Sin bozal: la avaricia de la política, por Leonor Rodríguez, "La Camacha"

Este primer ‘Sinbozal’ va dedicado a quienes tienen en su casa una lata de gasolina preparada para meterles fuego a los políticos. A quienes liberan el estrés de su ceguera intelectual aplaudiendo las bravuconadas que les ponen por la tele a la hora de cenar. A todos ellos. A quienes prefieren apuntarse a la moda del linchamiento al servidor público, sin querer reconocer que somos víctimas sólo de nuestra avaricia. A esos que posiblemente nunca lean este artículo porque nunca se atreverán a tener entre sus manos algo lleno de letras, vestido únicamente con la sinceridad de las palabras.
Los políticos. Esos que aprobaban planes urbanísticos sin mesura, que regalaban cheques-bebé, que poblaban los consejos de dirección de las cajas, que se gastaban fortunas en espectáculos deportivos. Los políticos. Nunca vi a nadie quejarse cuando el que se revalorizaba era su terreno, nunca oí quejarse a nadie cuando el bebé que se subvencionaba era el suyo, nunca escuché quejarse a nadie cuando el crédito para un viaje a los fiordos noruegos era el suyo, nunca levantó la voz aquel que disfrutaba de una carrera de Fórmula 1 en su ciudad.
Claro, los políticos. Me gustaría saber qué dicen ahora de los políticos aquellos vecinos de Marbella que auparon a Jesús Gil al poder.
O esos fulleros que compraban (sobre planos) y vendían (antes de ser escriturados) pisos y casas ganando en la operación miles de euros. Qué pensarán ahora de los políticos estos trileros de la vivienda.
Y aquellos empresarios que se largaron a China en busca de esclavos y dejando miseria en España. Qué pensarán ahora ellos de los políticos.
O esos futbolistas millonarios que tributan en paraísos fiscales y por un regate suyo pagamos lo que haga falta. ¿Tienen derecho ellos a quejarse ahora de los políticos?
Evidentemente, la crisis nos está golpeando con fuerza, dejando a su paso situaciones humillantes que nos indignan. Por supuesto. Estamos obligados a buscar alternativas, pero no nos dejemos engatusar. La avaricia es la que nos ha traído hasta aquí: queríamos segundas viviendas en las zonas vip, coches de alta gama, vacaciones de ensueño… Ahora nos venden que son los políticos los que nos separan de esas viviendas, esos coches o esas vacaciones… y los creemos porque, de nuevo, es la avaricia la que nos tienta con su sonrisa.
Estas líneas están escritas un día en el que el Pleno del Parlamento andaluz ha debatido varias propuestas sobre la necesidad de realizar el teleférico de Sierra Nevada o lo injusta que ha resultado la subida del IVA para el sector de la peluquería. Creedme, los poderosos del mundo no están sentados en los parlamentos ni en los ayuntamientos. Ni tan siquiera en el Congreso ni el Senado.
Los poderosos están fuera, en la calle, pero no como tú o yo, sino en mansiones alicatadas con lujuria. El poder no está en la política. Como mucho, es una herramienta de la que se vale, sobre todo cuando los ciudadanos bajamos la guardia. Por eso somos necesarios. Cuanto más alejados estemos de la política la gente de la calle, los no poderosos, más fácil se lo estaremos poniendo a los verdaderos dueños del mundo.
La política no es un barrio judío en una ciudad nazi. La política es convivencia, es solidaridad, y cuando alguien comete una tropelía, se le aparta sin miramientos. Bárcenas o los que han robado con los EREs no representan el poder, son simples chorizos, trepas, sinvergüenzas que hay que poner a la sombra.
El dinero es el poder. El poder no es la política. Y a menos política, más desigualdad.

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