La dignidad del pop, por Belisa Crepusculario

Una pequeña parte mi felicidad viaja siempre en hertzios. Frecuenta vuelos baratos y siempre trae, vía robo dutty-free, decibelios sabor Dylan, que provocarán un alud de neurotransmisores en mis conexiones sinápticas. Clase turista; casi siempre ventanilla. 
Hoy, lunes 24 de marzo, el país despertará, –es un decir-, con la sensación de que nada va a cambiar. Volverá el autónomo a su reyerta con el IVA, el parado a  maldecir su suerte y el jubilado a pasear su tiempo. El funcionario, siempre eficaz, fichará puntualmente y una madre se romperá por dentro, cuando la basura televisiva emita en directo el último desahucio. Suárez y Messi llenarán los rápidos desayunos de los currelas y un nuevo caso de corrupción saldrá en las noticias de las dos.
Bajo la estela de valentía que dejan a su paso las marchas ciudadanas por la dignidad, las manifestaciones contra recortes en educación o sanidad, las protestas contra los atracos bancarios (perdón, quería decir abusos) y demás movilizaciones, subyace un hipnótico crepitar, una sensación de calma o quietud, que está dinamitando los cimientos de lo que queda de país. Hablo de la extraña sensación de que el próximo lunes será igual; que no será suficiente con ser un buen ciudadano, estar al día con el fisco o dejarte la voz en una asociación o en una asamblea. Hablo de que lo que sucede en este país es que nunca sucede nada. 
Perdida esta batalla, me refugio en la música y en la porción de felicidad y luz que ella me ofrece. Mi último gozo sonoro se corresponde con la escucha del disco de la “Fundación Robo”, cuyas canciones me transportan, salvando distancias, a la época más dulce de Llach o Sánchez Ferlosio, tiempos en los que cantar no era sólo un trabajo o un mero entretenimiento, sino también una responsabilidad. Un disco pop (de popular, de lo que es relativo al pueblo) absolutamente necesario sobre el escenario que nos toca vivir.
En un panorama musical casi esperpéntico, han aflorado toneladas de grupos estereotipados, con un discurso tan manido como hueco, cuyas letras parecen nacer de otras realidades paralelas. Su mensaje aséptico se convierte en un suave bálsamo que hace olvidar el desmantelamiento del bienestar social.
La incómoda propuesta de la “Fundación Robo” es la respuesta de un puñado de músicos que han perdido el rubor a cantar las verdades. Un proyecto ecléctico que viaja sin pudor del folclore al tecno, del rock a la canción de autor. En estos tiempos tan difíciles, es esencial que nos cuenten y nos canten la realidad tal y como es, que nos hagan creer que no estamos equivocados y la razón pende de nuestro lado. Sólo así, podrán cambiar los tiempos.

Comentarios