Entré al bar y había un señor gordo, con un gin tonic en la mano, dando consejos:
Soy superior; necesitas que te eduque, que te enseñe, que te muestre el camino (aunque no sepa escribir “honestidad”, “honradez” o “integridad” correctamente); te voy a hacer un privilegiado contándote mis experiencias, mis conquistas del mundo, mis egoísmos. El dinero lo puede todo. Yo soy poderoso. Yo, yo, yo… Soy el mejor. He conseguido esto porque soy más inteligente que nadie. Quiero que la gente lo perciba, lo huela; y me lo diga: “Mira, este hombre ha nacido de la nada y ha ido labrando su propia vida hasta que ha conseguido ser rico”. (Esa es su meta: el dinero y la fama. No la rectitud; no la familia, por mucho que te hablen de ella; no la decencia ni la bondad). Yo doy mucho dinero a los pobres, ayudo a los necesitados (necesito lavar mi conciencia); soy muy buena persona.
Me enorgullezco de trabajar de la mañana a la noche (y lo digo muchas veces); nadie me ayuda porque todos me echan sogas al cuello; no te puedes fiar de nadie; nunca... Estoy solo; menos mal que soy superior. Tengo que creérmelo yo y tengo que hacérselo creer a todos los que me rodean. Porque si no, me hundo. Tengo potestad para darte consejos, niño. Me lo creo. Mis iguales me reconocen, me alaban, me pegan palmaditas en la espalda. Se ríen con mis comentarios inteligentes. Somos iguales. Somos inteligentes, superdotados en este mundo de conformistas y vagos. Da igual engañar, da igual ganar más, da igual tener más que nadie, da igual especular. Enciéndeme el puro, niño… ¿Me estás escuchando? Escúchame, porque vas a aprender mucho. No preguntes cuánto cuestan las cosas. Ten siempre billetes en el bolsillo. Aquí se hace lo que yo diga. El dinero no es importante. ¿Cuánto te debo? Señora, vámonos. Niño, ¿me has escuchado? Pues ya sabes lo que tienes que hacer.
Su mente es demasiado estrecha; alberga muy pocos colores y el dorado los enloquece, los ciega. El mundo es más amplio, más bonito y menos arrugado que un billete.
Intentan rascar el cielo, pero no llegan. Pobres…
Soy superior; necesitas que te eduque, que te enseñe, que te muestre el camino (aunque no sepa escribir “honestidad”, “honradez” o “integridad” correctamente); te voy a hacer un privilegiado contándote mis experiencias, mis conquistas del mundo, mis egoísmos. El dinero lo puede todo. Yo soy poderoso. Yo, yo, yo… Soy el mejor. He conseguido esto porque soy más inteligente que nadie. Quiero que la gente lo perciba, lo huela; y me lo diga: “Mira, este hombre ha nacido de la nada y ha ido labrando su propia vida hasta que ha conseguido ser rico”. (Esa es su meta: el dinero y la fama. No la rectitud; no la familia, por mucho que te hablen de ella; no la decencia ni la bondad). Yo doy mucho dinero a los pobres, ayudo a los necesitados (necesito lavar mi conciencia); soy muy buena persona.
Me enorgullezco de trabajar de la mañana a la noche (y lo digo muchas veces); nadie me ayuda porque todos me echan sogas al cuello; no te puedes fiar de nadie; nunca... Estoy solo; menos mal que soy superior. Tengo que creérmelo yo y tengo que hacérselo creer a todos los que me rodean. Porque si no, me hundo. Tengo potestad para darte consejos, niño. Me lo creo. Mis iguales me reconocen, me alaban, me pegan palmaditas en la espalda. Se ríen con mis comentarios inteligentes. Somos iguales. Somos inteligentes, superdotados en este mundo de conformistas y vagos. Da igual engañar, da igual ganar más, da igual tener más que nadie, da igual especular. Enciéndeme el puro, niño… ¿Me estás escuchando? Escúchame, porque vas a aprender mucho. No preguntes cuánto cuestan las cosas. Ten siempre billetes en el bolsillo. Aquí se hace lo que yo diga. El dinero no es importante. ¿Cuánto te debo? Señora, vámonos. Niño, ¿me has escuchado? Pues ya sabes lo que tienes que hacer.
Su mente es demasiado estrecha; alberga muy pocos colores y el dorado los enloquece, los ciega. El mundo es más amplio, más bonito y menos arrugado que un billete.
Intentan rascar el cielo, pero no llegan. Pobres…
Comentarios