con un cinturón de explosivos y haciéndolo estallar en medio de una multitud lo más poblada posible.
¿Acaso no existen en la Unión Europea ciudadanos nacidos aquí pero con familias de procedencia caribeña, subsahariana, asiática o latinoamericana? Desgraciadamente, en la mayor parte de los casos, tan discriminados, poco considerados y desarraigados como los de origen magrebí y musulmán. Y, sin embargo, a pesar de brotes puntuales de violencia social en barriadas marginales, como ocurre en cualquier parte del mundo en la que se vive al límite de la supervivencia, nunca hemos oído hablar de terroristas suicidas entre ellos.
El problema, amigo Cipión, está más bien en nuestra utopía, en nuestra creencia de que podemos exportar nuestra sociedad y nuestra cultura, la civilización occidental, a cualquier lugar del mundo sin más, pensando que verán la luz, así, como Saulo en el camino de Damasco, y aparecerán estados democráticos, tolerantes y respetuosos de las libertades por todos los continentes.
A los europeos, conseguirlo nos costó siglos de feudalismo, esclavitud, colonialismo, imperialismo, progroms, cruzadas, inquisición, racismo o contiendas tan cruentas como las dos guerras mundiales. Y aún así, siguen surgiendo hogueras en los Balcanes o Ucrania. Para que una sociedad llegue a aceptar el nivel de tolerancia y democracia que pretendemos, debe estar preparada. Y, desafortunadamente, en la mayor parte de los países musulmanes, eso no ocurre.
Las veleidades aperturistas y occidentalizantes que desde la Unión Europea o Estados Unidos apoyamos en Oriente Medio acaban siendo aprovechadas por los islamistas para imponer sus consignas y, en los casos más extremos de ausencia de cualquier poder tras esas intervenciones occidentales, por los integristas más sanguinarios.
La forma de actuar ante estos grupos no es, desde luego, cruzarse de brazos y apelar a la buena voluntad y a los ideales de grandes palabras. No deberíamos haberlos financiado como falsos luchadores por la libertad, pero lo hicimos; no deberíamos haberles despejado el terreno debilitando y despojando a sus estados de poder, pero lo hicimos. Aprendamos de los errores, reaccionemos. Hay que acabar con ellos allí donde son fuertes y evitar que propaguen el terror en esos países y entrenen a quienes lo propagan en otros, y eso sólo se puede conseguir con intervenciones militares y financieras. Mandando tropas que los derroten sobre el terreno, apoyando a dirigentes locales que los mantengan a raya y desenmascarando a quienes les prestan soporte económico y armamentístico.
Eso, Cipión, significa pisar la mierda. Pero es que a veces no queda más remedio que elegir entre lo malo y lo peor.

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