Subida al pico del Veleta, por Ángel Márquez

La televisión y algunas revistas especializadas en el tema te llevan a países y paisajes por los que alguna que otra vez hemos soñado con ellos. Programas típicos de montañismo y de paisajes lejanos hacen que el gusanillo de la aventura se revuelva dentro de nosotros. Uno de estos paisajes, llenos de belleza y de sueños, lo tenemos muy cerca de nosotros, solamente a dos horas tranquilas de automóvil: Sierra Nevada.
Sierra Nevada, esa sierra que se viste de novia la mayor parte del año, se quita su vestido blanco en los meses de verano, dejando su cuerpo desnudo y al descubierto  todo el encanto que lleva dentro.
Con estas premisas, unos amigos y amigas decidimos realizar la ruta desde de la Hoya de la Mora al mítico pico del Veleta.
El Veleta, ante nuestros ojos, se nos presentaba imperial, majestuoso y cercano (la subida nos diría que este adjetivo no era el más adecuado). Los seis componentes del grupo éramos Piedad, Marisole, Mª Carmen, Pilar, Antonio y Ángel.
En la subida al Veleta se tienen dos opciones: una carreterilla mal asfaltada te lleva cerca del pico del Veleta; es una carreterilla muy sinuosa como los ovillos de lana con los que hacían punto nuestras madres y por la que recorres de ocho a nueve kilómetros. La otra opción es encarrilar la ascensión por las trochas y las sendas que te llevan al pico; esta opción es más complicada porque el desnivel es mayor, pero a la vez también es mayor la belleza de la ascensión. Y, por último, la opción intermedia que casi todos la toman como la canción de Manolo García Un poquito andando, y otro poquito caminando, es decir, cogiendo unas veces las sendas y otras veces la carreterilla.
En esta ruta se sube un desnivel de unos novecientos metros. A estos, tenemos que añadirles los dos mil quinientos metros de altitud a que se encuentra la Hoya de la Mora. Esta altitud cobra su peaje durante la ascensión, y fue con Piedad con quien no tuvo misericordia. Nada más comenzar la ascensión, Piedad se dio cuenta que la falta de oxigeno le afectaba más que a los otros compañeros. La subida la realizamos adaptándonos a su respiración, pero la nuestra no puede decirse que fuese la de un tenor. Con un paso lento y vacuno nos enfilamos al pico del Veleta. El cansancio de la subida lo mitigaba el alimento energético que recibía nuestros ojos ante tan bello paisaje y  el recordatorio de los titanes alpinistas subiendo a los picos más altos del mundo con menos oxigeno y con unas condiciones climatológicas típicas del hombre de las nieves; nos servían de motor para avanzar paso a paso. Por lógica matemática, con los metros andados y algunos kilómetros bajo nuestros pies, nos encontrábamos más cerca del Veleta, pero a veces el cansancio nos decía lo contrario, que el Veleta se alejaba de nosotros.
Eran cientos las personas que subían y cientos las que bajaban, debido quizás a que el pico del Veleta, a pesar de su dificultad en el mundo de la montaña y del senderismo, es un pico acogedor. El abanico de las edades era amplísimo, desde niños pequeños a personas que casi tenían olvidado el trabajo que poseían. ¿Cuántas miles de cámaras fotográficas se han disparado en su pico y cuántos miles de móviles las han copiado? Junto a los que hacemos a pie la ruta, nos acompañan en gran número y con un esfuerzo ampliado al nuestro los ciclistas, la mayoría con bicicletas de montaña y algunos atrevidos con bicicletas de carrera o de carretera.
Adentrándonos en los últimos cientos de metros nos encontramos el Veleta al alcance de la mano, pero aún quedaban los últimos metros casi de ascensión de montañismo, en donde tenemos que realizar el máximo esfuerzo, pero la idea de alcanzarlo –como esos amores imposibles– hace que la hazaña la consigamos.
En el pico del Veleta, nuestras caras llenas de satisfacción sí se asemejan a cualquier alpinista consagrado cuando se encuentra en cualquiera de esos techos consagrados. La vista se hace incansable ante el paisaje extenso y bello que contemplamos, paisaje que solamente se disfrutará alguna que otra vez en la vida; un paisaje por el que se envidia a las aves. En definitiva, hay que ser mucho escritor para describir su grandiosidad.
Paradójicamente, en el pico había tanta gente que parecía una ciudad, pero una ciudad totalmente limpia. Los seis componentes nos recreábamos en el merecido descanso y en los alimentos que tomábamos. Una nube tapó el sol y destapó el calorcillo del semisueño de Marisole.
Ya descansados y satisfechos quedaba la bajada. Esta la encaminamos más por las trochas. La bajada es menos dura que la subida, pero en algunas rodillas hizo estragos. Bajamos tranquilos y cuando pasaron unos cien minutos nos encontramos de nuevo en la Hoya de la Mora. En la terraza de un barecillo de aspecto de cabaña canadiense nos tomamos unas refrescantes y frías cervezas Alhambra ante un escenario difícil de igualar.

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