En esta ocasión, lo hacemos a través de las Cartas del Pierrot, el clásico más poético de nuestra revista, que en Primavera 2007 nos llegaba con estos versos.
Cartas del Pierrot
El limbo, 3 de marzo de 2007
El limbo, 3 de marzo de 2007
Las miserias son las mismas de siempre,
las de pon tú la cara
y respóndeme con la otra mejilla,
la de siglos y siglos de mentiras
y más mentiras,
donde los mitrados siempre llevan la razón.
Incluso hubo un momento, amigo Sancho,
que dudé, como dudan los niños
de buen corazón,
y al despertar del sueño, ingenuo,
me reflejé en la desolación del espejo,
y ni era niño, ni tenía buen corazón.
Quizás porque haya vivido
inquisiciones de otros tiempos.
Quizás porque los sepulcros blanqueados
sean los mismos fariseos
que un día cada siete
rompen campanas por la venta
de su dios por algo mísero,
carente, escaso, ridículo, insuficiente...
Sancho, perdóname porque he pecado.
Como pecan los que viven.
Como pecan los que no tienen tiempo
de pensar en los santos.
No lo sé, Sancho,
no sé si volverme a mi retiro
o coger de la mano a luzbel,
y que ellos se queden
con sus griales dorados,
y es que por algo deben
de llorar cuando amamantados,
atenuados, exiguos,
mantienen sus negros trapos enlutados.
las de pon tú la cara
y respóndeme con la otra mejilla,
la de siglos y siglos de mentiras
y más mentiras,
donde los mitrados siempre llevan la razón.
Incluso hubo un momento, amigo Sancho,
que dudé, como dudan los niños
de buen corazón,
y al despertar del sueño, ingenuo,
me reflejé en la desolación del espejo,
y ni era niño, ni tenía buen corazón.
Quizás porque haya vivido
inquisiciones de otros tiempos.
Quizás porque los sepulcros blanqueados
sean los mismos fariseos
que un día cada siete
rompen campanas por la venta
de su dios por algo mísero,
carente, escaso, ridículo, insuficiente...
Sancho, perdóname porque he pecado.
Como pecan los que viven.
Como pecan los que no tienen tiempo
de pensar en los santos.
No lo sé, Sancho,
no sé si volverme a mi retiro
o coger de la mano a luzbel,
y que ellos se queden
con sus griales dorados,
y es que por algo deben
de llorar cuando amamantados,
atenuados, exiguos,
mantienen sus negros trapos enlutados.
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