Gran Perro IV (José Alfonso Rueda, 2008-2014)

Con motivo del número 50 de la revista El Ladrío, los cuatro presidentes que la Asociación Cultural El coloquio de los perros ha tenido desde su fundación, los grandes perros, hacen un repaso a sus respectivos mandatos y a las trayectorias de la revista y de la propia asociación.
En esta ocasión, quien escribe es el Gran Perro IV, José Alfonso Rueda Jiménez, cuarto presidente de El coloquio de los perros desde finales de 2008 hasta el momento.

Parafraseando a Isaac Newton, si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes. Y vosotros, queridos Grandes Perros predecesores, sois esos gigantes sobre cuyos cánidos lomos mi mandato ha conseguido llevar nuestra asociación a cotas más elevadas.
Recuerdo aún aquella tertulia de café en un restaurante de Montilla, que no de la Mancha, de cuyo cervantino nombre no puedo acordarme. Ni a la decena de contertulios llegábamos, decididos a crear una asociación que reflejara nuestros afanes discursivos, culturales y montillanos, y pretendiendo encontrar un nombre que conjugara todos esos fines en sí. Y ahí apareció nuestro Gran Perro I, soltó el título de la novela ejemplar cervantina que protagonizan Cipión y Berganza y todos nos asombramos de no habernos dado cuenta antes que así deberíamos llamarnos. Obviamente, por unanimidad, consideramos que debía ser el guía de nuestro recién nacido colectivo, quien sentara las bases de nuestro primer coloquio o encabezara este proyecto que ahora lees, cincuenta números más tarde. Como un padre perruno que, ¡oh, circunstancias de la vida!, tardó apenas unos meses en dejar huérfanos a sus cachorros.
Afortunadamente, la semilla había prendido y fue recogida por otro de esos contertulios fundadores, Gran Perro II, que no se conformó con continuar lo que ya existía sino que decidió plasmar su sello personal: aparecieron las catas de cerveza y de vino, los peroles perrunos, cenas de aniversario o rutas turístico-enológico-gastronómicas. También hizo valer su, por entonces, vocación periodística con coloquios multitudinarios sobre la actualidad política; o su afición a escribir proponiendo la creación de un concurso de relato corto. Sin embargo, a pesar de todos estos logros, el hecho de su mandato que más marcado ha quedado en la memoria colectiva de El coloquio de los perros fue la tradición de acompañar el arroz de los peroles con alguna dimisión. Tanto interiorizó esa costumbre que, impaciente por conocer el nombre del siguiente dimisionario, un buen perol decidió ser él mismo quien renunciara a su cargo.
Una asociación que había conseguido tan amplio bagaje en tan escaso período de tiempo no podía permitirse seguir en esa incertidumbre representativa, descabezada cada pocos meses. Hacía falta alguien que nos diera una continuidad, una solidez institucional. Esa tranquilidad, aunque no la reflejara en sus apariciones públicas, nos la dio Gran Perro III. Afianzó, trasladó y amplió las actividades existentes; mostró su gusto por el diseño y la literatura añadiendo un apartado de fotografía al concurso de relato corto, mejorando la maquetación de esta revista, publicando nuestra propia edición de la novela corta cervantina que nos da nombre, organizando presentaciones de libros o propiciando el nacimiento de nuestro propio sitio web. Incluso, la ansiada estabilidad se tradujo en un aumento en la petición y concesión de subvenciones y ayudas a administraciones e instituciones para el desarrollo de nuestras actividades. Hasta que llegó la crisis y, casualidades del destino, decidió que su prolongado mandato ya debía llegar a su fin.
El panorama no era especialmente esperanzador para su sucesor, Gran Perro IV, o sea, quien les escribe. Los gigantes que me habían precedido habían dejado el listón muy alto. Y, además, desparecían las subvenciones y ayudas. ¿Estaba llamado a ser la Thatcher del coloquio? ¿Mi nombre quedaría como una suerte de finiquitador del estado del bienestar perruno a modo de recorte de actividades? Como me identifico más con Clement Attlee que con la Dama de Hierro, no me resigné a las dificultades sobrevenidas. Había que optimizar los recursos disponibles pero, en ningún caso, eliminar actividades. No sólo se ha conseguido, sino que, además, durante mi mandato han aparecido otros nuevos eventos, ajustados a las disponibilidades presupuestarias a la vez que con gran éxito participativo, como el intercambio de libros, la ruta fotográfica, la revista educativa digital EduCan2.0, las jornadas de juegos de mesa, la presencia en redes sociales o, el que en estos momentos nos ocupa, celebrar los cincuenta números de esta revista, “El Ladrío”.
Muchas gracias, gigantes, me habéis ayudado a ver más lejos.

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