Querido Cipión, ladrarse cuando se está en desacuerdo es de lo más natural en canes de nuestra raza, eso sí, argumentando con rigor y, si puede ser, convenciendo. Esta revista es una vía de comunicación abierta desde hace ya cincuenta números entre escritores y lectores. He de darte la razón en que muchos artículos son reflejo del alter ego de sus autores, ¿y qué hay de malo en ello? ¿Acaso una revista como El Ladrío no puede ser refugio de las ideas, los pensamientos y las emociones de quienes tienen la necesidad de expresarse libremente?
No entiendo esa demagogia tuya al querer hacernos creer que esto es solo una vía de escape para que nos evadamos de una realidad ciertamente pesarosa. Los escritores que han contribuido durante estos años nos han hecho reflexionar sobre sus opiniones, nos han emocionado con sus poemas, nos han hecho reír con sus chistes, nos han invitado a leer, a viajar, a ir al cine, nos han hablado de historia, de actualidad, de economía, de literatura… ¡Cuánto nos ha enriquecido este El Ladrío tuyo y mío y qué poco has sabido reconocerlo! Y los lectores, ¿cómo puedes hablar así de ellos? Sin nuestros ávidos lectores, ¿qué sería del eco de este ladrar nuestro?
El Ladrío es una revista hecha por gente que necesita contar la realidad en la que vivimos y para gente que necesita que le cuenten las cosas como son, tal y como afectan a nuestra cotidianidad. La revista trata esos temas que copan titulares de periódicos en informativos, pero con una diferencia, el punto de vista crítico y reflexivo de la gente normal y corriente. Leer jamás puede entenderse como una pérdida de tiempo, leer por leer ya es en sí misma una tarea más que recomendable. Aunque entre nuestros lectores hay personas muy cultas, hay que reconocer que la mayoría de quienes nos leen son vecinos, amigos y paisanos, quizás no tan cultivados, pero eso no es óbice para que puedan entender los conceptos más complejos si se hace el esfuerzo de explicárselos razonadamente. Más vale eso que dárselas de cultureta.
¿De huellas hablas? Bonita metáfora, Cipión. Suficiente huella es la que dejan los ejemplares de El Ladrío cuando se agotan en los mostradores de librerías y bibliotecas, o las numerosas descargas de su versión electrónica, que han hecho que tú y yo seamos conocidos más allá de la novela cervantina en la que nos conocimos. El Coloquio de los Perros —a la asociación me refiero—, ha estado en boca de todos en las catas del vino y la cerveza, el Día del Vecino, la ruta fotográfica, etc. y El Ladrío se ha convertido en un instrumento de comunicación de la asociación, en la voz de sus socios y en el vehículo de expresión de todo aquel que ha requerido formular una pregunta, criticar una actuación, promover un debate o incitar a la reflexión.
Qué pena me da que solo te fijes en el aspecto. Estoy seguro de que se puede mejorar tanto la forma como el contenido; la revista guarda el encanto de una publicación sencilla, posiblemente hasta humilde, y afortunadamente poco ambiciosa. No tiene por qué aspirar a una tirada extensa, ni renunciar a la esencia con la que nació y, si me apuras, tampoco adaptarse a las nuevas tecnologías. Nunca ha venido mal coger papel y lápiz para poner negro sobre blanco los temas que preocupan a la sociedad. ¿He de recordarte que tenemos una versión digital que se distribuye gratuitamente en el blog de la asociación y en las redes sociales? ¿Sabes que en Twitter y Facebook se desgranan todos los artículos periódicamente? Coincido contigo, Cipión, en que si la revista no existiera todo seguiría igual, del mismo modo que cuando tú y yo dejemos de ladrarnos, otros canes lo harán por nosotros. No obstante, no es menos cierto también que desaparecería un puente necesario para hacer fluir el conocimiento, la reflexión, la opinión, la crítica y el debate hacia unos lectores que echarían en falta estos rifirrafes que nos traemos.
No entiendo esa demagogia tuya al querer hacernos creer que esto es solo una vía de escape para que nos evadamos de una realidad ciertamente pesarosa. Los escritores que han contribuido durante estos años nos han hecho reflexionar sobre sus opiniones, nos han emocionado con sus poemas, nos han hecho reír con sus chistes, nos han invitado a leer, a viajar, a ir al cine, nos han hablado de historia, de actualidad, de economía, de literatura… ¡Cuánto nos ha enriquecido este El Ladrío tuyo y mío y qué poco has sabido reconocerlo! Y los lectores, ¿cómo puedes hablar así de ellos? Sin nuestros ávidos lectores, ¿qué sería del eco de este ladrar nuestro?
El Ladrío es una revista hecha por gente que necesita contar la realidad en la que vivimos y para gente que necesita que le cuenten las cosas como son, tal y como afectan a nuestra cotidianidad. La revista trata esos temas que copan titulares de periódicos en informativos, pero con una diferencia, el punto de vista crítico y reflexivo de la gente normal y corriente. Leer jamás puede entenderse como una pérdida de tiempo, leer por leer ya es en sí misma una tarea más que recomendable. Aunque entre nuestros lectores hay personas muy cultas, hay que reconocer que la mayoría de quienes nos leen son vecinos, amigos y paisanos, quizás no tan cultivados, pero eso no es óbice para que puedan entender los conceptos más complejos si se hace el esfuerzo de explicárselos razonadamente. Más vale eso que dárselas de cultureta.
¿De huellas hablas? Bonita metáfora, Cipión. Suficiente huella es la que dejan los ejemplares de El Ladrío cuando se agotan en los mostradores de librerías y bibliotecas, o las numerosas descargas de su versión electrónica, que han hecho que tú y yo seamos conocidos más allá de la novela cervantina en la que nos conocimos. El Coloquio de los Perros —a la asociación me refiero—, ha estado en boca de todos en las catas del vino y la cerveza, el Día del Vecino, la ruta fotográfica, etc. y El Ladrío se ha convertido en un instrumento de comunicación de la asociación, en la voz de sus socios y en el vehículo de expresión de todo aquel que ha requerido formular una pregunta, criticar una actuación, promover un debate o incitar a la reflexión.
Qué pena me da que solo te fijes en el aspecto. Estoy seguro de que se puede mejorar tanto la forma como el contenido; la revista guarda el encanto de una publicación sencilla, posiblemente hasta humilde, y afortunadamente poco ambiciosa. No tiene por qué aspirar a una tirada extensa, ni renunciar a la esencia con la que nació y, si me apuras, tampoco adaptarse a las nuevas tecnologías. Nunca ha venido mal coger papel y lápiz para poner negro sobre blanco los temas que preocupan a la sociedad. ¿He de recordarte que tenemos una versión digital que se distribuye gratuitamente en el blog de la asociación y en las redes sociales? ¿Sabes que en Twitter y Facebook se desgranan todos los artículos periódicamente? Coincido contigo, Cipión, en que si la revista no existiera todo seguiría igual, del mismo modo que cuando tú y yo dejemos de ladrarnos, otros canes lo harán por nosotros. No obstante, no es menos cierto también que desaparecería un puente necesario para hacer fluir el conocimiento, la reflexión, la opinión, la crítica y el debate hacia unos lectores que echarían en falta estos rifirrafes que nos traemos.
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